Un gran interés suscitó la discusión en el Instituto Nacional Electoral sobre la factibilidad de la candidatura de Félix Salgado Macedonio. El tema fue por gastos de precampaña no registrados, pero también podría haberse cuestionado su candidatura al gobierno de Guerrero con base en el acuerdo del 28 de octubre, donde se establecen los lineamientos para que los partidos políticos prevengan, atiendan, sancionen, reparen y erradiquen la violencia política contra las mujeres. De haberse aplicado el último capítulo de ese acuerdo, el llamado 3 de 3 contra la violencia, no estaríamos en esta discusión.
Cinco denuncias en su contra, por cinco mujeres que lo acusaron de abuso sexual y violación, no fueron suficientes para que la carrera política de Salgado Macedonio llegara a su fin. El INE tuvo miedo a utilizar ese recurso a su alcance, que hubiera tirado ipso facto la candidatura, y escondió en la opción de uno más complejo y jurídicamente debatible, el fondo ético y político que representa el guerrerense. Morena, el partido en el poder que lo postuló, lo defendió hasta la ignominia, sometiendo a las mujeres militantes que habían expresado su molestia por la candidatura. Y el presidente Andrés Manuel López Obrador, en su defensa permanente de un candidato impresentable, hoy y antes, lo blindó y arredró a sus críticas y críticos.
Salgado Macedonio es un producto terminado de un sistema político deleznable y hediondo, que no ha sido erradicado y que está alcanzando niveles no vistos antes, impregnados de cinismo y burla a la sociedad. Hoy se han socializado sus abusos contra mujeres, pero no es un personaje del cual no se conocieran sus antecedentes y sus excesos. López Obrador, Morena, y según las encuestas publicadas, piensan que el candidato puede ser exonerado de sus culpas políticas y morales porque va a ganar la elección en Guerrero, si no hay un nuevo obstáculo que impida consumar la voluntad presidencial. Los votos, nos queda claro, están por encima de los vetos.
La historia, como lo sabe el Presidente, sirve para recordar, aunque si se trata de Salgado Macedonio, prefiere olvidar. Vale la pena hoy, en este contexto, recordar un texto que se publicó en este espacio el 5 de febrero de 2007, cuando era edil de Acapulco, ‘El alcalde costales’, como registro ante el error colectivo que se está construyendo con la unción de este candidato. La columna señalaba:
“Félix Salgado Macedonio se encuentra bajo el fuego de dos cárteles de la droga que piensan que los traicionó… Es alcalde de Acapulco, controvertido no sólo por sus acciones, sino por las sombras que sobre él ha tendido el crimen organizado. (En 2006) promedió 20 amenazas de muerte por día, algunas públicas, como llamadas telefónicas a programas de radio en los que lo entrevistaban, o a su casa y oficinas…”.
“Su caso es un microcosmos de lo que está sucediendo en el país, donde los jefes del narcotráfico se han (ido) apoderando de decenas de municipios donde negocian con los alcaldes que les entreguen el control de las policías. Para los narcotraficantes, esa opción es más barata y segura para sus fines de seguridad en las rutas de distribución de drogas y protección… ¿Qué tanto se metió el alcalde de Acapulco con los cárteles de la droga?…”.
“No hay acusaciones contra él a nivel federal, ni averiguación previa en marcha. Sí se tienen indicios en el gobierno federal de que hubo dinero del narco en la campaña de Salgado Macedonio, pero no de uno, sino de los dos cárteles que se disputan la plaza de Acapulco, el de Sinaloa y el del Golfo, que encabezan los hermanos Beltrán Leyva y su socio Joaquín El Chapo Guzmán, y el recientemente extraditado a Estados Unidos, Osiel Cárdenas”.
El problema en Acapulco se socializó de manera sonora en enero de 2005, cuando en la zona conocida como La Garita, cuatro narcotraficantes vinculados al Cártel de Sinaloa, incluido un lugarteniente del Chapo Guzmán, fueron ejecutados por policías de la Secretaría de Protección y Vialidad de Salgado Macedonio, al mando directo de su titular Genaro García Jaimes, quien tras ser descubierto en los videos que mostraban el ataque, renunció “por motivos de salud”. El policía que le dio el tiro de gracia al brazo derecho de Guzmán no vivió mucho para contarlo, y su cabeza apareció colgada de la reja de un inmueble del gobierno local.
Las ejecuciones se incrementaron, hasta que, tras el envío de fuerzas federales a Acapulco, comenzaron a bajar los asesinatos. Pero los problemas no cesaron para Salgado Macedonio, que se movía con una escolta de 14 personas, y había bajado 20 kilos de peso por el miedo. “No se puede meter uno con los cárteles de la droga sin esperar consecuencias”, dijo en aquel tiempo un funcionario federal refiriéndose a Salgado Macedonio sin señalarlo abiertamente. “No se puede pretender ser el rey de la mafia”, agregó otro.
El apoyo federal probablemente le salvó la vida e indirectamente le prolongó su carrera política. Desde entonces aspiraba a ser gobernador de Guerrero y trabajó por ello. No murió asesinado por los cárteles de la droga, como pensaban en el gobierno que sería su destino, porque en 2007 empezó la descomposición del Cártel de Sinaloa y el realineamiento de las organizaciones criminales. Salgado Macedonio siguió trabajando en el estado, donde le perdonaron todo y encontró en López Obrador, que revisó las encuestas para ver quién ganaba por más votos Guerrero, el principal apoyo frente a las turbulencias que enfrentó, para alcanzar la gubernatura.
No podía haber encontrado un mejor padrino. Antes la coyuntura probablemente le salvó la vida. Hoy, el Presidente lo rescató del hundimiento de su vida pública. Personaje de principio a fin, fue protegido por el gobierno de Felipe Calderón en 2007, y protegido por López Obrador en 2021, aunque por razones totalmente distintas. Aquello fue un asunto de Estado; hoy es una burla al Estado mexicano.
Nota: Esta columna dejará de publicarse la Semana Santa. Su publicación reinicia el lunes 5 de abril.