Jorge Luis Borges tiene un cuento breve que se titula Del rigor en la ciencia, donde nos cuenta la historia de un mapa inmenso, trazado a la misma escala que el imperio que representa.
De esta forma, el mapa coincide puntualmente con el imperio y el modelo iguala la dimensión real de lo representado. Pero la pieza que aquí nos ocupa no trata de cartografía, aunque su origen se remonte a un punto del mapa de la India, donde habitaba un niño con una malformación denominada Craniopagus parasiticus.
Tal deformidad resulta sumamente curiosa, por ser el resultado incompleto del proceso de división de los embriones en un embarazo gemelar; una patología que da lugar al rostro de un feto pegado a la cabeza del otro. Dicho así, resulta espeluznante, tan irreal como uno de esos seres imaginarios de los que escribió Borges y que sirvieron de inspiración para que su amigo Juan Rodolfo Wilcock creara otros tantos. Pero nada más lejos de la imaginación que el caso que hoy nos ocupa y que se conoce como El caso del niño con dos cabezas de Bengala; una criatura nacida en mayo de 1783, en la aldea bengalí de Mundul Gait.
Fue tal el éxito de la atracción que la criatura sería requerida por las castas superiores para entretener las fiestas de palacio
Nada más nacer fue lanzado al fuego por la propia partera. Pero el bebé sobrevivió a las llamas. Ya puestos, los padres de la criatura sacaron su dinero con la malformación del hijo, exponiéndolo en las ferias. Fue tal el éxito de la atracción que la criatura sería requerida por las castas superiores para entretener las fiestas de palacio. Así sucedió hasta que la mordedura de una cobra acabó con su vida.
Poco después, el cadáver fue desenterrado para servir de estudio a la ciencia. Su cráneo permanece expuesto en el Museo Hunteriano londinense, dedicado al cirujano y anatomista escocés John Hunter (1728- 1793), coleccionista de rarezas, quien recibió los restos del niño para su posterior investigación. Everard Home —su ayudante— publicaría el estudio patológico del caso en 1790. Tal y como recogen sus descripciones, la cabeza adicional terminaba en un trozo de cuello donde también se encontraron restos de pulmones y corazón. Dicha cabeza adicional tenía autonomía propia, con cerebro independiente de la cabeza parasitada. Los ojos segregaban lágrimas.
Un siglo después, el caso inspiró al novelista norteamericano Charles Lotin Hildreth, (1856-1896) para escribir una noticia donde el rigor científico se confundía con la ficción más macabra. Algunos monstruos mitad humanos que podrían ser hijos del diablo, se titulaba el artículo que venía dentro de la sección Las Maravillas de la Ciencia, en el Boston Post.
Ningún médico sería capaz de extirpar la cara parasitaria, por lo cual, el mismo Edward Mordake decidió dispararla entre los ojos
En dicho artículo se daban cita una serie de monstruosidades donde destacaba el caso de Edward Mordake, un tipo que nació con la cara adicional de una mujer pegada a su cráneo. Esta segunda cara, de ojos estrábicos y siempre abiertos, se burlaba de todo el mundo que se pusiese delante, sacando la lengua y haciendo muecas. Ningún médico sería capaz de extirpar la cara parasitaria, por lo cual, el mismo Edward Mordake decidió dispararla entre los ojos, poniendo fin a su vida y dando lugar al principio de una leyenda que se haría viral en aquellos tiempos en los que el rigor intelectual, aplicado a la información científica, era inexistente en muchas publicaciones.
Más o menos como ocurre ahora, con Internet, donde una falsedad carente de rigor científico se hace viral y con ello se da por válida, llegando a confundir el mapa con el territorio. Esto resulta tan peligroso como que la falsedad, de tanto tamaño que adquiere, se hace rigurosa e irrefutable y, al igual que sucede con el mapa del cuento de Borges, no deja sitio a las nuevas observaciones que constituyen el método científico.