El 14 de mayo fue la mañana que trajo la sorpresa a Palacio Nacional. El presidente Andrés Manuel López Obrador enlistó sus prioridades en el combate al narcotráfico. Primero, atender las causas, que ha dicho son socioeconómicas. Luego, tener la Guardia Nacional, que es una fuerza de reacción rápida, como un equipo SWAT. Después una campaña dirigida a los jóvenes, que concientice sobre los males de las adicciones. Tras ello, “acuerdos con Estados Unidos”, que no está claro qué significa, y modificar el enfoque policial del combate a las drogas, para ubicarlo como un tema de salud, que tiene que ver con la prevención y las campañas para que no se consuman estupefacientes. Finalmente, la bomba. “No descarto la posibilidad de llegar a un acuerdo de paz”, dijo el Presidente. La prensa le pidió inmediata clarificación. “¿Con el narco?”, se le preguntó. “Con todos”, respondió. “Todos a portarnos bien”.

Ya no se volvió a hablar más del tema. Pero este jueves, la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana publicó en el Diario Oficial de la Federación lo que mencionó el Presidente. Fue la Estrategia Nacional de Seguridad Pública, que tiene ocho objetivos que buscan la regeneración ética de los criminales y asesinos para que dejen de delinquir, abriéndoles la posibilidad para que encabecen negocios legales y regulares. Con ello, se estableció, se quiere “emprender la construcción de la paz”, y que se dé un proceso de desmovilización, desarme y reinserción. “La violencia obliga a poner sobre la mesa soluciones aplicadas en otros países a conflictos armados”, señala la estrategia. Reeducándolos e inyectándoles valores éticos, sueña, verán la posibilidad de aumentar su esperanza de vida, que lleven una vida tranquila sin preocupaciones e, incluso, que alcancen la respetabilidad social.

Si el documento no es una broma de mal gusto para los mexicanos, la Estrategia de marras es una mezcla de ingenuidad, ignorancia, confusión o, quizás, tramposa perversidad. Un botón de muestra es cuando en su alegato de la reconstrucción de la vida moral de los criminales, afirma que es la manera con la que actuó el gobierno de Estados Unidos en los años 30 del siglo pasado, “para acabar con las mafias que asolaban sus ciudades. De ese proceso surgió la bonanza en Atlantic City, Las Vegas, Miami y otros centros de inversión”. El periodo al que se refiere es el fin de la Prohibición del consumo y producción de alcohol, durante la presidencia de Franklin Delano Roosevelt –a quien admira y en quien se inspira López Obrador–, pero la conclusión de la Estrategia es superficial y equivocada.

La era de la Prohibición fue capitalizada por las mafias en Estados Unidos, cierto, pero no detonó la violencia –que es la creencia popular expandida incluso en el seno de la cuarta transformación–, como argumentó el profesor de Harvard, Mark Moore, en un influyente artículo que publicó en The New York Times, en 1989. Afirma que al final de la Prohibición la violencia subió en algunos estados de la mano del cambio de una población rural y agrícola a una manufacturera en la urbanización de Estados Unidos. En aquellos estados altamente urbanos y ciudades como Nueva York y Chicago, los niveles de violencia se mantuvieron estables.

Hablar de la bonanza de las ciudades como resultado de la legalización del alcohol, es un tanto rupestre. Atlantic City, a 200 kilómetros al sur de Nueva York, era un destino de descanso de los ricos, y sólo fue hasta finales de los 70, con la apertura de casinos, que emergió como un lugar boyante. Las Vegas nació en 1947, producto del sueño de Benjamín Siegel, quien abrió en medio del desierto el Hotel y casino Flamingo. Bugsy Siegel era uno de los sicarios de Charles Lucky Luciano, y tuvo la visión de levantar un oasis de juego con el apoyo y el dinero de la mafia. Su nacimiento fue un subproducto del negocio criminal, no como éxito del fin de la Prohibición. El Miami en el que deben haber pensado cuando escribieron la estrategia debe ser el actual, cuyo centro es espectacular y crece cada año, después de haber sido un hoyo de pordioseros y drogadictos. Pero su resplandor comenzó en los 80, pero con el dinero de los narcotraficantes colombianos, en especial Carlos Lehder y Pablo Escobar.

La analogía con las secuelas de la Prohibición no es lo único fallido de la Estrategia. También está la mezcolanza que hace la Estrategia entre lo que es un cártel de las drogas, con todo el negocio ilegal en los mercados criminales que crean, alimentan y reproducen, y los movimientos armados, al estar planteando alternativas de negociación con las guerrillas. Esta confusión es mucho más grave que el de la Prohibición, porque si bien en esta última sólo muestran ignorancia, en las opciones para la “construcción de la paz” se encuentran los detalles del diablo.

Plantar, como lo hace la Estrategia, que la guerra contra el narcotráfico es igual a una guerra civil, simplemente es no entender ni la esencia ni las dinámicas de un movimiento armado ni los resortes y motivaciones de un negocio criminal. O, también, entenderlo muy bien y engañar con la verdad. En el próximo texto se abordará este ángulo de la Estrategia, cuyo objetivo es diáfano: legalizar las drogas para replicar el fin a la Prohibición, perseguir a los capos del narcotráfico sólo financieramente, y acomodarse con ellos a dejarlos en su negocio a cambio de que regrese la paz y la tranquilidad a las calles mexicanas. Es decir, el regreso a la Pax Narca del viejo régimen.