Cecilia Fuentes Macedo, hija de Carlos Fuentes y Rita Macedo, en su casa al sur de la Ciudad de México.GLADYS SERRANO LUIS PABLO BEAUREGARD

Es fácil comprender por qué Mujer en papel (Trilce, 2019) se ha convertido en un fenómeno literario en México y ha sido nombrado el libro del año por la cámara de la industria editorial. Las memorias inconclusas de la actriz Rita Macedo, quien se suicidó a los 58 años en diciembre de 1993, son generosas en confidencias e indiscreciones. El texto es también un retrato crudo de una mujer que se abría paso en el México de la posguerra, con una pujante industria del cine y el teatro. Macedo fue dirigida por Luis Buñuel en Ensayo de un crimen, Nazarín y El Ángel Exterminador y trabajó con los grandes actores del cine de oro como Pedro Armendáriz, María Félix o Emilio El Indio Fernández, además de los reyes de las tablas escénicas, como Manolo y Fela Fábregas. En el recuento de su vida se plasman las inseguridades que le provocaban los trabajos frente a cámara. También están sus aventuras y desventuras amorosas, estas más abundantes que aquellas. Se prostituyó casi de forma involuntaria en el mercado de carne que era el Hollywood de finales de los 40. Fue amante de Adolfo Orive Alba, ministro del presidente Miguel Alemán. “Cuando en la madrugada volvió a hacerme el amor supe por primera vez lo que era un orgasmo…Me preguntaba: ¿Cómo es posible que después de tantos años, este extraño haya logrado satisfacer mi hambre de placer sexual?”, escribe Macedo sobre el político, que prometió abandonar a su esposa para casarse con ella. No cumplió.

Mención aparte merecen los capítulos que Macedo dedica a Carlos Fuentes, en aquel entonces un joven escritor hijo de un diplomático que preparaba una novela llamada La región más transparente. La actriz se obsesionó con él y lo convirtió en su segundo esposo. Con un tono desenfadado, Macedo hizo un retrato diferente del mundo intelectual mexicano de aquellos años. Un atolondrado Octavio Paz pasea en un convertible conducido por una arrojada aristócrata rusa. Fernando Benítez aparece como un despectivo misógino que se burla de la curiosidad intelectual de las mujeres. Y mientras, el matrimonio Fuentes Macedo se divertía en bailes y fiestas entre América y Europa. Mujer en papel es también la crónica de un matrimonio en caída libre. Con la llegada de la fama de Fuentes, las inseguridades dentro de la pareja comenzaron a hacerse notorias. Ha sido Cecilia Fuentes (Ciudad de México, 1962), única hija de la pareja, quien recopiló y completó las memorias de su madre. La testigo del amargo fin a un intenso amor.

La publicación de estas memorias han significado un terremoto para parte de la familia y amigos de Fuentes. En estas páginas el Premio Cervantes 1987 es un hombre de carne y hueso que dejaba un rastro de dibujos eróticos en las superficies de su casa. Un padre cariñoso, enamorado y muy sexual. El rastro de este amor quedó en centenares de cartas que no han logrado plena autorización para ser publicadas. Con un ánimo rebelde y algo punk, Cecilia Fuentes incorpora mucho del candente intercambio epistolar en la voz de su madre. El libro se ha convertido en un objeto de culto que ha logrado reunir a personas encandiladas por las cientos de anécdotas que llenan este testimonio. Cada viernes a las 19.00 de la tarde, los seguidores de Rita Macedo se conectan con Cecilia Fuentes para hablar de una vida llena de pasión que tuvo un trágico desenlace por la depresión.

Pregunta. Escribir y editar son una búsqueda. ¿Encontró respuestas en este proceso?

