El presidente de Estados Unidos, Joe Biden (izquierda), reunido este lunes con el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, a su llegada a la sede de la alianza en Bruselas.POOL / REUTERS

Joe Biden ha llegado este lunes a la cumbre de la OTAN en Bruselas con el mensaje que ha marcado toda su primera gira internacional como presidente de Estados Unidos: que, tras un mandato tempestuoso de Donald Trump, el país norteamericano ha vuelto, y que la diplomacia ha vuelto. Nada más saludar al secretario general de la alianza, Jens Stoltenberg, ha destacado el compromiso con el principio de ayuda mutua en caso de que algunos de los países aliados sean atacados, que Trump llegó a poner en duda. “Quiero que la OTAN sepa que Estados Unidos está ahí”, ha dicho. El presidente demócrata busca sumar a los aliados en el pulso con China y Rusia, idea que no todos los países miembros abrazan con el mismo entusiasmo, y lanzar una nueva estrategia de defensa centrada en los ciberataques.

“Nos tomamos el artículo V como una obligación sagrada”, ha señalado Biden en referencia al artículo que establece el compromiso de defensa en mutua. Trump lo cuestionó para quejarse por la mayor contribución de Estados Unidos en defensa respecto a otros aliados. Pero ese artículo, pilar básico de la organización transatlántica fundada tras la Segunda Guerra Mundial, solo ha sido activado una vez en la historia, precisamente cuando Estados Unidos fue atacado en los atentados del 11-S en 2001.

El líder estadounidense lo ha recordado este lunes y ha asegurado que la OTAN es “esencial para Estados Unidos”. Para Biden, reforzar el compromiso de Washington con sus aliados europeos es clave para responder a las “las actividades dañinas de los Gobiernos de China y Rusia”, tanto en el terreno económico como en el de los derechos humanos. La cumbre también servirá para sentar la bases de una nueva estrategia de defensa para responder a los ciberataques, una amenaza creciente.

La OTAN concuerda con este último también en que el Kremlin y el régimen de Xi Jinping no comparten los valores democráticos de la alianza y, por tanto, su ascenso supone un desafío, pero muchos utilizan un tono diferente. Stoltenberg dijo horas antes de verse con Biden: “China no es nuestro adversario ni nuestro enemigo”. El húngaro Viktor Orbán lo expresó con más contundencia: “Estamos en contra de cualquier guerra fría. Tengo 58 años y pasé 26 años en una guerra fría. Créanme: es malo, así que no hagan eso”, dijo.

Porque, como dice Biden, Estados Unidos ha vuelto y la diplomacia ha vuelto. La cuestión es si Europa se encuentra en el mismo punto donde la dejó Washington hace cuatro años o en el punto donde la nueva Casa Blanca desea que esté.

Ni empujones ni amenazas
No ha habido empujones este lunes en Bruselas, al menos en sentido literal, como el que Trump dio al primer ministro de Montenegro en 2017 para colocarse en la foto. Tampoco se han habido amenazas de abandonar la alianza, con las que profirió el republicano al llegar al poder, ni acusaciones públicas a Alemania, principal potencia de la Unión Europea, de ser “cautiva de Rusia” por su dependencia energética, como hizo en 2018. Tampoco desafió públicamente a los aliados a invertir un 4% de su producto interior bruto (PIB) en defensa, cuando la meta oficial del 2% ya resultaba difícil de alcanzar, o llamó “desagradable” a Macron (cumbre de 2019). Ambas cosas sí hizo Trump.

Pero los intereses y prioridades a un lado y otro del Atlántico no se encuentran perfectamente alineados, no comparten con la misma intensidad el peligro de Pekín, y Bruselas está apostando cada vez más por su propio fondo de defensa, alternativo de la OTAN. Las discrepancias, con todo, son menores que antes y, como se está viendo en esta jornada tan simbólica del cambio de orden en Estados Unidos, se discuten en privado.