Al enésimo día, Joe Biden se presentó. El vicepresidente de la Administración de Barack Obama ha anunciado este jueves su carrera por convertirse en el candidato demócrata en las elecciones presidenciales de 2020, algo que se daba por hecho desde hace meses pero que parecía no acabar de confirmarse nunca, y que, recientemente, a raíz de la polémica por su forma de aproximarse y tocar a las mujeres en actos públicos —con actitud afable, pero no siempre bien recibida—, pudo incluso descarrilar.
Biden, de 76 años, se lanza finalmente, aupado y lastrado por la experiencia a partes iguales. Se le enmarca en la corriente más centrista del partido y parte como favorito en los sondeos, pero su éxito es pura incógnita en un tiempo en el que los discursos escorados ganan adeptos y el rival a batir, Donald Trump, venció en 2016 atacando precisamente el legado obamiano. “Los valores fundamentales de esta nación… nuestra posición en el mundo… nuestra democracia… todo lo que ha hecho América está en juego. Es por eso por lo que hoy anuncio mi candidatura para la Presidencia de Estados Unidos”, ha escrito en su cuenta de Twitter a primera hora de la mañana, acompañándolo de un vídeo.
Es el más veterano en Washington de las superpobladas primarias demócratas, que suman ya una veintena de nombres sin más común denominador que el ansia por derrotar a un Trump que nadie vio venir hace cuatro años. Se lleva casi 40 años con su rival más joven en la pugna, el alcalde Pete Buttigieg, de 37. Cuando fue elegido senador por Delaware por primera vez, en 1972, aún faltaba una década para que este naciera. No hay analista que estos días aventure qué perfil se hará con la candidatura y, mucho menos, cuál es la más adecuada para sobreponerse del trauma de 2016, cuando una Hillary Clinton que parecía sacada de manual se estrelló pese a los pronósticos.
Los medios de comunicación y las redes sociales propulsan a precandidatos nuevos, electrizantes, como el texano Beto O’Rourke o el mencionado Buttigieg, que es la sorpresa del momento. Y el tirón del también septuagenario Bernie Sanders -segundo en los sondeos-, abona la idea del giro a la izquierda de los progresistas, sobre todo, los más jóvenes. Pero ningún dato concluyente apunta a que el electorado demócrata haya virado del mismo modo y la necesidad de vencer en territorios oscilantes —como Wisconsin, Michigan u Ohio— invita a pensar en las posibilidades de una opción más centrista.
Biden nació en 1942 en Scranton (Pensilvania) en el seno de una familia católica de origen irlandés. Entró en la política muy joven y acumula una amplia experiencia en relaciones exteriores. Ese largo historial tiene mucho de aval, pero también de lastre, pues alguien llegado a la política hace medio siglo carga consigo también una amplia hemeroteca que estos días se le recuerda. Presidía el Comité de Justicia que examinó las acusaciones de acoso de Anita Hill en 1991 contra el hoy juez del Supremo Clarence Thomas, una sesión que se ha convertido en paradigma de interrogatorio machista. Votó contra la nominación de Thomas, pero permitió aquella jauría. Una década antes, en 1981, votó junto a los republicanos un proyecto de ley que permitía a los Estados dar marcha atrás en la sentencia del Tribunal Supremo que legalizó el aborto en toda la nación. Esa ley no salió adelante, no obstante, y en una segunda versión, votó en contra.
Este ya precandidato oficial sueña con ser presidente de Estados Unidos desde al menos 1987, cuando siendo senador por Delaware lanzó su primera carrera en las primarias pero abandonó por un escándalo de plagio en la Escuela de Derecho, pese a que aseguró que había sucedido de forma completamente accidental. En 2008 también dio el paso al frente, pero abandonó pronto, arrollado por Obama y Clinton. En 2016 estuvo a punto a presentarse de nuevo, pero decidió no hacerlo finalmente. Esta parece ya la última oportunidad: si ganase, llegaría a la Casa Blanca con 78 años.