“Creo que el primer asesinato fue probablemente un punto de inflexión para los chimpancés. Ciertamente fue un punto de inflexión para mí”. El primatólogo Aaron Sandel estaba allí cuando un grupo de chimpancés mató a Erroll, un macho de bajo rango. Durante mucho tiempo, todos ellos habían compartido clan en la comunidad de Ngogo (Uganda). Pero el grupo había crecido demasiado, por encima de los 200 chimpancés, algo nunca visto. Y se habían dividido. Desde 2015, cada vez que se encontraban entre los árboles frutales, crecía la tensión entre las facciones. Hasta que en enero de 2018, tres machos del grupo occidental sujetaron a este joven de 15 años y acabaron con su vida a golpes y dentelladas. Los tres tenían pequeños trozos de carne de Erroll en la boca cuando quedó tendido inerte entre las hojas. El ataque fue tan feroz que algunos de sus huesos quedaron a la vista.
“Esperaba tensión y hostilidad. No esperaba una violencia letal”, cuenta por correo electrónico este investigador de la Universidad de Texas (Estados Unidos). En su trabajo, escrito con el veterano David Watts, se recoge un hito: la segunda ocasión en la que los humanos presencian cómo una comunidad de chimpancés se divide belicosamente en dos clanes, con tres muertes violentas. La impresión de Sandel recuerda a la que sufrió Jane Goodall cuando con sus observaciones se descubrió por primera vez que estos animales son capaces de librar “guerras”, como ella las denominó. “Durante años luché para aceptar este nuevo descubrimiento. A menudo, me despertaba en medio de la noche y venían a mi mente terribles imágenes”, escribió la pionera primatóloga. Ella fue testigo de ese enfrentamiento en Gombe (Tanzania), hace 47 años. 850 kilómetros al norte en línea recta está el Parque Nacional de Kibale (Uganda), en el que se estudia a esta gigantesca comunidad de Ngogo desde hace casi treinta años.
Los primatólogos estaban sorprendidos por la cohesión de un grupo de más de 150 miembros, casi el triple de lo que suele ser normal. Pero en los últimos años, al superar los 200, se subdividieron en tres comunidades: occidental, central y oriental. La central, la más numerosa, es la que ha visto cómo los occidentales mataban a tres de sus machos en un territorio fronterizo, ahora en disputa, lleno de árboles muy valiosos por sus frutos. En el mapa, cedido por los científicos, se ubican el dominio de cada uno, la zona en disputa y el punto exacto de los ataques.
La muerte de Erroll podría ser solo un episodio sangriento más en una especie en la que “la violencia letal está dentro de su repertorio conductual”, como explica Sandel. Pero solo dos meses antes había desaparecido en esa misma zona otro macho joven del clan central, Orff, y los científicos dan por hecho que sufrió la misma suerte. Sobre todo después de lo que pasó el 15 de junio de 2019.
Aquella tarde, algo llamó la atención de los científicos mientras un numeroso grupo del clan central comía tranquilamente en las ramas de los frutales. Todos los chimpancés se quedaron helados mirando hacia el suelo. Abajo, un grupo de los occidentales —que incluía hembras con bebés—, se acercó con signos de hostilidad. Tras unos gritos y gestos amenazadores, algunos chimpancés del bando occidental comenzaron a ascender por el follaje, acosando al otro grupo, que se dispersó asustado. La hembra Carson, con su cría aferrada al vientre, persiguió a la hembra Christine, que también cargaba a su bebé, y se golpearon. Los machos occidentales empezaron a sitiar a distintos rivales en medio de un caos creciente hasta que Basie, un macho de 33 años y alto rango en la jerarquía de Ngogo, cayó o saltó desde las ramas a 15 metros de altura, acorralado por los atacantes.
En el suelo, los asaltantes rodearon rápidamente a Basie (como se ve en la imagen superior del artículo). Estaba perdido. “Hutcherson y Richmond agarraron a Basie y lo sujetaron por el lado izquierdo, mientras que Garrison lo sujetó por el derecho. Carson lo mordió y golpeó de frente. Wes y Rollins se unieron rápidamente al ataque, seguidos por Wayne y Buckner”, relatan los investigadores en el estudio. En medio de esa refriega saltó la hembra Aretha, el único chimpancé del clan central que no había huido. Durante unos segundos trató de defender a Basie golpeando a sus enemigos, pero la ahuyentaron rápidamente.
