MORELIA.- Carlos Herrera es un enamorado del deporte. Dividió el corazón entre el boxeo y el ciclismo, aunque siempre supo que la vida es una carrera. En 80 años de camino, El Gato ha besado la lona y el asfalto, pero en los guantes encontró la fuerza para levantarse y en la bicicleta la obligación de siempre ir para adelante.
Nació en el pequeño pueblo de La Concepción, Michoacán, a 20 minutos de Morelia. Llegó desde niño a la capital michoacana con sus padres, su hermano y sus seis hermanas. En la primaria, sus únicos años como estudiante, nunca tuvo acercamiento a ningún deporte.
Por la mente nunca me pasaba practicar algo, siempre fui muy pobre, sólo jugaba a las canicas para divertirme y hacía mi tarea”.
Aunque en la infancia halló la esencia, su romance con el entrenamiento empezó a los 18 años. En un ring de la colonia Ventura Puente, en Morelia. caminaba algunas cuadras desde su casa a la tienda de abarrotes donde trabajaba y “por ahí cerca había unos chavos que siempre se juntaban en bolita y a veces me echaban carrilla. Se burlaban, pero encontré que no muy lejos de mi trabajo entrenaban box”, relata.
Por curiosidad y también para saber defenderme me metí a entrenar y ahí empecé a tener confianza. Un día llegaron esos chavos ahí, mientras yo hacía sombra y le andaba pegando a la pera y uno de ellos dijo: ‘yo me pongo los guantes con ese’, y ganó su primera pelea. “Pasó otro, y otro, fueron tres los que se pusieron los guantes conmigo y después ya nunca me dijeron nada, se acabó la carrilla”.
Venció en el cuadrilátero a esos rivales de la calle.
Entré al box para saber defenderme, para que no se juntaran esos muchachos que se burlaban y que me quisieran poner una zapatiza”.
Ya caminaba a trabajar sin que nadie lo molestara. Eran mañanas diferente desde que en 1955 se puso los guantes. Con ellos, y al paso de los combates, ganaba 80 pesos por pelea; los mismos 80 que recibía abajo del ring por una semana de trabajo en la tienda.
Apuntaba al profesionalismo, pero sus padres interfirieron: “Me dijeron: ‘ya cálmate con tu box, ya no queremos que andes peleando, porque por bueno que seas siempre sales con los ojos morados. Hasta de un golpe te pueden matar’”.
Dejó los guantes, pero no podía olvidar las horas de entrenamiento.
¿Y ahora qué voy a hacer? Pero como tenía una condición bien tremenda, nunca me cansaba, me metí al ciclismo, que ni me gustaba. Aunque después me enamoré del ciclismo”.
Todas las mañanas, ya con 21 años, recorría las calles de Morelia en su bicicleta de turismo que compró en abonos y usó para ir a cobrar de casa en casa. Era el agente de ventas de la tienda Servín Meza “y yo era el número uno cobrando”.
16 DE AGOSTO DE 1956. En una velada boxística de jueves, Carlos Herrera pactó una pelea a seis rounds.
Con su bicicleta recorría más que sus compañeros de la tienda departamental. Sin saberlo, hizo su mejor entrenamiento.
Un muchacho que era ciclista me invitó una vez a Quiroga y me fui en esa bicicleta. Son más de 100 kilómetros de ida y vuelta entre Morelia y Quiroga y me sorprendí que aguanté bien, estaba emocionado”.
Su amigo le sugirió entrar al Club Ciclista Morelia y se enamoró del ciclismo.
Ahí encontré un muchacho que tenía una bicicleta de carreras, una Saeta, me dijo: ‘te cambio mi bicicleta por la tuya’, pero mi bicicleta era nueva y yo no quería. Al final se la cambié y ahí yo ya volaba”.
Quería recorrer la vida arriba de bicicleta.
SIEMPRE DABA PELEA. Algunas crónicas de la época se refieren al Gato Herrera como “el más destacado rutero moreliano”.
No tardó en llegar el primero de los cientos de trofeos que adornan un cuarto completo en su casa, en la Ventura Puente. El primero dos años después de haber encontrado su verdadera pasión.
