Julio Cortázar

(Primera de dos partes)

Julio Cortázar, el escritor argentino que nació en Bruselas y vivió y murió en París hace 35 años, pasó dos meses en California donde impartió en 1980 un curso para estudiantes de la Universidad de Berkeley.

Por supuesto su materia fue la literatura y, si bien su auditorio se redujo a un centenar de alumnos que tuvieron el privilegio de estar presentes, muchos más hemos podido conocer de manera textual aquellas charlas de gran interés para quienes gustamos de la narrativa y apreciamos la obra del autor.

Aun cuando Cortázar estudió Letras y Magisterio, e impartió clases en Argentina antes de establecerse definitivamente en París en 1951, por mucho tiempo rechazó la invitación para dar ese curso en Estados Unidos, pero la insistencia lo doblegó y a la edad de 66 años (murió a los 70) convino en impartir dos conferencias y ocho clases.

Para recordarlo en su aniversario luctuoso (12 de febrero de 1984), elegimos comentar esa otra veta del “gran cronopio”: la cátedra, a la que acudió acompañado de su tercera esposa, la polifacética estadunidense Carol Dunlop, quien murió prematuramente y antes que él, a los 36 años.

Ella, fotógrafa, escritora, traductora y activista, tomó precisamente la foto de Cortázar en el aula de Berkeley que aparece en la portada del libro Clases de literatura, que la editorial Alfaguara publicó en 2013 con la transcripción de las trece horas de grabaciones hechas con todo lo que dijo él en aquel curso, incluidas las preguntas de algunos alumnos y las respuestas que dio.

Por las 312 páginas del libro desfilan las explicaciones sobre sus tres etapas como escritor: estética, metafísica e histórica, y comenta sus propios libros; explica lo necesario para comprender mejor Rayuela y a Oliveira y la Maga (escribió el libro con papelitos que llenó de apuntes durante años, sin saber para qué, y al final fue una obra de preguntas que dejó las respuestas al lector, al contrario que los libros de Thomas Mann), lo mismo que Libro de Manuel que mucho le criticaron la derecha, la izquierda y sus propios amigos hasta dejarlo amargado por tomar a broma la política, y La vuelta al día en 80 mundos, producto, en parte, de su afición por la criminología.

A un alumno que preguntó sobre la “intención revolucionaria” de su trabajo, le habló del derecho de todo escritor a la libertad y a cumplir con su deber en los terrenos ideológico y literario.
Consideró muy “alentador y hermoso” que ya varios latinoamericanos dedicaran parte de su obra a mezclar la literatura con “las luchas y el destino de sus pueblos”, si bien a su parecer los mensajes políticos eran más propios del panfleto, el ensayo o la información.

Al respecto, habló de los poetas Roque Dalton y Ernesto Cardenal, leyó completo su cuento Apocalipsis de Solentiname (lugar donde el sacerdote y poeta nicaragüense evangelizó al pueblo con la Teología de la liberación) y a otro alumno que lo criticó por enfocarse en un solo punto de vista, le dijo que habría que introducir una dimensión moral en la discusión del tema, para determinar quién había comenzado la violencia cuando estaban dos fuerzas en lucha.

Y habló sobre cuándo y por qué (las dictaduras de los años 70) dejó el individualismo para adquirir una conciencia histórica de la responsabilidad social. No soslayó el caso del poeta Heberto Padilla y consideró que tanto él como el gobierno cubano habían cometido equivocaciones, que no se iban a repetir.

Cuando se refirió al Libro de Manuel (“imperfecto” porque lo escribió contrarreloj), dijo que había puesto al final un apéndice con testimonios sobre la tortura en Argentina y Vietnam, porque las agencias de noticias sudamericanas y de Estados Unidos no lo iban a informar. La literatura, dijo el escritor, puede reemplazar la falta de comunicación periodística.

(Concluirá)