Desde Titanic hasta El lobo de Wall Street, no hay duda: Leonardo DiCaprio es una estrella mundial. Y una de las grandes. Pero ¿cómo se mide el estrellato? ¿Cómo se pondera, cuando no caben más premios en las baldas? ¿Y cuando no hay un Instagram sobre el que recaigan miles de “Me gusta”? En el caso de DiCaprio, son las cifras las que hablan: sus últimas 10 películas han recaudado 3.000 millones de euros.

Con datos como estos, es innegable considerarle una estrella para el espectador, pero también para los estudios de cine, que no dudan en apostar por él para sus proyectos, una y otra vez. Su presencia sirve para engrandecerlos, darles más empaque y colarles en las listas de premios anuales. Pero esa presencia, claro está, ha de ser limitada: el actor californiano selecciona con la mayor de las prudencias sus proyectos y desoye de forma consciente los cantos de sirena de las franquicias que campan por la meca del cine. Ahora —este fin de semana en buena parte del mundo; el 15 de agosto en España— estrena Érase una vez en… Hollywood, de Quentin Tarantino. Hacía cuatro años que no se ponía delante de una cámara.

Quizá fue la resaca del Oscar, quizá las dificultades físicas y mentales de aquel rodaje, pero desde su éxito con El Renacido no se había vuelto a ver a DiCaprio en una película. Eso no significa que haya parado. Desde 2015, su nombre aparece como productor en nada menos que 15 proyectos, la mayor parte de ellos documentales que ponen de relieve los problemas medioambientales por los que pasa el planeta y con los que está sumamente concienciado. No es postureo. Según explican algunos de sus allegados al medio especializado The Hollywood Reporter, su compromiso con el medio ambiente no es en absoluto superficial. Conoce a fondo el asunto, le gusta reunirse con expertos y saber de lo que habla y qué tienen que contar las historias donde mete su dinero.

Cuando se pone a algo, DiCaprio lo hace a fondo. A punto de cumplir 45 años y con la vida resuelta desde que interpretó a Jack Dawson, el romántico polizón a bordo del Titanic, en 1997, hace lo que quiere: escoge, decide, pondera papeles y proyectos. Sin prisas. Es un hombre de principios, nada inestable, poco dado a las ínfulas de estrella (aunque sus caprichos incluyan invitar a sus padres a un estreno en Cannes, pero ¿quién no lo haría si pudiera?).

“Lo más destacable de Leo es su consistencia”, explica a dicho medio Tom Rothman, un alto cargo de Sony que ha trabajado con él en varios proyectos desde su juventud. “Si se pone con algo, el público sabe que va a ser bueno porque él está en ello. ¿Cuándo no está fantástico en algo? Pero no es por accidente. Se mata a trabajar”. Una productora de Hollywood afirma: “Puede parecer que lo que hace no requiere esfuerzo, pero le echa 10.000 horas y más. Creo que todo el mundo le ve como el mejor actor de su generación, lo que le ha hecho ser también la mayor estrella de cine de su generación”. Esa unión, la de gran actor y gran estrella, que no siempre ha ido de la mano.

Los directores le alaban. “No tiene ni que abrir la boca”, afirma de él Martin Scorsese. “Podía haber hecho lo que quisiera y ha decidido hacer esto”, argumenta Tarantino. Su capacidad de trabajo y su dedicación son innatas. En realidad, infundadas por sus padres. Hijo único de George e Irmelin, el pequeño DiCaprio nació en la hippie California de los setenta y se crió en los suburbios llenos de drogas y prostitución de Los Ángeles. Con su melena rubia y su cara angelical obtuvo su primer papel con solo cinco años; Lassie llegó a los 15, y desde entonces y ya de forma imparable, series y películas, nominaciones y reconocimientos .

De los más queridos, más activistas y más triunfadores, en el capítulo de los “más” también es uno de los hombres más fotografiados, pese a su intención de ocultarse y a que apenas usa sus redes sociales (tiene 19 millones de seguidores en Twitter; casi 33 millones en Instagram), solo para hacer activismo. Y, también, de los solteros a los que más rápidamente se les atribuye pareja. Desde hace aproximadamente año y medio y hasta donde se sabe, que es más bien poco, sale con la modelo argentina Camila Morrone, de 21 años. Al parecer, nunca ha salido con ninguna mujer de más de 25 años.

También está en el podio gracias a su salario. Su tarifa suele ser de 20 millones de euros por película, que acepta rebajar si la ocasión lo requiere —para la última de Tarantino ha cobrado entre 10 y 15—. Este año, ocupa el noveno lugar entre los mejor pagados, pero se diferencia del resto de la lista en que no está ahí por secuelas, sagas o franquicias. A DiCaprio no le hace falta aparentar ser un superhéroe.