El presidente Andrés Manuel López Obrador no parece darse cuenta en dónde está parado, pero en las dos últimas semanas, a partir del 16 de octubre, esto sucedió:

1.- Detuvieron al exsecretario de la Defensa, general Salvador Cienfuegos, en el aeropuerto de Los Ángeles, acusado de proteger a cárteles de la droga durante una década. No le informaron al gobierno mexicano porque, explicó el fiscal, temían que lo protegería el Ejército, y si pedían su captura con fines de extradición, nunca se la darían. Moraleja: no les tenemos confianza.

2.- El embajador de Estados Unidos en México, Christopher Landau, declaró en Estados Unidos, de manera sorprendentemente cándida, que desde el primer día que asumió su cargo, sabía de la investigación y sentencia del general Cienfuegos, pero no lo dijo por la secrecía del caso. Moraleja: no se confundan, no somos amigos.

3.- El periódico The Washington Post dio a conocer un informe confidencial de la CIA donde señala que 20 por ciento del territorio mexicano está en manos de los cárteles de la droga. Moraleja: los tenemos bien vigilados.

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4.- La American Barr Association, el organismo con 140 años de vida que agrupa a los abogados en Estados Unidos, envió una carta al presidente López Obrador donde se queja que su gobierno no respeta el Estado de derecho, y sugieren de tácticas intimidatorias del SAT por fuera de los márgenes de la ley. Moraleja: al gobierno le importa muy poco la ley.

5.- Treinta y siete diputados y seis senadores enviaron una carta al presidente Donald Trump para quejarse de acciones del gobierno de México que amenazan inversiones y acceso a los mercados energéticos de las compañías de Estados Unidos, contraviniendo el acuerdo comercial norteamericano. Moraleja: vienen litigios internacionales.

En Washington lo tienen en la mira. No es un complot, sino unificación de intereses. El Departamento de Justicia (Cienfuegos) actúa con su enemigo burocrático (la CIA), alineados con el Departamento de Estado (Landau), y acompañados de las presiones del Capitolio (que responden a las de las corporaciones energéticas), enmarcado en la queja (de los abogados) por la ausencia de Estado de derecho.

La respuesta de López Obrador ha sido desarticulada. Justifica que Estados Unidos no le informe de temas delicados como la investigación al general Cienfuegos, mientras el canciller Marcelo Ebrard dice –15 días después de la captura–, que están indignados y pedirán explicaciones. López Obrador defendió la violación de la ley con retórica macuspana, y torció con sofismas los términos del acuerdo comercial con Estados Unidos, amenazando con que si no les gusta, modificará la Constitución.

El Presidente se movió en su contradicción, la genuflexión ante Trump y su carácter pendenciero trasladado al establishment estadounidense. Es un pleonasmo decir que no comprende cómo funciona Washington, pero parece no escuchar a quienes sí entienden, como Ebrard, quien fue el que le tradujo lo que se negociaba en el acuerdo comercial norteamericano, para que tomara decisiones.

Si piensa, acostumbrado al pleito en México, que el tono que escucha desde Washington es normal, no lo es. Para que los decibeles estén en el nivel actual, es que López Obrador trae un problema de fondo con diversos sectores del establishment estadounidense, un concepto de suma de intereses que tampoco alcanza a entender. Su racional es básica, como procesa todas las cosas en México, y no extrañaría si piensa que si tiene oposición allá, es porque están asociados a personajes corruptos del pasado mexicano.

Argumentar de una forma tan rupestre como podría interpretarse esta proposición, está directamente asociado con su capacidad para entender muchas cosas. Lo demostró cuando, ante el desabasto de medicamentos, afirmó que obedecía a que los laboratorios mexicanos habían influido en la industria farmacéutica mundial para sabotear esas compras. Esa forma de pensar ridícula la reprodujeron senadores de Morena, que pidieron a los mexicanos en Estados Unidos votar por Donald Trump porque Joe Biden “es amigo de expresidentes mexicanos”.

Las señales que llegan de Washington son vistas aquí en el contexto de la elección presidencial, donde Trump está en riesgo de caer ante el demócrata Biden. López Obrador no está preocupado de ese desenlace, según varios de sus asesores, no porque esté seguro que Trump seguirá en la Casa Blanca durante los próximos cuatro años, para bloquear cualquier inconveniente que se le atraviese a su proyecto, o barrera que se erija, a cambio de que siga cumpliendo sus deseos. En Palacio Nacional confían que si gana Biden las cosas seguirán como hasta ahora, por las relaciones de Ebrard con algunos sectores demócratas, y sobre todo porque una amiga del consejero presidencial Lázaro Cárdenas, a quien le ayudaron el año pasado a conseguir contratos en Pemex, es muy cercana a la esposa del demócrata.

Sin embargo, más allá de lo que suceda mañana, los mensajes de la última quincena de octubre reflejan que sus espacios de maniobra en Estados Unidos se han reducido de manera significativa y que republicanos y demócratas ya se cansaron de su doble discurso. El más evidente, por que fue público, timar a los empresarios con quienes cenó en la Casa Blanca durante su visita a Trump, que le pidieron respetar leyes y reglas del juego establecidas para la inversión, sin ir cambiándolas a contentillo suyo o de la secretaria de Energía. La molestia implícita son sus acuerdos no escritos con los cárteles de la droga, a quienes se deja trabajar con holgura, porque cree que así puede cohabitar y gobernar sin problema con ellos –aunque no contenga la violencia–, y que el problema del consumo lo tiene Estados Unidos.

Las señales están presentes, y está en él si las ve, si las ignora o cómo las procesa. De ello dependerá no el país, sino su futuro personal y político. Así que, señor Presidente, cuidado con lo que haga.