El líder de la Lista Árabe Unida, Mansur Abbas, depositaba su voto, el martes en Maghar (norte de Israel).MAHMOUD ILLEAN / AP

Las cuartas elecciones legislativas celebradas en menos de dos años no han servido aún para romper el bloqueo político en Israel. Tras el cierre de las urnas en la noche del martes, el recuento se ha prolongado con parsimonia este miércoles por las medidas especiales a causa de la pandemia. Con el 88,5% de los votos escrutados, el ala de partidos de la derecha que apoya al primer ministro Benjamín Netanyahu se queda a las puertas de la mayoría, mientras el bloque de la oposición le supera en número de escaños, aunque sin visos de poder conformar una coalición viable.

El escrutinio oficial se espera largo y complejo. Tras el final del recuento de las papeletas ordinarias, previsto para este miércoles, la Comisión Electoral Central tendrá que revisar unos 450.000 votos especiales (un 10% del total) pendientes de examinar. Se trata de los llamados “dobles sobres”: el sufragio de militares, diplomáticos, marinos o presos y quienes en general votan fuera de su lagar de residencia habitual, a los que en estos comicios se añade el de enfermos o sometidos a cuarentena por la covid-19. La presidenta de la comisión, Orly Ades, ha advertido de que los resultados definitivos se harán públicos antes del inicio del sabbat, a primera hora de la tarde del viernes, que precede este año a la celebración de la semana de Pascua judía.
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“Es de prever que el recuento de los votos de los sobres dobles agregue algún diputado al bloque pro-Netanyahu, pero es difícil que incluso así pueda formar Gobierno”, pronostica el analista electoral Daniel Kupervaser. En realidad, los resultados todavía incompletos de los comicios reproducen los de las legislativas del año pasado, con un práctico empate reflejo de la polarización que vive el país. Pero esta vez Netanyahu precisa sumar del respaldo de los dos partidos ultraortodoxos, de los supremacistas judíos del Partido Sionista Religioso y de la derecha radical de Bennett.

“La entrada en el Parlamento de una fuerza racista antiárabe no es el mayor peligro para Israel, sino el compromiso que ha adquirido el primer ministro con estos extremistas sobre el régimen de apartheid para los palestinos y demolición de las instituciones del Estado de derecho con tal de salvarse de su juicio por corrupción”, destaca el activista pacifista y contra la ocupación Yehuda Shaul.

Todos estos aliados de Netanyahu en un futuro Gobierno —ya señalado por la prensa hebrea como el más derechista en la historia del Estado judío— se cobrarán un alto precio en carteras con influencia política y económica. Pero la paradoja de estas elecciones radica en, por primera vez, el líder del Likud estaría también en manos de una formación árabe islamista para garantizarse la mayoría de 61 diputados en una Kneset (Parlamento) de 120 escaños.

“Nadie nos tiene aún en el bolsillo”, ha advertido en la radio el líder de Rama (acrónimo de Lista Árabe Unida), Mansur Abbas, para indicar que puede acabar pactando con el bloque conservador o con la oposición. Su estrategia consiste en conseguir inversiones en servicios públicos y seguridad ciudadana para las depauperadas comunidades árabes, que representan a un 20% de la población israelí, independientemente del color del Gobierno.

El analista Kupervaser sostiene que “Netanyahu no debería tener grandes problemas internos para gobernar con todos estos partidos, si se llega a un acuerdo de coalición”. “La imagen externa de Israel entre la diáspora en Estados Unidos y en Europa, sin embargo, se deteriorará por la presencia de los supremacistas judíos”, puntualiza. “Para no tener que pagar ese precio, deberá buscar desertores entre parlamentarios del bloque de la oposición”.

A falta de resultados definitivos, el partido de Netanyahu ha sufrido un revés en las urnas, al pasar de 36 escaños en marzo de 2020 a solo 30 un año más tarde. “A pesar del enorme éxito de las vacunaciones, el Likud ha retrocedido, advierte el columnista de Haaretz Anshel Pfeffer. “Los israelíes no han olvidado la errática gestión de Netanyahu durante la pandemia antes de la campaña de inmunizaciones”, añade.

El partido gubernamental también ha sufrido la defección de uno de sus dirigentes, el exministro Gideon Saar, quien se atrevió a desafiar a Netanyahu en unas primarias internas y cuyo partido, Nueva Esperanza, ha obtenido precisamente seis escaños. Saar puede convertirse en la alternativa a la extrema derecha como socio del Likud si logra reconciliarse con su antiguo mentor y regresa a la disciplina de la derecha hegemónica.

El centrista Yair Lapid, ha recibido para su partido Yesh Atid 17 escaños, un magro resultado para ratificarle como líder de la oposición al frente de una nebulosa de hasta siete fuerzas distintas con un peso de entre cinco y ocho escaños. Si salen finalmente las cuentas y logra poner de acuerdo a partidos antagónicos, el expresentador de televisión Lapid podrá protagonizar un cambio de ciclo político en Israel antes de que el bloqueo acabe forzando las quintas elecciones consecutivas. La caída de la participación en las legislativas del martes, con la tasa más baja (67,2%) desde 2009, refleja que los ciudadanos empiezan a desentenderse de las urnas.

Lapid tendría que reeditar la maniobra que supuso en 2020 la elección de un presidente de la Kneset de la oposición para poder marcar el paso a Netanyahu. Es el mínimo común denominador que aglutina al frente parlamentario opositor, también denominado “cualquiera menos Bibi”, en referencia al apodo familiar del primer ministro.

Desde Palestina, el primer ministro, Mohamed Shtayeh, se mostró pesimista al analizar los comicios israelíes. En declaraciones a Reuters, consideró que unos resultados electorales tan escorados a la derecha no “ofrecen esperanzas para la paz”.