Fiona Hill, a su llegada a testificar. BRENDAN SMIALOWSKI AFP

Cuando tenía 11 años, en una escuela de un pueblo del norte de Inglaterra, durante un examen, un compañero de clase prendió fuego a las dos coletas que recogían el pelo de Fiona Hill. Ella apagó las llamas con sus propias manos, según recordó, y continuó trabajando hasta terminar el examen. Haciendo gala de esa misma templanza, a sus 54 años y a miles de kilómetros de las minas de carbón del condado de Durham donde creció, la doctora Hill se sentó ante los congresistas el pasado jueves y recordó a su país de adopción los valores que lo sustentan y las amenazas, internas y externas, a las que se enfrenta. Su testimonio en la investigación del impeachment de Donald Trump fue un recordatorio de que existe una alternativa más sana a la toxicidad que envenena a Estados Unidos.

Hija de un minero de tercera generación, sus raíces obreras, explicó Hill, habrían impedido su “avance profesional” en el clasista Reino Unido donde creció. Por eso en cuanto pudo cruzó el charco, se hizo estadounidense por matrimonio y, en 2017, fue nombrada directora para asuntos de Europa y Rusia en el Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca. Explicó Hill que, en su entrevista para una beca en Harvard, estaba tan nerviosa que se metió por error en un armario escobero. Pero no le tembló la voz, en cambio, mientras acusaba a la cara a los congresistas republicanos de haberse convertido por motivaciones partidistas en vehículos de la propagando rusa.

“Algunos de ustedes en este comité parecen creer que Rusia y sus servicios secretos no dirigieron una campaña contra nuestro país y que quizá, de alguna manera, por alguna razón, Ucrania lo hizo”, les dijo. “Esta es una narrativa ficticia que ha sido perpetrada y propagada por los propios servicios secretos rusos. La desafortunada verdad es que Rusia es la potencia extranjera que sistemáticamente atacó nuestras instituciones domésticas en 2016”.

Esas desacreditadas teorías sobre una intervención de Ucrania en favor de los demócratas están en la base del impeachment. Difundidas por la inteligencia rusa para desviar la atención sobre su demostrada operación masiva de injerencia en beneficio de Trump, según Hill, esas teorías llegaron a oídos del abogado personal del presidente, Rudy Giuliani, que vio en ellas un filón político para su cliente. Tanto que Trump, según se ha escuchado en los testimonios, acabó creando un turbio canal diplomático paralelo para presionar al Gobierno ucranio, con un vital paquete de ayuda militar y una visita a la Casa Blanca que ansiaba el recién elegido Zelenski, para que investigara dicha teoría, así como las actividades en aquel país del hijo del exvicepresidente y precandidato demócrata Joe Biden.

Un auténtico mejunje que ilustra el potencial nocivo de la polarización que lastra al país, como Hill resumió magistralmente. “Cuando nos consume el rencor partidista, no podemos combatir estas fuerzas externas que buscan enfrentarnos los unos contra los otros, degradar nuestras instituciones, y destruir la fe del pueblo estadounidense en nuestra democracia”, dijo. “Los servicios de seguridad rusos y sus agentes se han preparado para repetir la injerencia en las elecciones de 2020. Se nos acaba el tiempo para detenerlos. En el curso de esta investigación, les pediría que por favor no promuevan falsedades con motivaciones políticas que tan claramente favorecen los intereses rusos”.

Antes de concluir sus seis horas de testimonio, que los demócratas dejaron para el final de las dos semanas de audiencias, la doctora ya había provocado un éxtasis tuitero. Unos soñaban con que fuera la próxima secretaria de Estado, otros la veían como una heroína del feminismo. Pero un día después, impertérrito, el presidente Trump seguía defendiendo la teoría de la injerencia ucrania que describió, en un programa matinal de sus aduladores de la Fox, como “una gran parte de toda esta cosa”.

Hill entró en la Administración Trump guiada por el servicio público y decidida a ser una de los adultos en el patio del colegio. Autora de un celebrado libro sobre la Rusia de Putin, sabía el riesgo que asumía al aceptar trabajar para un presidente que lo elogiaba y que cuestionaba su injerencia en las elecciones de 2016. El presidente, por su parte, las primeras veces que coincidieron, pensó que Hill era una secretaria y no su máxima experta en Rusia.

Aquel lejano día en la escuela, Fiona Hill ignoró al abusón, apagó el fuego y terminó el examen. Pero el episodio, explicó el jueves, tuvo alguna consecuencia negativa: obligó a su madre a cortarle el pelo en plan taza. “Parecía Ricardo III”, explicó Hill impasible, remontándose al último monarca inglés caído en el campo de batalla. Así quedó inmortalizada en el anuario escolar.

Muchos años después, ante los congresistas, Hill quedó inmortalizada como la antítesis de un presidente, Donald Trump, que actúa por impulsos. Llegada del mismo lugar del norte de Inglaterra que los antepasados de George Washington, con un marcado acento que lo delata, se presentó ante el país como la encarnación del sueño americano. Una enviada de un mundo de autoridad que aterrizó, serena y respetuosa, en medio del griterío partidista que diluye las verdades y las mentiras.