El incansable spin doctor que es el presidente Andrés Manuel López Obrador buscó en la mañanera de ayer disfrazar los resultados de su primer encuentro con el presidente Joe Biden y planteó como positivo lo que fue claramente una reunión negativa para sus propósitos, su discurso y su programa de nación. La realidad, amarga realidad, es que le fue mal. Llevaba fichas para cambiar, que escuchó su interlocutor para sólo dar largas indefinidas. Pensaba animado y en voz alta López Obrador, anticipando en público lo que pediría en privado. Y para utilizar el lenguaje que le gusta, lo batearon. No se sabe quién le hizo levantar tales expectativas, pero sí sabemos que la Secretaría de Relaciones Exteriores no hizo bien su trabajo para evitar la humillación política.
López Obrador fue cuidadoso en no mentir sobre lo que pasó el lunes, porque no es lo mismo inventar cosas en México, donde domina la narrativa, que inventarle palabras a Biden, pues pueden desmentirlo fácilmente. Un ejemplo fue cuando le preguntaron su opinión de que Estados Unidos no compartiría vacunas con México, como quería, y después de andar por las ramas dijo que encontró comprensión en Biden al planteamiento, y que había “muy buena disposición”. Ante la vaguedad le insistieron si hubo acuerdo, a lo que contestó: “Lo que le puedo decir al pueblo de México es que hubo aceptación de nuestra propuesta. No puedo decir que se logró ya el acuerdo; tampoco de que no hubo acuerdo. Nos fue bien, eso es lo que puedo decir”.
Ni sí, ni no, sino todo lo contrario, dijo para ocultar el revés a su petición desesperada. ¿O se podría entender de otra manera el exponerse ante este descolón luego de que han saturado al pueblo mexicano con declaraciones por meses de que las vacunas anti-Covid estaban garantizadas? Eran mentiras. No hay vacunas suficientes para terminar de inocular a la población, razón por la cual el plan nacional es quirúrgico y a cuentagotas. ¿Qué hicieron con el dinero? A saber, pero en algo lo utilizaron que no tiene que ver con la salud y la vida de los mexicanos.
López Obrador tuvo que pedir a Biden limosnas médicas, que el presidente al cual despreció y desconoció para quedar bien con Donald Trump, le negó. No fue por razones personales –en Washington no actúan como en Palacio Nacional–, sino porque allá sí, la salud de los estadounidenses está sobre todas las cosas. Quizá no hoy o mañana, pero en el futuro mediato, Biden cumpla el favor pedido a López Obrador.
La cancillería mexicana abrigaba esperanzas de que cuajara este lunes el préstamo de vacunas, sin saberse con certeza el porqué de su creencia. Incluso con el gobierno de Trump, con quien tenían mucho mejor relación, llegó México a plantear para el manejo de la pandemia, la posibilidad de la transferencia de la propiedad intelectual de alguna vacuna, para que se fabricara en México. Sin embargo, Jared Kushner, el yerno del presidente y responsable de la relación con México, con quien estaban analizando esa posibilidad, nunca dio respuesta.
El tema de las vacunas fue un revés público porque se socializó y López Obrador elevó las expectativas sobre el tema. Sin embargo, hubo otros infortunios relevantes que sólo pueden apreciarse en el interlineado del comunicado conjunto dado a conocer tras el encuentro. En el punto de la cooperación bilateral para la respuesta y recuperación del Covid-19, se señala: “Ambos presidentes reafirmaron la importancia de una colaboración estrecha para responder a la pandemia del Covid-19, particularmente en áreas relacionadas a la cooperación económica y sanitaria. Acordaron fortalecer la cooperación en la respuesta pandémica, incluido el fortalecimiento de las capacidades de la salud pública, compartir la información y el desarrollo de las políticas fronterizas”.
Irónicamente, el planteamiento de una coordinación regional fue hecho en 2019, antes de la pandemia, para fortalecer la relación bilateral en la frontera común. Fuentes diplomáticas recordaron que el gobierno de Trump había aceptado la propuesta, que se trabajó durante varias reuniones del grupo de alto nivel entre los dos países, pero fue el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, quien finalmente terminó no aceptando ese tipo de coordinación regional. Ahora, el gobierno mexicano, claramente débil ante la administración Biden, lo aceptó sin chistar.
Más aún, en ese mismo punto, en las dos últimas líneas, aparece la afirmación: “Los líderes también acordaron reiniciar el Diálogo Económico de Alto Nivel para promover (los) objetivos” del compromiso que tienen junto con Canadá, dentro del acuerdo comercial de América del Norte, “como un detonador de prosperidad y derechos laborales en ambos países, para crear oportunidades de empleo, mejorar la protección a los trabajadores y prevenir el empleo forzado”. Si la coordinación regional fue un tropiezo para el gobierno de López Obrador, este punto es una cachetada.
El Diálogo Económico de Alto Nivel, que se conoce por su acrónimo DEAN, fue anunciado por los presidentes Enrique Peña Nieto y Barack Obama en mayo de 2013, enfocado a “avanzar las prioridades estratégicas económicas y comerciales que son centrales a la promoción del crecimiento económico mutuo, la generación de empleos y la competitividad global” de ambos países. Es decir, López Obrador aceptó la imposición de un acuerdo cuyo fondo denuesta todos los días calificando ese tipo de políticas como “conservadoras” y “neoliberales”. El DEAN, que fue procesado por Biden, entonces vicepresidente, y Luis Videgaray, entonces secretario de Hacienda, se lo impusieron este lunes al gobierno de México, que no tuvo márgenes de operación.
Cuando se analiza con detenimiento el comunicado conjunto, no hay otra conclusión fuera de que a López Obrador y a su proyecto de nación les fue mal. Pero también refleja lo que diplomáticos observaron: Estados Unidos sí tenía claro a qué iba a este encuentro; México no. Biden estuvo enfocado; López Obrador salió con ocurrencias que buscó acomodar Relaciones Exteriores en la agenda y el comunicado, sin éxito alguno. La relación bilateral arrancó mal para el Presidente.