Desconfiado. Así ha sido siempre Andrés Manuel López Obrador. Le tiene confianza a muy pocas personas y por eso ha construido una forma peculiar de gobernar, donde no existen jerarquías ni estructuras, sino funcionalidad a partir de lealtades. Precisamente en este momento donde está confinado dentro de su apartamento en Palacio Nacional, la lealtad es una virtud que evaluará de sus colaboradores, no sólo para mantenerlos firmes en sus cargos, sino eventualmente para decidir, en el epílogo de su sexenio, a quién le entrega su legado.

Por razones médicas, el Presidente pudo salirse de la tormenta que siempre lo hostiga y observar las cosas bajo otra perspectiva. El comportamiento de los miembros del gabinete y de algunas otras figuras que lo han ayudado a sacar adelante su agenda, redefinirá lo que será el entorno de sus confianzas una vez que salga de la enfermedad del Covid-19 y se enfoque en sus prioridades de corto y largo plazos, las elecciones de junio próximo y las presidenciales de 2024.

Por sus tuits se puede observar cómo están gestionando y administrando individualmente esta crisis, y permiten apreciar los grados de cercanía o de prudencia que han mostrado algunos de sus colaboradores. De todas y todos, dentro y fuera del gabinete o del gobierno federal, la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, es la única que desde el primer momento mostró una empatía que va más allá de la relación jefe-subordinada (este papel lo juega ella al margen de la autonomía que por definición tiene su cargo), y entra en un ámbito de familiaridad que nadie tiene. Hay razones políticas y personales de ello, que se remontan varios lustros, donde no cabe duda de la lealtad de Sheinbaum y la garantía de que no hará nada que lo moleste.

¿Qué podría enojar a López Obrador en este momento? En esta crisis –la ausencia del Presidente, aunque siga gobernando a distancia, es una crisis–, sentir que alguien está actuando más allá de los parámetros que ha establecido –subordinación sin márgenes de maniobra– puede desquiciarlo. Ante esta eventualidad excepcional, que se desaten los demonios con intrigas palaciegas para aprovechar la coyuntura y querer sacar raja política del momento, es algo que su personalidad y temperamento no van a permitir. No sólo es un acto producto de su individualismo, sino de estabilidad. Los políticos más experimentados que lo conocen y tienen medido, no se han desbocado ni cometido ese tipo de errores.

El secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard, quien mejor comunicación política tiene de todo el gobierno, con excepción del presidente López Obrador, ha extremado la precaución de no ubicarse en la lupa de los reflectores que estos días no iluminan, sino queman. Ayudado inopinadamente por el confinamiento mientras se hacía las pruebas de Covid, ha sido cuidadoso en extremo con su estrategia en redes y muy puntual e institucional en la transmisión de mensajes. El coordinador de Morena en el Senado, Ricardo Monreal, fuerte protagonista de la política interna, también optó por sumergirse en un perfil tan bajo que parece casi invisible. Ha utilizado sus redes para comunicaciones internas de la bancada, y en mensajes discretos y de poca zalamería –frente a los excesos de muchos más– ha estado presente en el respaldo político del Presidente, subrayando lo que le gusta decir y oír a López Obrador, que es igual a todos y diferente de antiguos gobernantes.

La secretaria de Gobernación, Olga Sánchez Cordero, que como jefa nominal del gabinete le encargó López Obrador remplazarlo como cabeza de la mañanera mientras se reintegra a su espacio, sin el oficio político de Ebrard y Monreal, ha cometido errores de fondo al ir en contra de la narrativa del Presidente y marcar diferencias claras en políticas públicas. Los momentos más claros han sido su posición sobre la violencia de género, y cuando en un implícito rechazo al modelo de comunicación armado por la vocería presidencial de utilizar paleros para ayudarle al Presidente al control de la conversación, preguntó si no había periodistas de Reforma y El Universal, “los periódicos más importantes”, para darles la palabra, pese a que encabezan la lista de los enemigos públicos de López Obrador, a quienes trata siempre como enemigos y difama sin freno.

Sánchez Cordero está fuera de los proyectos transexenales de López Obrador. Sin embargo, sus posiciones y declaraciones en estos días han mostrado las fisuras que existen en el equipo presidencial sobre temas de fondo, como el Estado de derecho y la polarización. Las molestias que existen dentro de Palacio Nacional por su gestión no han encontrado otras voces entre los colaboradores de López Obrador, que la corrijan para meterla en la narrativa del Presidente. La secretaria de Gobernación será políticamente inofensiva si el estado de salud del Presidente se mantiene estable durante estos días y comienza a mejorar la próxima semana, al llegar al día 10 del contagio. Si no es así, que es un cálculo que se hace, pero no se socializa, las cosas cambiarán.

López Obrador está entrando al periodo en que la enfermedad puede tomar giros distintos a los que hasta ahora nos han dicho las autoridades, y la estabilidad con síntomas leves que mencionan, puede empeorar. También puede suceder lo contrario. El cuidado con el que se están moviendo los principales actores políticos lopezobradoristas es extremo, porque la situación que se vive no sugiere otra actitud. La lealtad al Presidente en estos momentos sólo se puede mostrar a través de la prudencia política y la discreción.

Inicia la parte difícil en la evolución de la enfermedad, caracterizada por lo incierto del comportamiento del virus. Hasta el próximo miércoles, se estima, habrá claridad sobre el pronóstico de la salud del Presidente. Ante cualquier escenario, desbocarse afectará a quien lo haga, al gobierno y al país. La gobernabilidad depende de su contención. Su viabilidad política futura, también.