Mick Jagger, en noviembre de 2016 en Nueva York. En vídeo, Mick Jagger se someterá a una operación de corazón esta semana. FOTO: VICTORIA WILL (GTRESONLINE)

Tiene ocho hijos, el último llegó hace apenas 27 meses. Su pareja, Melanie Hamrick, acaba de soplar 31 velas, o sea, es 44 años menor que él. Entrena tres horas al día, cinco o seis jornadas a la semana, a las órdenes de un fisioterapeuta noruego llamado Torje Eike, que ha trabajado con atletas olímpicos. Recorre entre 9 y 10 kilómetros durante las más de dos horas que acostumbran a durar los conciertos de su banda, The Rolling Stones. Hasta hace tres días, Mick Jagger parecía invencible. No es el único de su generación que sigue en activo, pero sí que es tal vez el único —con permiso de Iggy Pop, cuatro años menor—que puede subirse a un escenario con una energía casi igual a la que transmitía hace tres o cuatro décadas y enfundado en una ropa de una talla similar a la que usaba en 1969. Pero una afección cardiaca del cantante que requiere intervención quirúrgica ha provocado que los autores de Brown sugar deban cancelar la gira norteamericana en la que tenían previsto embarcarse entre el 20 de abril y el 29 de junio.

Apenas 48 horas después de la noticia se podía ver a Jagger en relajándose en una playa de Miami junto a su hijo menor y una de sus hijas, Georgia May, de 27 años. En la misma playa se avistó también a Ronnie Wood, guitarrista del combo, acompañado de su esposa y de sus gemelas de dos años. Jagger, como sus compañeros, se ha afanado en los últimos tiempos en hacer hincapié en que la era salvaje de los Rolling Stones ha quedado ya enterrada en el pasado, ya sea promoviendo sus hábitos sanos o engendrando bebés en cadena. Cuando nació su hijo Devenaux hace menos de dos años, The Sun publicaba declaraciones de una fuente cercana al vocalista que confirmaba que este había incluso aumentado su forma de cuidarse con el fin de ver crecer a su recién nacido. “Está totalmente comprometido con la crianza del niño”, publicaba el tabloide británico.

En primavera de 2018, la banda se preparaba para arrancar su gira europea en Dublín. La principal noticia con respecto a aquel primer concierto la dio el director de producción del tour, Dale Skjerseth: no iba a haber alcohol, ni antes, ni durante, ni siquiera después del concierto para ninguno de los integrantes del grupo. Ni una gota. “Tocar en directo es su arte y quieren hacerlo bien. Son muy profesionales”, comentaba Skjerseth, quien ha trabajado con bandas como Guns n’ Roses o AC/DC.

Una semana después del concierto en la capital irlandesa, se hacía pública la rutina de entrenamientos del septuagenario Jagger, una serie de ejercicios que parecían destinados a hacerle ganar varias medallas en unos Juegos Olímpicos. A las órdenes del ya mencionado Torje Eike, el vocalista inglés ponía en forma cuerpo y alma. Una dieta a base de zumos, pasta, pescado y pollo, complementada con una serie de suplementos, pero no los que tomaba en los sesenta y setenta, sino vitaminas A, C, D y E, además de un preparado con aceite de bacalao y otro con ginseng se unían a la práctica de running, yoga, ciclismo, kickboxing, ballet y específicos entrenamientos dedicados a reforzar la resistencia cardiovascular. “Entreno seis días a la semana, pero no me vuelvo loco”, comentaba Jagger, confirmando que, desde su irrupción en la escena del rock, su concepto de lo que es volverse loco no tiene demasiado que ver con el que tenemos el resto de los mortales.

Nada en su vida tiene mucho que ver con el resto de los mortales, como ejemplifica un pequeño escándalo que sucedió durante aquellos meses en Londres. El grupo debía asistir a un evento y su equipo pidió a los propietarios del local que retiraran dos bolardos colocados en la acera frente al mismo con el fin de impedir que aparcara ningún coche allí. Exacto, Mick Jagger, el tipo que corre nueve kilómetros por concierto y se entrena como si fuera a participar en dos triatlones en un mismo día, no era capaz de andar 100 metros hasta la puerta de un restaurante. Ni el Daily Mail pudo resistirse a hacer la broma en el titular de la noticia.

“No tuvimos opción”, recordaba en una entrevista concedida a un medio irlandés días antes de aquel sobrio concierto en Dublín que arrancaba la gira No filter, la misma que ahora han tenido que posponer en su rama norteamericana. “Fuimos los chicos malos por accidente, jamás pensé que aquel rollo algo mugriento que llevábamos en nuestros inicios nos iba a convertir en arquetipos de antihéroe. Al principio, nos dejamos llevar, luego ya pusimos un poco más de nuestra parte”.

Medio siglo más tarde, aquellos chicos malos ya no son chicos, ni demasiado malos. Se sientan a hacer castillos de arena en la playa junto a sus vástagos y esperan hora en el quirófano. Pronto volveremos a verlos sobre un escenario y, si los augurios se cumplen, escucharemos también su primer disco con material nuevo desde 2005.

DOS VIDAS DIFERENTES
Los motivos por los que Keith Richards y Mick Jagger han cancelado en las últimas décadas conciertos de la banda pueden dar una cierta idea de lo diferentes que son las vidas y las personalidades de este par. Las dos anteriores ocasiones en que Jagger canceló fueron por una laringitis (Las Vegas, 2016) y por el trágico suicidio de su novia, L’Wren Scott.

Mientras, las dos últimas veces que Richards no pudo subirse al escenario con su banda incluyen una caída desde una escalera en su casa en 1998 y la mejor excusa que nadie ha puesto jamás para cancelar una gira: caerse de un cocotero. Eso sucedió en 2006 y ya forma parte de los libros de historia del rock.

El domingo pasado, mientras Wood y Jagger se encontraban en la playa jugando con su descendencia, Richards les observaba cerveza en mano desde el balcón de su habitación de hotel.