Boris Johnson recibe este viernes al primer ministro italiano, Mario Draghi, en la apertura de la cumbre del G-7 en CornuallesALASTAIR GRANT / AP

Los líderes de las siete naciones más ricas del planeta han ido llegando este viernes a la región costera británica de Cornualles -Joe Biden se adelantó, y aterrizó en el Reino Unido un día antes- con la sensación de que esta cumbre será más relevante y menos escaparate que encuentros anteriores. Es la primera vez que se verán de modo presencial en casi dos años, desde la reunión de agosto de 2019 en Biarritz. En ese intervalo, el mundo se ha visto sacudido por una pandemia que ha dejado a su paso casi cuatro millones de muertes. Los documentos preparatorios al encuentro manejan ya un término, el “consenso de Cornualles”, en contraposición al “consenso de Washington” que durante tres décadas dio barra libre a las multinacionales en un mundo globalizado mientras estrechaba la soga de la ortodoxia financiera en torno al cuello de los países con más problemas.

Build Back Better (Reconstruir Mejor) es el lema escogido para una cumbre que quiere aprovechar la agitación sísmica provocada por el coronavirus, y los nuevos aires de colaboración que llegan desde el otro lado del Atlántico con la estrenada administración estadounidense, para impulsar ideas y objetivos que, en los últimos años, no habían sobrepasado el ámbito académico o la política de las buenas intenciones. “Entramos en un periodo en el que debe resolverse ya el dilema entre democracia y autoritarismo”, explicaba un alto cargo del Gobierno de Biden en las horas previas a la cita de Cornualles. “Creemos que podremos demostrar que estamos unidos en nuestra respuesta, y probar así que la democracia y nuestros valores compartidos suponen la mejor senda para ofrecer resultados a nuestros ciudadanos y para estar a la altura de los actuales desafíos globales”. Frente al desafío de una potencia como China, origen y rival en la crisis de la pandemia -y obsesión prioritaria del nuevo inquilino de la Casa Blanca-, los líderes del G-7 se han conjurado para desmentir la “desoccidentalización” del mundo que denunció la Conferencia de Seguridad de Múnich de 2020 y demostrar que las democracias liberales tienen todavía mucho que decir.

“Lo que ha ido mal durante esta pandemia, y amenaza con ser una cicatriz duradera, son todas las desigualdades que se han atrincherado. Necesitamos por eso asegurarnos de que, a medida que nos recuperamos, podamos equilibrar esa recuperación en todas las sociedades. Necesitamos poder reconstruir mejor”, ha dicho Boris Johnson al resto de Jefes de Gobierno y Estado en el discurso inaugural de la cumbre.

Los hechos han precedido a las buenas palabras. La decisión de los ministros de Economía, a principios de este mes en Londres, de impulsar un impuesto mínimo de Sociedades, de “al menos el 15%”, para poner finalmente coto a la evasión fiscal de los gigantes tecnológicos, fue la demostración de que algo se ha puesto en marcha. El compromiso que el G-7 tiene previsto anunciar en sus conclusiones del domingo de repartir mil millones de vacunas entre las naciones más pobres busca que cale el mensaje de que la salida de la crisis debe ser conjunta y solidaria. “Sin ninguna contrapartida ni exigencia. Se trata de nuestra responsabilidad, nuestra obligación humanitaria de salvar cuantas vidas sean posibles”, explicaba Biden este jueves en la localidad de St. Ives, después de recordar que Estados Unidos se ha comprometido a aportar por sí solo 5000 millones de esas dosis.

La lucha contra la pandemia; una respuesta homogénea frente a los desafíos que suponen Rusia o China; la coordinación de políticas para lograr cuanto antes la anhelada recuperación económica; y un impulso renovado para hacer frente al gran desafío mundial cuya urgencia de respuesta ha acelerado la crisis del coronavirus: la lucha contra el cambio climático. La lista de objetivos planteada por el G-7 es lo suficientemente ambiciosa como para que los líderes congregados en Cornualles no se pueden permitir salir del paso con una mera declaración de buenas intenciones.

El Brexit en el mundo
La cumbre será además la ocasión para que Boris Johnson pueda demostrar que el Reino Unido salido del Brexit es un actor relevante en la escena internacional. El primer ministro ha preparado todo para mostrar al mundo el lado más amable, el “soft power” (poder suave) británico que todavía resulta atractivo para millones de personas. Y el mejor reclamo sigue siendo la Casa de Windsor. La reina Isabel II, el príncipe Carlos de Inglaterra y su esposa, Camilla Parker Bowls, y los Duques de Cambridge, Guillermo y Kate, ofrecen este viernes a sus invitados una recepción y cena especial en el Proyecto Eden, unas inmensas cúpulas de cristal en la localidad de Bodelva que acogen la mayor selva tropical de invernadero que existe. Rodaballo a la parrilla de las costas de Cornualles con patatas de la zona, tarta pavlova con fresas de Inglaterra y quesos de la región. Un menú y un entorno, la costa más occidental de la isla, que desmienten cualquier prejuicio sobre la gastronomía o el turismo británicos.

Toda cara tiene su cruz, y Johnson no ha podido evitar que algunas sombras cubran el encuentro. Washington ha querido advertir al primer ministro británico, horas antes de la llegada de Biden, de que espera una resolución pronta de la crisis de Irlanda del Norte, y ha exigido el compromiso del político británico con la estabilidad y la paz en la zona. Francia, Alemania y la UE llegan a la cumbre con la indisimulada irritación hacia Londres, por el incumplimiento de un tratado internacional, el Protocolo de Irlanda, que costó años de negociación para poder desencallar el Brexit. Y el Parlamento de Westminster, en una condena unánime que no fue más grave porque el Gobierno impidió la votación, ha sacado los colores al recordarle que Reino Unido será el único país del G-7 que ha decidido, en estas circunstancias históricas excepcionales, recortar su ayuda presupuestaria a los países más necesitados.