Respuesta. Encontré respuestas pero a cosas que no buscaba. No buscaba más que darle gusto a mi mamá. Esa era mi ilusión. Que tuviera el regalo que le prometí hace tantos años y que no había podido concluir. No buscaba respuestas de ella. La tenía muy clarita después de tantos años juntas pegadas como chicle. Con el libro conseguí que la gente se acordara de ella. A muchos jóvenes que se acuerdan, la siguen buscando, se han interesado en el libro y se han identificado como hija, esposa, mamá. Es lo que me tiene sorprendida. Al juntarse esta cantidad de gente empecé a hacer mis lives en Facebook y pues ya tenemos un grupo que se junta y llamamos los Ritólogos. Me puse a leer las cartas prohibidas y a la hora de leerlas aprendí, y ahí sí descubrí que mi papá no era como mi mamá me lo había pintado. Creo que mi mamá tuvo mucho rencor con él e hizo que yo también se lo tuviera. Con la lectura de las cartas en voz alta me di cuenta de que mi papá sí me quería, me cuidaba, no fue él quien dejó a mi mamá sino que fue ella quien se hartó. Yo le reproché a él durante mucho tiempo cosas que ni al caso. Yo sola me desterré de su vida.

P. ¿Terminó con más preguntas de las que tenía?

R. De mi papá. Con mi mamá deduzco que fue la rabia y dolor lo que la impulsó a volverse lo que se volvió y a tratarme como me trató. A hacerme creer que mi papá nos había dejado como si hubiera ido por cigarros. Me echó una carga encima muy pesada. Sí me dio mucho gusto saber lo de mi papá porque fue abrirme las puertas a otro submundo de él. Uno que me encantaría platicar alguna vez con Silvia [Lemus, viuda de Fuentes]. Es muy complicado porque mientras Silvia piense que este libro es una agresión a mi papá y no un estudio de una relación de amor tormentosa yo no puedo hablar con ella. Lo que yo quisiera es leer las cartas del otro lado, que debe tener ella en Princeton o guardadas. Me gustaría oír el otro lado. Siempre oí el de mi mamá. Quiero oír el de mi papá. Es lo que busco. Nada más.

P. ¿El libro le ha cerrado o abierto puertas?

R. Me ha abierto puertas porque ahora hay gente que me conoce y antes no sabía que había nacido. Cuando empecé a hacer las entrevistas me decían “ni sabíamos que existías”. Se encargaron mucho de siempre taparme. A mí me trataron como la que no existe: la feíta, la gordita, la chaparra, la que trabaja en televisión, la que no es culta. Fue incómodo estar siempre así. No se me cerró ninguna porque siempre tuve todas cerradas.

P. ¿Ha remado a contracorriente para publicar las memorias?

R. Sí y no. Silvia tiene mucho poder. Ella tiene como trabajo cuidar la memoria de mi papá en lo que él quería que vieran de él y lo hace perfectamente bien. De repente nos encontramos y me regaña: “No debiste decir esto, no debiste decir lo otro”. Ella cumple con regañarme. Los amigos intelectuales de papá sí van y le llenan la cabecita de ruido. La vista global de la gente pensante es que esto es una mentira de mi papá, pero saben bien que no lo es. Lo que pongo pasó y es real. Pueden pensar que es traicionar las reglas que tienen entre ellos entre lo que se debe decir y lo que no. Y es justo lo que yo quería hacer, romper todas esas reglas. Lo que yo quería hacer es decir que toda esta gente a la que admiran, y que llaman “maestros”, son gentecita normal. Admiro más a mi papá en la versión de joven desmadroso que en esa del señor propio. ¿Cuál es la necesidad de mantenerlos tan idealizados si fueron gente muy divertida? A Silvia le explico una y otra vez que ella tiene a su Carlos, pero antes de que ella llegara pasaron otros 20 años donde fue este Carlos, joven veinteañero y mujeriego. Ese es el que le estoy dando a la gente, al igual que a mi mamá. Si los van a querer que los quieran por lo que son, no por lo que les inventaron. Me molesta la adoración a un ídolo que no es.

P. Usted agradece en el libro a Silvia Lemus. ¿Contó con su ayuda?

R. Sí. Yo siempre la voy a querer. Puede que no esté de acuerdo en mucho que hizo o hace, pero así como no quiero que se metan conmigo pues ella también puede hacer lo que le da la gana. Es una parte muy importante de mi vida. Fuimos jovencitas casi juntas, traviesas juntas. Pero no tengo problemas con ella. Me ayudó al principio porque yo, a ella antes que a nadie, le llevé el libro y le dije que no lo iba a sacar sin que lo viera primero. Le enseñé también las cartas que me encontré después. Ella fue la que me dijo que habló con la agencia Balcells y que estaban todos de acuerdo en que no podía sacarlas. “Tu papá no hubiera querido que se supiera cómo era, lo que hacía, sus dibujos eróticos con tu mamá, sus poemas, cartas, forma de hablar”, me dijo. Pero me sugirió que pusiera en voz de mi mamá las cartas: “Es tu mamá contando la carta, no la escrita por Carlos”. Eso fue un trabajal de cuatro o cinco años.

