Coloquialmente como siempre, el presidente Andrés Manuel López Obrador dijo que le había ido “requetebién” en la negociación del fin de semana con la Organización de Países Exportadores de Petróleo y el G-20, porque se hizo su voluntad y recortó únicamente el 25 por ciento de la cuota que le habían pedido para estabilizar el mercado petrolero. La victoria, en realidad, no es de él, ni tampoco resultado de su defensa de la soberanía nacional. El triunfo es del presidente Donald Trump, que tomó una decisión soberana, para los intereses de Estados Unidos, donde López Obrador fue un instrumento, no un jugador central. Sin embargo, nos endeudó en el largo plazo.

López Obrador dijo que no negoció ningún pacto secreto con Trump, atajando las dudas sobre ello. Es cierto, nada fue secreto, todo está al descubierto. López Obrador no ofreció nada, porque no tiene nada qué ofrecer.

Trump intercedió por México porque el acuerdo petrolero global, que él personalmente promovió, tenía que ver con la seguridad nacional de Estados Unidos, no con el entendimiento, como lo ha dejado entrever el gobierno mexicano, al explicar las razones y motivos políticos de López Obrador para negarse a reducir 400 mil barriles diarios de petróleo.

Trump volvió a sentar en la mesa a Arabia Saudita y Rusia, que no se pusieron de acuerdo en marzo para recortar su producción petrolera, con lo cual los precios del crudo Brent, el referente mundial, cayeron 30 por ciento, la baja más dramática desde la Guerra del Golfo, en 1991. Esa guerra de petroprecios comenzó a aniquilar a la industria estadounidense que extrae petróleo de las rocas, una técnica que le permitió que desde 2014 lo convirtiera en el principal productor de crudo en el mundo, vendiendo barriles de petróleo por arriba de los 100 dólares.

La industria de petróleo shale en Estados Unidos, que tiene uno de los costos de operación más altos del mundo, fue financiada con préstamos por unos 250 mil millones de dólares. Con precios alrededor de los 20 dólares por barril, harían quebrar a las empresas norteamericanas, como comenzó a suceder en estas semanas, y millones de trabajos en esa industria que opera en 48 estados de la Unión Americana se perderían, sumando a los casi 10 que se han perdido por la pandemia del coronavirus. La decisión de Trump no requería mucha ciencia.

Si López Obrador no quería pagar la cuota de sacrificio, como el resto de las naciones petroleras, no iba a perder el tiempo.

El acuerdo necesitaba salir el domingo, antes de que abrieran los mercados, con la expectativa de que el precio del petróleo subiera. No sucedió así. Los mercados no sintieron que fue suficiente el recorte para compensar por las pérdidas económicas por el coronavirus. Pero los mexicanos, por una decisión poco analizada por el equipo energético de López Obrador, quedamos endeudados con Trump.

En el briefing del lunes en la Casa Blanca, Trump explicó que entendía el compromiso doméstico de López Obrador y sus obstáculos políticos para alejarse de él, pero dijo “muy fuerte”, que el problema de no participar en el pacto era que estarían vendiendo el barril de petróleo entre 5 y 10 dólares. Acordaron que Estados Unidos compensaría con 250 mil barriles diarios casi toda la cuota mexicana y que después lo rembolsará, sin especificar si sería en petróleo o en otro tipo de especie, “cuando esté preparado para hacerlo”.

No está claro cuál será el valor que le asigne Trump al reembolso. Como hipótesis de trabajo se puede plantear que si se le adjudica el valor promedio que se espera tenga este año el West Texas Intermediate, el crudo de referencia en Estados Unidos, el monto que tendría que pagar el gobierno de López Obrador sería por cinco mil 354 millones 500 mil dólares. Si se tomara la mezcla mexicana como referente, con un costo por barril de petróleo de 17 dólares, el rembolso equivaldría a tres mil 102 millones 500 mil dólares. Estos números probablemente varíen, no sólo este año sino el próximo. Lo que es incierto en estos momentos, es si al alza o a la baja.

Un análisis de la firma Wellingence Energy Analitics, citado por la prensa, estableció que únicamente 20 por ciento de los campos petroleros mexicanos seguían siendo financieramente solventes. Si 80 por ciento no lo es, la pregunta es por qué no cerrar los pozos que cuestan más tenerlos abiertos que cerrados, y de ahí haber juntado los 300 mil barriles diarios de petróleo que no quiso López Obrador aportar al pacto global. Haberlo hecho habría sido una decisión estratégicamente inteligente.

Si se cierran pozos no productivos, que sean 300 mil barriles diarios o más, es irrelevante en este momento. En cambio, el compromiso con Trump fue reponerle 250 mil barriles diarios por los dos años que durará el acuerdo de la OPEP y el G-20, del domingo.

Cualquier valor que se le asigne al compromiso acordado por López Obrador con Trump, nos costará dinero. Más dinero echado a la basura por la incompetencia del gobierno de procesar todas las posibilidades. Lo peor de todo es la paradoja en la que se encuentra.

Si el pacto tuviera éxito, el costo del rembolso sería más elevado. Si no lo tiene y el precio del crudo mexicano permanece por debajo de los 20 dólares, la vulnerabilidad financiera de Pemex se eleva, porque su utilidad sería prácticamente nula.

El año pasado el costo de producción fue de 14.20 dólares por barril, sin contar los casi 30 dólares por barril de carga fiscal, con lo que se elevaría el costo a más de 44 dólares.

Lo que estamos viendo es un perder-perder. Sin el acuerdo con Trump ya estábamos mal. Con el acuerdo, estamos peor.