López Obrador, en Chihuahua. Foto: Cuartoscuro

Una mayoría de la gente en México, si atendemos a las estadísticas disponibles, está en redes sociales. No es ajena a las agruras que allí se plantean. Se entera de las victorias que allí se ganan, y de las derrotas que se infligen. Los usuarios de Internet vienen creciendo, año contra año, en dos dígitos aproximadamente desde 2007. La penetración anda entre un 67 y un 75 por ciento de la población, dependiendo la fuente que se tome.

Es gente que está constantemente recibiendo información. Las cuatro principales actividades de un usuario promedio, son: acceder a redes sociales; enviar y recibir correos; participar o al menos consultar los chats, y buscar información. Es gente movida, muy movida, quizás opinando, recibiendo, adecuando sus propios gustos e influenciando o dejándose influenciar; y sobre todo, moldeando un criterio. Parece una obviedad lo que estoy diciendo pero si las benditas redes sociales se ponen malditas, afectan directamente el estado de ánimo de los ciudadanos. Es un poder que tenía y perdió en muy pocos años (de manera dramática) la televisión.

La administración de Enrique Peña Nieto destinó enormes cantidades de recursos públicos en una estrategia digital. Es quizás uno de los gastos más idiotas que haya hecho un gobierno en México: el Presidente terminó aborrecido por una mayoría histórica. ¿Qué hizo? Resumo: le habló a los conversos. Pagó granjas de bots, mandó mensajes que sólo sirvieron para documentar el absurdo (un ejemplo: el video de Peña prometiendo que bajarían los combustibles sigue circulando, pero para denostarlo); creó una burbuja y se dedicó a hacer esclusas… cuando la red es, en términos muy simples, generar olas expansivas. En lo personal creo que se robaron parte del dinero. En este momento no lo puedo comprobar. Hay nombres y apellidos. Se queda en sospecha. El hecho es que el fracaso lo pagó directamente la imagen de Peña.

¿Por qué digo esto? Porque si Andrés Manuel López Obrador llegó a la Presidencia de México con un fuerte soporte en redes sociales, debe saber que hay esfuerzos organizados para retomar ese espacio y volverlo en su contra. No es una operación perversa. Es simplemente lo que es. Y perder las redes sociales… Bueno, él sabe lo que significa.

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La primera tentación que puede llegar al nuevo Gobierno es “comprar” redes sociales: formar comunidades artificiales, rentar granjas e influencers y saturar de anuncios “bonitos”, realizados por “estrategia digital”. Todo lo que hizo Peña, pues, que es lo más fácil de hacer cuando se tiene el dinero. Eso genera un efecto adverso: los leales verdaderos se retiran porque son abrumados por los leales artificiales, que salen en defensa de las causas de un patrón. Nadie quiere verse alineado con “lo que piensa” un montón de bots.

Le pasaba a Rafael Moreno Valle: sus comunidades artificiales eran famosas, pero no tenían efecto; colocaban tendencias bofas. Con respeto por los difuntos, el ex Gobernador no era tan querido como ahora se quiere hacer pasar. En cambio, ¿por qué José Antonio Meade hace tanto ruido con uno o dos tuits? Porque claramente es genuino: no hay una estrategia digital visible para movilizarlo. Puede decir tonterías o verdades, no importa: su mensaje tiene alcance y genera una ola expansiva desde al menos tres corrientes: una, la de sus fans; otra, la de los opositores de López Obrador, que también lo mueven tenga o no tenga razón. La tercera corriente digital que visibiliza al cinco veces Secretario de Estado es la base de apoyo de AMLO, que toma sus mensajes para reprocharle y atacarlo.

Es una confianza ciega pensar que todos los que apoyaron a López Obrador durante la campaña seguirán allí simplemente por que sí. Gobernar es un verbo con superficie de lija: desgasta. Y si tienes prisa en echar a andar cosas –como el Presidente–, pues claro, se acelera el desgaste. Es, de alguna manera, “natural”. Nadie se asuste o se alegre o se ponga estrellitas en la frente. El desgaste de AMLO en la red es un efecto que se puede calcular desde ahora, a razón de tantos por día.

Yo veo un desgaste de López Obrador en las benditas redes sociales al tiempo que siento una oposición consolidándose con fuerza. Lo plantea a su manera la periodista Ivonne Ojeda en un reportaje publicado ayer domingo. Cuando has perdido todo –como sucedió el 1 de julio– dejas de verle el diente podrido a los caballos que te rodean: los sumas a la carreta. Por eso hay una gran velocidad en el reagrupamiento (o agrupamiento) de la oposición. Hay una sola condición para participar en esa comunidad: el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Listo. Afiliado.

Tengo una gran curiosidad por saber cuál será la respuesta del nuevo Gobierno para mantener a su favor a las benditas redes sociales, que –como nunca– son un reflejo del estado de ánimo de los ciudadanos. No me acelero. Han dicho que hay vocación democrática para no recurrir a estrategias que, ya vimos con Peña, causaron un daño terrible al patrón y al erario, y se quedaron como Caso de Estudio Sobre la Mediocridad (me atrevo a poner mayúsculas).

El fenómeno Andrés Manuel López Obrador fue espectacular durante la campaña; espectacular a nivel global, de ese tamaño. Por eso será tan importante la respuesta que se tenga preparada para comunicar en redes. Diría que será un antes y después, porque estamos en terreno de lo inédito. No es cosa fácil: tomas a un (de por sí complicado) líder en la cresta, y lo conservas allí o lo desgastas. Lo que se haga será muy, pero muy notorio. (Guarden este texto, como se dice en redes). Se necesita sumar, sumar, sumar de manera orgánica. Ir por todos los canales: no los veo en WhatsApp, por ejemplo, y es la segunda red de influencia; y tampoco en Instagram, la última de 5, pero la de mayor crecimiento.

Concluyo con dos temas a considerar. Uno es la calidad de los contrarios: a muchos los inspira un rechazo profundo a AMLO; el “punto final” los alienta –en vez de contenerlos– y querrán verlo humillado. Y está el tema electoral: vienen el proceso federal intermedio y luego las presidenciales. El proyecto de López Obrador no se cuajará en seis años, dicho por él mismo; necesita ganar la Cámara de Diputados que viene (2021), luego otra Cámara de Diputados y el Senado (2024), y dejar Palacio Nacional a uno que garantice que seguirá su plan para que el “cambio verdadero”, tantas veces vendido, se note. Ya no digamos para provocar una “Cuarta Transformación”, que busca el mayor cambio de régimen desde la Revolución de 1910.

Para empezar, se requiere no perder terreno; crear olas de soporte real en las redes sociales, ya, ahora mismo. O pronto dejarán de ser tan benditas como lo fueron.