La magia siguió a Walter Mercado desde que era un niño. En el Puerto Rico de los años treinta, en su casa rodeada de granjeros pobres que explotaban las plantaciones de la zona, el pequeño Walter se hizo una fama de mago desde el día que tomó en sus manos un pájaro muerto. “Vas a vivir, pajarito. Vas a vivir”, le dijo el niño, mientras soplaba sobre el ave inerte, que repentinamente aleteó y voló. Una vecina vio el prodigio y corrió por la villa la idea de que el chico tenía la gracia de Dios para sanar a la gente. Así comenzó un peregrinar a la casa de la familia de Walter Mercado, lo que también fue el inicio de una leyenda de la televisión hispana que durante décadas fue uno de los personajes amados por millones de latinoamericanos, que no se perdían su programa de predicciones astrológicas. Ese misticismo, la magia convertida en un negocio millonario, las estafas y las pérdidas forman parte de una vida documentada ahora por Netflix en un programa de 90 minutos presentado como una larga lectura de tarot.

La magia forma parte de las creencias místicas de los latinoamericanos, quienes de la misma manera le rezan a una Virgen para pedir milagros o asisten con una pitonisa a preguntar sobre la solución a un problema, sean cuitas de amor, dificultades financieras y o simplemente aliviar la incertidumbre por el futuro. “¿Qué sería la vida sin magia?”, se pregunta una periodista nicaragüense que recibe en su casa de Managua, rodeada de un precioso y exuberante jardín y acompañada de incienso y velas para atraer la energía, a amigos –escritores, intelectuales, periodistas– que, desesperados, le piden una lectura de tarot. En Centroamérica, en Cuba, Brasil, México, el sincretismo entre fe católica y magia es tan arraigado que Walter Mercado halló un espacio para implantarse como el astrólogo más importante del continente. Comenzó con un espacio de 15 minutos en la televisión de Puerto Rico, pero al aumentar su éxito la isla se le hizo pequeña y fue en las televisiones latinas de Estados Unidos donde encontró la plataforma perfecta para convertirse en una estrella total. Millones de televisores sintonizaban a la hora de la cena las predicciones de Mercado, que terminaba cada programa con una frase que se convirtió en icónica. “Creo que es una fuerza positiva. Literalmente te envía fuerzas positivas a través del televisor y luego se despedía diciendo: ‘mucho, mucho amor”, dice en el documental el productor y guionista Manuel Miranda. Mercado llegó a ser tan famoso, que un locutor de una radio de Estados Unidos lo comparó con Jesucristo.

Un día, sin embargo, el astrólogo desapareció. En 2006 hizo su último programa y se esfumó como por arte de magia. El documental dirigido por Cristina Constantini y Kareem Tabasch parte en la búsqueda del que fue uno de los grandes iconos de la televisión hispana. Las directoras hallaron a Mercado en su casa de San Juan, una construcción amplia, un poco kitsch, donde el astrólogo se había encerrado con sus decenas de capas, joyas, plumas y cuadros que lo retratan en su época de éxito y glamur. “Sufrí mucho, perdí mucho”, son sus primeras palabras. La imagen de este hombre sorprende al espectador. Sigue siendo esa figura andrógina que conquistó a millones, pero ahora decadente, envejecido con una fuerza brutal, con su voz otrora potente reducida como una vieja canción de un disco antiguo, aquejado de dolores, que consume muchas vitaminas, recuperado de un infarto de corazón y que, a pesar de decir que no ve la vida con pena, que se siente joven a sus 87 años, deja ver en su rostro un rictus de amargura, la cruz que carga tras haber sido estafado por el hombre en quien más confió.

Bill Bakula fue durante décadas el promotor de Walter Mercado. El hombre que, al ver el talento del astrólogo y las pasiones que levantaba, supo que se había topado con su propia mina de oro. “Conozco a Walter desde pequeño, cuando lo veía en la televisión. Vi a un hombre vestido con mucha opulencia, anillos y joyas. Te hacía parar, esa era su cualidad. De pronto estás enganchado y cuando llegaba a tu signo te identificabas con él inmediatamente. Decías: está hablando de mí. Así es que pedí un turno para una cita. Y fue increíble. Entonces dije: ‘¿terminó la cita? Bien, quiero hablarle de algo”. Bakula le presentó a Mercado una serie de guiones gráficos que mostraban un estudio de televisión, con un programa solo para él, moderno, con una decoración atractiva, fresca y una producción de mucha calidad. Fue el primer programa de televisión dedicado a la astrología y fue un éxito.

La fama de Mercado creció tanto que pronto se convirtió en estrella aclamada en todo el continente. Bakula se encargaba de echar leña al fuego de la fama que se traducía en ingresos millonarios: asistir a programas, organizar encuentros masivos y hasta instalar una línea telefónica para adivinar el futuro de las personas, atendida por miles de trabajadores. Mercado asegura en el documental que nunca mentía, aunque el proyecto puede sonar como una estafa para crédulos. Allá donde Mercado viajaba, Bakula lo trataba como un faraón: viajes en primera clase, limusinas y en las camas de las habitaciones de hoteles siempre había centenares de rosas blancas. En algún momento del documental el espectador siente que podría haber una atracción casi amorosa de parte de Mercado, una relación intensa, pero que terminó de forma desafortunada.

En medio del apogeo de su fama, un día Mercado firmó un contrato sin estudiarlo en profundidad. Cedía para siempre todos los derechos de su nombre, sus programas, sus proyectos a la firma de Bakula. El astrólogo se quedó sin nada. Comenzó una batalla jurídica que duró seis años y que terminó con una operación de corazón y la salida de Mercado de las cámaras, su encierro en vida por décadas. El documental de Constantini y Tabasch intenta rescatar del olvido a aquel hombre que se apartó de un mundo que lo idolatraba y hacer justicia a su legado en la televisión. Mercado falleció el año pasado. Pero sigue viva la leyenda de ese ser andrógino que rompió moldes, coqueto, alegre, dicharachero, consciente siempre de su personaje y que, como él mismo repetía al finalizar su programa, intentaba repartir amor, mucho amor, a sus millones de seguidores.