El aparato de propaganda del establishment mediático anti Trump ha enfocado con eficacia todas sus baterías contra el presidente por la irrupción de vándalos al Capitolio y ha tratado de construir una narrativa ideológica para alertar sobre un fascismo doméstico de masas supremacistas. Sin embargo, poco ha dicho ese sector discursivo sobre el fascismo de Estado que el gobierno de la Casa Blanca construyó en la guerra fría contra el comunismo y después del 9/11 contra el terrorismo.
Las leyes patrióticas del presidente George Bush Jr. permitieron el espionaje masivo dentro de los EE. UU., la consignación de sospechosos sin procedimientos de defensa legal, la prisión de Guantánamo, los hoyos negros de la CIA como lugares para interrogar detenidos, el uso legal de la tortura para obtener información sobre el terrorismo árabe radical y las aprobaciones de secretarios de Justicia y de Defensa de técnicas violentas de interrogatorio.
Detrás de estos datos que mostraron al Estado estadunidense usando medidas radicales de investigación que violaron todos los derechos humanos se localizaba, como justificación, el miedo al terrorismo y la capacidad de respuesta institucional de la Cas Blanca. El dato mayor se encuentra en el repudio y el no reconocimiento de la Casa Blanca al Tribunal de Justicia de la Haya porque ahí se encuentran radicadas denuncias contra funcionarios y expresidentes estadunidenses por delitos de lesa Humanidad.
Pero la categoría que define este tipo de medidas inhumanas contra disidentes se resume en el concepto de Estado fascista: es decir, el abuso de autoridad para sostener un Estado que a su vez es el representante del gran capital. Las guerras extranjeras de los EE. UU. –Vietnam y el medio oriente, como tipologías– fueron por mantener el control ideológico de una zona del planeta fuera de los EE. UU. y para garantizar el control del petróleo.
La crisis poselectoral que tuvo su momento cumbre en la invasión del Capitolio por grupos radicales de ultraderecha, supremacistas y organizaciones racistas ha sido utilizada por el establishment de los lobbies de poder fáctico para construir una operación político-legislativa de largo alcance: la aprobación de leyes represivas contra lo que se denomina “terrorismo doméstico” que lo mismo incluye a radicales que usan la violencia criminal con argumentos políticos, que a grupos sociales organizados bajo discursos antirracistas, de derechos humanos y de libertades civiles.
En el sitio theintercept.com se han estado publicando análisis de fondo para documentar lo que se mueve detrás del escenario de indignación del grupo de poder de la reina demócrata Nancy Pelosi. El periodista James Risen fue perseguido de manera judicial-penal por los presidente Bush Jr. y –¡sorpresa!– por el presidente Barack Obama por publicar la denuncia del espionaje social de la Agencia de Seguridad Nacional y padeció amenazas judiciales de encarcelarlo, no sólo para que denunciara a su fuente de información sino como forma de intimidación a él y al The New York Times para retrasar un año la publicación de sus indagaciones.
El Estado fascista es el aparato de poder autoritario al servicio de una clase plutocracia y sus aliados –el complejo de lobbies de poder que tienen bajo control a la Casa Blanca y al que repudió Trump caracterizándolo como Estado profundo— con medidas de autoridad que reprimen las libertades de protesta, pensamiento y constitucionales. El juicio contra Trump es un choque del Estado fascista de Biden y Pelosi contra la base fascista de las masas de Trump.
Después del juicio contra Trump vendrán otras decisiones autoritarias: más espionaje social y político, leyes más represivas contra las libertades civiles y la construcción del discurso ideológico del terrorismo interno contra grupos radicales de derecha y ultraderecha y defensores de libertades civiles que aprovechan las leyes para minar al Estado autoritario.
Fracaso de la DEA. Si se revisan bien los argumentos de la Fiscalía sobre el general Salvador Cienfuegos Zepeda se encontrarán ahí elementos que revelan, primero, la violación de leyes mexicanas en el expediente de la DEA y, después, la fragilidad de las bases probatorias de la acusación. Y como tercer dato hay que agregar el hecho de que el gobierno de los EE. UU. desautorizó la investigación de la DEA al liberar al secretario mexicano de Defensa Nacional en 2012-2018 sin ningún cargo. Ahora va a venir la venganza de la DEA contra México, sobre todo porque sus agentes deben estar registrados y sus operaciones compartidas.
Política para dummies: La política debe comenzar por poner en duda el discurso del establishment.
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