Trabajadores sanitarios desinfectan las calles en Caracas, Venezuela.MATÍAS DELACROIX / AP

La llegada de la pandemia del coronavirus enfrenta a América Latina a sus peores fantasmas. El impacto aún es relativo, en comparación con Europa o Asia, pero la secuencia es tan similar y el anuncio de la llegada del asteroide tan estruendoso, que casi todos los Gobiernos ya se han puesto en lo peor. Incluso los dirigentes más escépticos, prudentes o desconfiados, por convicción o por necesidad, ya dan su brazo a torcer. El coronavirus se instalará en los próximos días y semanas en una región con muchas carencias. Lo hará además en lugares donde, a diferencia de lo visto en el resto del mundo, el Estado no existe y dificulta aún más la lucha contra el contagio.

América Latina, un subcontinente donde habitan 600 millones de personas, ha quedado confinada. Apenas es posible el tránsito entre países después de que todas las grandes potencias, a excepción de México, hayan cerrado sus fronteras, incluso las aéreas, caso de Colombia. Y en esta ocasión para casi todos, pues durante años esos pasos han estado limitados, cuando no clausurados, para millones de migrantes que huían de la miseria y la violencia, provenga esta de Venezuela o de Centroamérica camino de Estados Unidos. Medidas que, sin embargo, no está claro que puedan tener un impacto real para frenar el contagio, en la medida en que Corea del Sur, el ejemplo al que mira todo el mundo, no ha cerrado sus fronteras.

En el caso de América Latina, apunta Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales en la Fundación Getulio Vargas de São Paulo, puede considerarse “simbólico, para dar la sensación de que los Gobiernos están haciendo algo”. “No hay duda de que el cierre de fronteras tendrá consecuencias negativas e impredecibles con el tiempo. Muchos países están integrados, como por ejemplo México y Estados Unidos o Argentina y Brasil. Esos nexos se están dejando de lado y no estoy seguro si se volverán a restaurar”, ahonda Brian Winter, vicepresidente de Americas Society y Council of the Americas.

Al freno al tránsito de personas —salvo entrada y salida de connacionales o residentes— le han seguido decisiones más drásticas, inéditas, como la cuarentena obligatoria declarada en Argentina, que aplicará Colombia a partir de este martes después del simulacro con que se adelantó Bogotá y que ha evidenciado una tendencia global, agudizada en la región: la polarización y las tensiones internas, en la medida en que la alcaldesa de la capital colombiana, Claudia López, tiene una valoración de hasta el 70% en algunas encuestas, casi el triple que la del presidente, Iván Duque.

A la aparente carencia de liderazgos sólidos se le une la imposibilidad de adoptar medidas conjuntas, por mucho que algunos países sudamericanos hiciesen el esfuerzo la semana pasada. Algo que, sin embargo, no es una particularidad de América Latina, pues ahí está la Unión Europea, con cinco décadas de historia, que no logra adoptar medidas que satisfagan a todos los países que la forman. “Ha habido liderazgos firmes, como Argentina, Perú, Colombia o Ecuador y, en el otro lado, Brasil y México. Pero aún hay tiempo de que los Gobiernos cambien su forma de actuar”, opina Winter, que pone el ejemplo de Donald Trump. “Esta crisis no se parece a ninguna que hayamos vivido antes. Es solo el principio, lo que hoy es popular mañana puede no serlo”, añade el analista.

Si hay un rasgo, sin embargo, que no se visualiza en otras regiones del mundo y es latente en la mayor parte de América Latina, principalmente en sus potencias, es la ausencia del Estado. Muchos países, caso de México, ponen de ejemplo a China a la hora de adoptar —o no— medidas para frenar la propagación del virus, pero en el caso del país asiático el Estado mostró una fuerza que, salvo en países donde impera el autoritarismo, como Venezuela, cuesta vislumbrar. No se trata ya de que haya personas que se salten las normas impuestas por las autoridades, como se percibe en todo el mundo, sino de que hay lugares en América Latina donde el Estado —sus gobernantes, el Ejército…— es una ilusión. Esto es, millones de personas gobernadas o más bien controladas por el crimen organizado, donde la violencia es la respuesta. En Colombia, este fin de semana, en un motín en una cárcel murieron más personas hasta ahora que por el coronavirus: al menos 23. “Son zonas donde hay grupos que desafían el control del Estado, como las favelas en Brasil”, ahonda Stuenkel. “Esto dificulta bastante o reduce la capacidad del Estado de imponer medidas, como la de distanciamiento social. Pero no solo ocurre en estos lugares, también en poblaciones alejadas, como la Amazonia, el trabajo de contener el coronavirus va a ser muy difícil”, añade el politólogo de la Fundación Getulio Vargas.

“La crisis acelerará algunos movimientos hasta ahora más imperceptibles, como el papel más activo de los militares que se recuerda desde los años ochenta. Por otro lado, vemos cómo la popularidad de presidentes democráticos que han reaccionado con firmeza, como Martín Vizcarra en Perú, ha mejorado. Quizás, si los gobernantes actúan bien, se puede revertir esa tendencia de que los latinoamericanos habían perdido la fe en sus dirigentes y en la democracia en general”, añade Winter.

Más allá, las medidas para tratar de contener la propagación del virus, el freno a la curva que está generando un caos global, no se entienden, por acción o por omisión, sin la sacudida que va a generar a la economía de los países. Si América Latina salió prácticamente indemne de la crisis de 2008, en esta ocasión se vislumbra como la región que puede sufrir el mayor golpe. El mero hecho de que ya haya cundido el nerviosismo sin haber llegado siquiera a aproximarse al número de fallecidos que asola Europa, da buena medida del miedo de los gobernantes.

En este sentido, el ejemplo más evidente es el de México, donde millones de personas viven al día y cualquier aislamiento les condenaría aún más a la pobreza, que, en palabras de algunos funcionarios del Gobierno en privado, mata más que el virus. ¿Por qué el Gobierno no ha tomado medidas más drásticas?, es la pregunta que recorre cualquier conversación sobre la pandemia dentro y fuera de México. La respuesta, al principio se intuía, pero la ha verbalizado sin tapujos el propio presidente, Andrés Manuel López Obrador. El mandatario, que en una semana ha pasado de darse baños de masas, obviar las recomendaciones y que se mostraba incluso optimista ante el posible daño a la economía –“Deseo que no afecte, me llamarán irresponsable”, llegó a decir”- ha tenido que virar su discurso a la realidad. Si el viernes pidió a la población que no “exagerara” los daños del coronavirus, porque podría dañar a la economía, este domingo fue cristalino: “Tenemos que ver cómo nos va al enfrentar la crisis económica que se avecina”.