Reanudaron su ataque, pero en lugar de linchar a Basie como hicieron con Erroll, hacían pasadas una y otra vez golpeándole de uno en uno. Y así le dejaron, herido de muerte, pero sin rematarlo salvajemente en grupo como le habían hecho al joven de bajo rango un año antes. Es probable que el trato fuera distinto, sostienen los investigadores, porque Basie había sido un compañero muy cercano cuando el clan estaba unido: en peleas contra enemigos, en comidas en comunidad, en mimos recíprocos.
Cuando Basie se alejó a rastras de aquel lugar, se acercó su gran amigo Brownface, de 53 años, para tratar de llevárselo de allí. Le gritó e hizo gestos para que le siguiera, le dedicó mimos y permaneció junto a él toda la noche mientras se le iba la vida. Por la mañana, Brownface se alejó y unas horas después los científicos certificaron la muerte de Basie.
Algo se rompió definitivamente con la muerte de Erroll. Ya no eran dos subgrupos con roces, era una guerra a muerte. La mayoría de los primatólogos se resisten a llamar “guerra” a estos episodios “porque tiene un significado social y político específico para los humanos”, explica Sandel. Pero a muchos otros científicos les gusta usar las agresiones letales de los chimpancés, cooperativa y coordinada, como una forma de imaginar los orígenes evolutivos de la guerra en los humanos.
“La característica distintiva de los ataques letales que estamos viendo en Ngogo es que parece ser un producto de la división de la comunidad. De esta manera, hablando coloquialmente, son como una guerra civil primordial”, reconoce Sandel. Se han visto muchos ataques entre grupos colindantes, pero esto es una guerra civil como la que vio Goodall: un clan que se parte y desata numerosas muertes violentas. En el conflicto de Gombe, entre 1974 y 1978, una facción logró exterminar uno a uno a todos los machos del grupo enemigo, lo que supuso la reabsorción de todas las hembras en el clan victorioso.
Guerras, humanos y bonobos
Los chimpancés del clan central no han vuelto a pisar el entorno de aquel árbol donde mataron a Basie, lo que indica que estas muertes se deben a una competencia territorial por esa región fronteriza con buen alimento. Pero no solo eso. A Erroll le arrancaron un testículo y Basie perdió su pene. “Cuando los chimpancés atacan a los chimpancés machos de otros grupos, a menudo se centran en los genitales”, explica Sandel. “La extirpación de los testículos reduce la capacidad reproductiva de sus vecinos, aumentando así su relativo éxito reproductivo”, afirma.
“Este estudio de ataques letales entre chimpancés del mismo grupo da una idea poco común de cómo pueden fracturarse los lazos sociales. Solo documentando los casos de ruptura podemos comprender los factores que suelen mantener unida a una comunidad”, asegura Sandel. Esta ruptura aún no se ha resuelto. Según leen estas líneas, patrullas de machos pueden estar circulando por esos territorios y provocando nuevas escaramuzas: el conflicto sigue vivo, bajo la atenta mirada de los veteranos primatólogos John Mitani, Kevin Langergraber y David Watts, que llevan décadas observando al grupo, como retrata el documental The rise of the warrior apes.
Los chimpancés son un ejemplo paralelo interesante, más que una prueba de nuestros orígenes violentos. Sobre todo porque tenemos otros primos igual de cercanos, los bonobos, que viven en un plácido matriarcado en el que los conflictos se resuelven con encuentros sexuales, también homosexuales. “Antes de fijarnos en que los seres humanos tienen una mancha oscura indeleble en su naturaleza, debemos mirar el contraejemplo de los bonobos, que no luchan ni se cazan entre sí. Los bonobos parecen tan inteligentes como sus primos chimpancés, pero han evolucionado de manera muy diferente”, explica la historiadora de la Universidad de Oxford Margaret MacMillan en su último libro: War (Guerra, Profile Books).
“Es tentador concluir que, si los chimpancés se matan entre sí, entonces la violencia está en nuestra naturaleza”, advierte Sandel. “La violencia puede estar en nuestra naturaleza. Pero nuestra naturaleza está fuertemente moldeada por la sociedad. No soy historiador ni filósofo, pero supongo que no necesitamos mirar mucho más allá del capitalismo, el imperialismo y el patriarcado para entender por qué los humanos son violentos. Empecemos por ahí, al menos”, reclama.