No hay duda de que las mujeres pueden festejar que viven más años que los hombres, lo que los demógrafos no tienen tan claro es si la fiesta será más animada. La brecha de género en longevidad les beneficia claramente, pero la de vida con buena salud, que también existe, favorece a los hombres.

Según un informe elaborado por investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, la esperanza de vida de las españolas a los 65 años es de 23,1 años, cuatro más que la de los varones. Sin embargo, solo un 40,4% por ciento de ese periodo lo pasan en buena salud, por un 52,3% en el caso de los hombres. Y algunos expertos intuyen que la diferencia de 12 puntos porcentuales podría estar afectando a su felicidad, haciendo que el otoño de vida de las españolas sea más infeliz que el de los hombres.

La investigadora de la Universidad Pompeu Fabra Aïda Solé ha tratado de poner cifras al fenómeno mediante la Encuesta de Salud, Envejecimiento y Jubilación en Europa (SHARE, por sus siglas en inglés). Solé analizó cómo los encuestados valoraron su satisfacción con la vida en una escala del 0 al 10, y consideró que quienes la puntuaron con 8 o más eran personas felices. Su estudio, que vio la luz en la revista The European Journal of Public Health el pasado mayo muestra que “hay una ventaja femenina en longevidad pero que no va acompañada de años de más felicidad”, resume la académica.

Pero Solé es cauta, y subraya que la felicidad es una variable difícil de cuantificar -de hecho no hay consenso científico acerca de cómo hacerlo-. El caso es que no está sola en su conclusión: los datos que ofrece el informe del CSIC también reflejan una ligera ventaja masculina tanto en el apartado de la satisfacción con la vida como el de la felicidad.Y cuando se compara la esperanza de vida en buena salud con el escurridizo concepto dela felicidad, las cifras apenas muestran diferencias, asegura Solé. Tan parecidos son los resultados estadísticos que la lógica sugiere que la relación entre ambos factores no solo existe sino que es muy estrecha.

Pero, por mucho que los números puedan encajar, hay personas que alimentan la duda, mujeres como Isabel Pilar Revenga, que tiene 73 años, tres lumbares bífidas y un pinzamiento medular. “Lo de las lumbares es de nacimiento y el pinzamiento supongo que tiene que ver con la edad, pero ¿a quién no le duele algo?”, dice optimista. Pilar da un 10 a su satisfacción con la vida y su actitud recuerda a quien la conoce que las estadísticas son una cosa y las personas reales, otra muy distinta. La mujer no solo hace pensar que quizá no exista una causalidad férrea entre las cifras de salud y las de felicidad sino que, en caso de que la haya, las mujeres no tienen por qué pagar el peaje de su larga vida con una dicha menor.

Ayudar a los demás para envejecer más satisfechas
Los problemas de espalda no han impedido que Isabel siga siendo autónoma, en parte gracias al ejercicio que hace en el centro de mayores Puente de Toledo, en Madrid. “Me viene muy bien porque previene caídas y da estabilidad, equilibrio, coordinación…”, resume. Pero todo apunta a que las clases que recibe no son las más provechosas para su bienestar sino que las actividades más importantes son las que ella ofrece a otras personas.

La profesora jubilada no ha dejado de enseñar. Ahora dirige un taller de inglés y otro de lectura que, cada martes, rebasa generosamente el horario que le corresponde, para agradecimiento de quienes están apuntados. “La actividad no consiste en leer mucho sino en comentar lo que leemos y compartir qué sacamos de las lecturas para nuestra vida, sobre todo se trata de que las personas mayores tengamos alguien con quien hablar”, dice. Y añade: “Así no estoy aislada, viendo la caja tonta y anquilosada, pensando que me estoy poniendo mala. Aquí colaboro en lo que puedo y me siento muy bien”. Puede que esta actitud sea uno de los secretos de la felicidad en la vejez.

Según la directora del Instituto de Economía, Geografía y Demografía del CSIC (IEGD-CSIC), Gloria Fernández-Mayoralas, este tipo de participación, en la que uno no solo se apunta a lo que hay sino que también lleva la batuta de las iniciativas es un pilar fundamental del envejecimiento activo. Y da mucha vida, tanta como para compensar, hasta cierto punto, los problemas de movilidad y los achaques inevitables de la edad. “Hay que motivar el cerebro y el corazón, y con el corazón me refiero a los sentimientos”, subraya la investigadora.

Precisamente es algo que no se le da mal a las mujeres, pero Fernández-Mayoralas advierte de que habría que poner los medios para que tomen las riendas con mayor frecuencia. “Todavía solemos supeditar nuestro envejecimiento a nuestra red familiar, que está muy bien, pero somos más apoyo que sujetos activos de nuestro buen envejecer”, explica en referencia a la mujeres. Cuidar a los nietos es muy bonito, pero estar a cargo de los enfermos y de otras personas mayores con discapacidad deteriora la calidad de vida, “y buena parte del cuidado sigue recayendo sobre ellas”.