P. ¿Cómo fue el proceso? ¿No tuvo autorización de utilizar las cartas, pero las revisó todas?

R. No tengo autorización ahora, pero Silvia acabó cediendo a los dibujos que fueron para mí y para los pedazos de la carta donde hablaban de mí. Eso sí lo autorizó ella sin problema. Lo que no quieren es ningún de los “Rita, mi amor, extraño tus nalgas y tus tetas”. Es lo que no quieren que salga. El libro era lo que mi mamá escribió y yo pasaba en limpio. Ella solo escribió de corrido hasta donde mi papá se va. Nunca pudo pasar de ahí. Primero era terminar la historia con relatos de mis hermanos [la actriz y cantante Julissa y el productor Luis de Llano], amigos, lo que yo me acordaba y unificar la voz. La tenía muy clara, voz y tono. Era mimetizarme para terminar la historia sin que brincara lo que escribió ella y lo que hice yo. El principio y el final cambiaron miles de veces. Ahora quiero agregar un capítulo por lo que yo encontré de mi papá. No es justo que concluya que no tiene validez para mí. Le tengo que pedir perdón.

P. Dice en la dedicatoria de este libro “y que pase lo que pase”. ¿A qué se refería?

R. Pues sabía que a Silvia se le iban a parar los pelos, que a mi papá le iba a dar diarrea. Que la Poniatowska iba a decir bravo, que los Gabos seguramente se hubieran divertido. Sé que ella [Mercedes Barcha] alcanzó a leerlo, él no. La Navidad de 2019 sé que compró [Barcha] copias para todas sus amigas. Me dio mucho gusto. Mi mamá aplaudía mucho a Gabo y le decía a mi papá: “Escribe mejor que tú y es más humano que tú y eso jamás lo vas a poder conseguir”. Se ponía verde. Las broncas con los amigos políticos, con los intelectuales, todos los amigos que siempre estaban protegiéndolo y haciéndole un mundo falso alrededor.

P. Y lo que vemos aquí es la historia de un intelectual enamorado…

R. Sí, y desmadroso. Tenía una meta muy clara. De chiquito mi mamá le sirvió porque lo tenía en una bandeja de oro con todo pagado y lo seguía porque mi mamá enloqueció con él. Lo pasaron muy bien. Pero cuando mi mamá cumplió su etapa él necesitó otra mujer. Silvia fue la mujer perfecta para él. Fue como cambiar de coche. Ya no quiero un Volkswagen, ahora quiero un BMW. También se vale. Yo hablo del cacho antes del BMW. Yo creo que mi mamá estaría contenta con el libro. Y mi papá también, de que yo haya abierto la boca y acordarme de lo que era porque creo que se le olvidó quién era.

P. ¿Diría que su madre era feminista?

R. Sí lo era. Creció muy sola. Con ella misma y entre puras viejas. Se volvió feminista sin querer serlo. Tenía que luchar por ella y su vida. Los hijos vendrían después. Esos eran un estorbo, los mandó con las abuelas. Cuando ella decidió que quería estar con este hombre y dejar lo que tantos años le costó armar lo hizo. Una mujer muy libre sexualmente. Si hay que cobrar, cobramos; si hay que enamorarse, también; si hay que ser la amante, ni modo. Son actos que para mí nunca fueron feministas, pero que con el concepto de ahora pues sí lo era. El único miedo que tenía mi mamá era el contacto humano.

P. Tenía mucho miedo de estar sola…

R. Su mamá le dio en la torre por dejarla en un internado tantos años. A fuerza te traumas. Su terror a la soledad y a que le dijeran fea y tonta se volvió una obsesión hasta el día de su muerte. Y era una lata. Te equivocabas de palabra y la hacías sentir tonta y venía la guerra. Corrida de la casa tres meses. Tenía su frase famosa: Te perdono la falta, pero no el castigo. En cuanto se sentía agredida sacaba las uñas. Y eso le hizo un caparazón contra la gente. Todos la veían con terror. Era una mujer con mucho dolor que creo que con mi papá encontró algo pleno porque le alimentaron el cerebro, le dijeron bonita, inteligente. Y aprendió. Y cuando le quitaron eso mi mamá se murió… Nunca volvió a ser feliz.

