El presidente Andrés Manuel López Obrador viajó rumbo a Washington en Delta, con escala en Atlanta, vigilado o resguardado por U.S. Marshalls –como lo hacen desde los atentados terroristas en Estados Unidos en 2001–, previsto para llegar anoche, descansar y prepararse para un largo y difícil día. Su visita se cumple con casi 16 meses de retraso cuando, al reunirse con Jared Kushner, el yerno y asesor del presidente Donald Trump, le dijo que le gustaría verlo en la Casa Blanca. Desde entonces muchas cosas pasaron, la mayoría lastimosas para los mexicanos por la sumisión de López Obrador, que sin embargo, ahora tiene una gran ocasión para reivindicarse.

López Obrador dijo que iría en representación de los mexicanos y de México con decoro y mucha dignidad, aunque la verdad es que tiene un déficit a ese respecto con esta nación, justificando siempre que no es conveniente pelearse con Estados Unidos. Tiene toda la razón. Pelearse con un país del cual se depende comercialmente en más de 75 por ciento sería una locura, pero correrse al extremo para estar a su servicio y hacerle el trabajo sucio a Trump, es otra cosa. La falta de experiencia en el manejo de la relación con Estados Unidos achicó sus márgenes de negociación, y lo llevó a ceder soberanía, que dice tanto defender.

Aceptó que la política migratoria mexicana la decidieran en Washington –con el envío de miles de guardias nacionales para frenar inmigrantes–, y modificó la política de asilo para apaciguar al iracundo de la Casa Blanca. Permitió que el nuevo acuerdo comercial autorizara a representantes estadounidenses inmiscuirse en las leyes laborales mexicanas. En patentes y derechos de autor, también se doblegó. Trump le cerró la frontera, cuando quiso, por temas sanitarios y canceló las visas para los trabajadores agrícolas. López Obrador le perdonó todo, al no ponerle un alto a sus bravuconadas, sobre todo las del muro fronterizo y sus políticas antiinmigrantes.

López Obrador ha dicho en los últimos días que, a diferencia de antes, Trump tiene hoy más respeto por los mexicanos. Hablar para la gradería no oculta la falsedad de su afirmación. La verdad es que ninguno de sus antecesores en décadas, había sido tan pusilánime como él. A todos los insultos ha respondido con silencio, pese a lo extraordinariamente agresivo de sus lances. El libro Guerras fronterizas: el asalto de Trump sobre la migración, de Michael Shear y Julie Hirschfeld Davis, reporteros del The New York Times, revela que además de querer un muro electrificado con alambre de púas en lo alto, Trump quería poner agua con cocodrilos y serpientes, y que le dispararan a los migrantes en las piernas. El presidente mexicano ni las cejas levantó en desaprobación.

El presidente mexicano es el único, o de los pocos más allá de sus incondicionales y paleros de su corte, que dice que Trump ha cambiado. Sigue siendo soberbio, déspota y arrogante, insistiendo en el excepcionalismo del America’s First a costa de sus piñatas. Enrique Peña Nieto abrió las puertas a Trump de la presidencia en plena campaña electoral, con la idea que era mejor platicar con él para que redujera el nivel de insulto a México. El propósito duró tres horas, las que tardó en llegar a Phoenix y decir que el muro sería pagado por México.

Trump está en la misma lógica de entonces, y para que nadie se olvide de sus intereses e intenciones, en vísperas de la visita colocó en su cuenta de Twitter una fotografía de una parte construida del muro en Arizona, al que visitó hace más de dos semanas. La migración, que no es un tema que acordaron las delegaciones como tema de los presidentes, será el elefante en la sala durante esta visita. Con Trump enfrente, todo puede pasar. Podría no tocar públicamente el tema para evitar alienar aún más a los electores hispanos, pero podría también aprovechar unos minutos frente a la prensa, para insistir en que México tiene que pagar el muro y consolidar su núcleo duro de votantes.

Es un volado para López Obrador. Pero si no toca el tema, si no habla de respeto a las garantías de los migrantes mexicanos, aboga por los trabajadores agrícolas que no pueden ir a trabajar en actividades esenciales, si no fija una posición sobre las pretensiones trumpistas para liquidar el programa de los dreamers, su frase de que los migrantes van acompañándolo, será devorada por la mentira. Dijo el Presidente que no iba a Washington a confrontar, porque para eso sirve la política. Cierto. Pero la no confrontación no es igual a la sumisión.

Pablo Hiriart reprodujo ayer en las páginas de El Financiero una larga conversación entre Trump y Peña Nieto sobre el muro, donde el expresidente mexicano mantuvo una posición soberana frente a las pretensiones del estadounidense, con palabras cuidadas para evitar la confrontación. La conversación es aleccionadora de cómo se puede lidiar con un toro que embiste sin clavarle ninguna espada, donde el resultado fue positivo para los objetivos de México sobre migración y comercio.

López Obrador estará hoy en la Casa Blanca en una reunión que por los antecedentes de Trump, vislumbra un fiasco para el mexicano. Sin embargo, ante tan ominoso pronóstico, tiene la oportunidad de recuperar el decoro y la dignidad sin pelearse con su contraparte. Sólo tiene que actuar con inteligencia para poner un freno a Trump y persuadirlo, como dijo hace casi dos años que lo haría, a que respete a México y a los mexicanos, sean migrantes o no. Su reunión privada es el espacio para que se digan lo que quieran, pero en público, debe parar los insultos de Trump y defendernos de sus agresiones. Un Presidente bien plantado, no es bravucón por definición. No se confunda; abandone la subordinación. Reivindíquese con los mexicanos; lo estamos esperando.