Esposos que cuidan de sus cónyuges, un cambio en marcha
Los demógrafos coinciden en que la vejez está retrasándose en el mundo desarrollado, que la mala salud empieza cada vez más tarde. “Los ochenta son los antiguos setenta”, apunta la directora del IEGD-CSIC. La brecha de género también se va acortando, y quienes más años de vida están ganando al final de la vida son los hombres. Por eso la tendencia de que las mujeres son quienes cuidan de sus parejas en la vejez comienza a debilitarse. “El cuidado sigue siendo básicamente de la esposa al esposo, pero cada vez se dan más casos en los que sucede a la inversa”. Es un avance que promete aligerar las cargas a las ancianas, aunque hay científicos que apuntan que el lastre es demasiado pesado, tanto que la felicidad de las mujeres se dispara tras el fallecimiento de sus maridos.

Los candidatos a convertirse en cuidadores son personas como José Antonio García, un comercial jubilado de 71 años que aún no ha tenido oportunidad de hacerse cargo de su mujer de 69… porque no le ha hecho falta, ella todavía va al gimnasio. José Antonio es un ejemplo de cómo envejecer porque ha sabido ocupar su tiempo en cosas que los expertos conocen como los pilares del envejecimiento activo: el autocuidado de la salud, la seguridad que da tomar decisiones de manera autónoma, la participación en la sociedad y el aprendizaje como vía para definir un horizonte vital claro.

Como Isabel, la profesora jubilada que sigue enseñando en un centro de mayores madrileño, José Antonio ocupa parte de su tiempo en ayudar a los demás. En concreto, enseña el idioma a los inmigrantes con problemas de integración en su Málaga natal. También acude a la universidad, donde cursa la carrera de Historia, y escribe en una revista dirigida al público más mayor. La publicación es un cauce de gran valor para saber qué piensa la tercera edad, ya que los ancianos ponen de manifiesto en este foro aspiraciones que no sacarían a relucir en otros escenarios. “Los mayores necesitamos sentirnos queridos y ser útiles, ayudar a alguien”, dice José Antonio. Lo que no necesitan ponerse a hacer deporte obligatoriamente, según las opiniones que recoge a través de su revista.

La investigadora del CSIC Fernández-Mayoralas está de acuerdo. Algunas personas están cómodas con el ejercicio, pero otras personas sienten la llamada del voluntariado, una actividad en la que se involucran 5 millones de españoles, y otras están encantadas de la vida cuidando las flores de su terraza y tomando café con los vecinos. “Lo que tenemos que hacer es integrarnos en la sociedad, hacer cosa por los demás”, resume. En el caso de las mujeres, la integración con la familia y las amistades es mayor que la de los hombres, y ese puede ser un punto decisivo en la calidad de vida de las mujeres que deberían explotar.

La red social, un seguro que hay que hacerse cuanto antes
Mientras que ellos suelen tener más enfermedades fatales en la vejez, como las cardiovasculares, ellas sufren más problemas musculoesqueléticos que no conducen a la muerte pero sí a tener más dolor y a ser más dependientes. Por ejemplo, y según los datos que ha analizado la investigadora de la Universidad Pompeu Fabra Aïda Solé, el 10,3 por ciento de los españoles de más de 50 años tiene dificultades para llevar a cabo actividades del día a día como ducharse y vestirse, por un 13% entre las españolas. Y mientras el 17,1% de ellos encuentra problemas a la hora de usar un mapa o hacer una llamada telefónica, el 27,2% de ellas ya se ve en un aprieto.

La integración social es el salvavidas femenino. Según una encuesta llevada a cabo por un equipo de investigación de Fernández-Mayoralas, la salud es lo que más valoran las personas cuando evalúan su calidad de vida, pero después están la familia, la red social, los recursos económicos y cómo invierten el tiempo libre. Para sorpresa de los científicos que hicieron las preguntas, “hubo personas en situaciones muy adversas de salud que valoraron su satisfacción con la vida y, por lo tanto, su calidad de vida global, por encima de las expectativas que teníamos como investigadores porque tenían un buen soporte familiar y social”, asegura Fernández-Mayoralas.

Respecto a la felicidad, y por muchas cifras que se den, la investigadora no tiene clara cuál es la forma ni la magnitud de la brecha de género. Además, es un tema complejo en un momento en que hay más gente sola que nunca. “Si haces una revisión de las publicaciones verás que ninguna cifra es concluyente”, subraya. De lo que sí está segura es de que las políticas sociales son necesarias, que “hace falta un apoyo para las familias que cuidan a mujeres con algún tipo de dependencia porque se genera un ambiente mucho mejor para que esa mujer y esa familia estén más satisfechas y tengan mejor calidad de vida”, dice. Juzgar si eso es ser más feliz es difícil para los científicos pero bastante sencillo desde la óptica personal: juzga tú mismo.