P. Su madre emprende la escritura de sus memorias con mucho ánimo hasta que llega a Carlos Fuentes. Creo que habla de lo que es también escribir y volcar una vida en palabras. ¿Desarrollo alguna teoría sobre esto?

R. La única carta que ella dejó cuando se iba a matar la rompí y nunca la leí. Se la llevó el basurero. No tengo idea de lo que decía. Ni una guía. Todo es posible. Primero pensé que no aguantó el dolor que le causó mi papá. Y luego pensé que le dijeron que no podía usar las cartas y se enojó y dijo al carajo con todo. O que haya leído las cartas y se haya dado cuenta de que fue ella quien alejó a mi papá. ¿Cuántas cartas hay ahí pidiendo que regresara, ofreciéndole irse a España y ayudarle con una carrera allá? Todo un año de mi papá peleando por regresar y mi mamá ignorándolo. Tal vez ella, al escribir su historia, se analizó y se dio cuenta de que tenían razón tantas cosas que le decían sus hijos y desataban pleitos. Es un mundo de posibilidades. O como dijo mi hermano, quizá estaba enferma y nunca nos enteramos.

P. ¿Cuándo supo que tenía una mina de oro entre las manos?

R. Ojalá lo fuera monetariamente. He ganado más vendiendo playeras y cubrebocas con sus dibujos que del libro. Es una mina de oro emocional. Siempre porque mi mamá fue especial. Terminado traté que mis amigos lo leyeran. Lo mandé a directores de televisión, editores, parientes. Nadie lo quería leer.

P. ¿Qué reflexión hace del mundo intelectual mexicano?

R. Son una bola de hipócritas. Mentirosos. Ególatras. El Gabo no era así. La última vez que fuimos Silvia y yo juntas a un cumpleaños de mi papá en Bellas Artes, al que no me volverán a invitar nunca, me harté. Había 40 personas durmiéndose. Y yo le decía a Silvia que para mantener la memoria de mi papá sería mejor un reventón en el Salón México. Invitar a las rumberas de 80 años y dar alcohol y baile. Darle vida. Pero no, ahí estaban esos viejos con la babita cayendo.

P. ¿Ha cambiado el México que describía su madre y el de ahora?

R. El libro salió en el momento adecuado. Mucha gente sigue pensando que las cosas no deben decirse. Estamos los que pensamos que es hora de cambiar las cosas y que todo sea natural. El país sigue siendo un desastre. Mi mamá siempre decía que nos iban a invadir con machetes y corría y compraba 300 botellas de agua y comida. Estamos igual ahora. Me preguntan qué estaría haciendo en la pandemia. Comprando 300 botellas de agua y latas. El país sigue siendo un caos y los presidentes siguen siendo igual de malos. El tráfico estaba mejor antes, ahora no. La ciudad era más bonita, ahora no. Pero mentalmente la gente no crece.

P. Dice que luchó por publicar este libro. ¿Qué obstáculos encontró?

R. Mi hermano Luis [De Llano Macedo] no quería que yo dijera que mi mamá había sido prostituta. ¿Por qué no?, le decía. A ella le daba orgullo y yo no tenía ningún problema, ¿qué le importaba si ella quería contarlo? Él no quería que salieran muchas cosas de su papá, don Luis de Llano Palmer. Esperé hasta que murió y me pidió que quitara todo lo malo. Le dije que no porque entonces le quitaba toda la historia de ese matrimonio. Solo quité algunos detalles excesivos para darle gusto a todos. Silvia me pidió que no pusiera nada del 68. Metí una parte, pero ni mencioné las cartas que tenía para no meterse en líos. Julissa me pedía que agregara cosas: “Me decía que tenía cara de chango…”.

P. ¿Alguna vez conoceremos lo que llama las cartas prohibidas?

R. No hay cómo. Quizá en 100 años de la muerte de la persona, cuando se vuelvan públicas, pero no creo.