Gané por primera vez una carrera, la San Nicolás de Hidalgo y me puse bien emocionado en 1960. Combinaba mi trabajo con los entrenamientos. Me levantaba a las 5 de la mañana para entrenar y luego trabajar, y mi patrón me daba permiso de faltar los días que tenía competencia, pero sólo porque era el mejor en mi trabajo. También empecé a ganar y ganar carreras en todo Michoacán y Guanajuato”.
En el ciclismo encontró su apodo: El Gato Herrera nació gracias a las tantas crónicas que en el periódico relataban sus victorias. Un periodista le llamó El Gato, pero jamás supo la razón y ahora “todos me conocen como El Gato, ya ni por mi nombre”.
Con triunfos en carreras estatales, se aventuró a la XIII Vuelta Ciclista de la Juventud, una de las justas más importantes de Latinoamérica. Adolfo López Mateos dio el banderazo de salida y entre los 200 corredores estaba El Gato.
Uruguayos, argentinos, colombianos y los mejores mexicanos corrían ahí, pero no me rajé, era mi primera Vuelta y la acabé”.
Mil 804 kilómetros recorrió Herrera en 14 días. Su tiempo: 49 horas, 11 minutos y 30 segundos para el lugar 41, lejos de Juan Timón, charrúa que se llevó la carrera.
Uno comiendo frijoles y nopales, sin nadie que abasteciera. Yo no tuve nunca quién me patrocinara, corriendo con profesionales de otros países que sólo se dedicaban a correr en bicicleta y aun así tuve la satisfacción de que siempre daba batería”, recuerda, orgulloso de ser el mejor de Michoacán en su primer año como ciclista.
Volvió a la XI Vuelta Ciclista de la Juventud y la terminó. Ya no era la “promesa del ciclismo”, sino una realidad.
Yo ganaba y ganaba las carreras de Michoacán, Querétaro, Guanajuato. Salía en el periódico siempre y los gobernantes y empresarios se quería tomar la foto conmigo. Me prometieron viajes a Acapulco, carros, camionetas para ir a las competencias y apoyos económicos, pero a mis 80 años sigo esperando lo que me prometieron”.
Lamenta que su carrera, en franco ascenso, terminara en 1970 porque del ciclismo no podía vivir.
Corría porque me gustaba, por amor al arte, pero no ganaba dinero. Me casé en el 65 y ya tenía yo que mantener una familia. Tuve mis primeros cuatro hijos y era más difícil la cosa. Lo que pensé fue que con todo el dolor de mi corazón tenía que abandonar el deporte que tanto quería para ganar más dinero. Teníamos muchas necesidades”.
Entonces, dejó su bicicleta, dejó Morelia y se fue a Chicago. Hizo de todo para mantener a su familia. Incluso, trabajó en una fábrica que elaboraba cajas de cartón para bicicletas. A diario recordaba su época dorada como ciclista, pero el trofeo más grande estaba en casa.
Sí, recordaba y extrañaba la bicicleta, pero tenía que trabajar para comer. Empezamos a estar mejor, también me metí de agente de ventas con un gringo, pero ya sin bicicleta, ya gracias a Dios pude tener un carro. Después pude correr algunas competencias en Chicago, pero ya era como veterano”.
Nacieron sus gemelas en Chicago y con ellas la realización: siete nietos y tres bisnietos. Al Gato no le falta nada, aunque tuvo un sueño.
El Tour de Francia. Yo si hubiera ido, con algún gallo que me hubiera patrocinado, hubiera parado allá en Europa como un corredor profesional, dedicarme nada más a correr. Hubiera dado pelea allá.
Pero me siento realizado, muy a gusto y feliz de haber hecho todos esos sacrificios. Nadie tiene la riqueza de todos esos recuerdos y soy el más feliz”.
Carlos Herrera radica en Chicago, pero regresa a Morelia cada fin de año y en algunos veranos para reunirse con su familia y revivir sus tiempos en su cuarto de trofeos, al fondo de su casa.
Todos los trofeos, reconocimientos, recortes y fotografías de sus mejores años en el deporte son su mayor tesoro.
Octogenario, conserva la cultura por el ejercicio.
Tienes que seguir luchando. Ya 80 años es mucho, pero gracias a Dios yo sigo haciendo mi ejercicio. Nunca he tenido una enfermedad, nunca me he medicado, jamás tuve vicios, mi único vicio era el de ganar y ganar, de competir y ser mejor en cada carrera”.