El buen político es el que sabe acomodarse a su circunstancia. Estoy seguro que el desde ayer gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, no pensaba convertirse en el primer día de su mandato en la némesis de López Obrador. Es una posición difícil, de alto riesgo político cuando el presidente está en el cénit de su popularidad. Pero la circunstancia política no se escoge, la ola llega y hay que surfearla. Como en el ciclismo de ruta a nadie le gusta ir adelante del pelotón desde el inicio de la carrera porque el liderato desgasta. A Alfaro le pusieron el suéter amarillo y lo lanzaron, su habilidad consistirá en saberse esconder en el punto adecuado y tomar la punta o descolgarse cuando sea el momento preciso.
La presencia de más de la mitad gobernadores en la toma de protesta muestra el músculo político y una clara demostración del liderazgo que tiene dentro de la Conago: no los convocó la afinidad partidista, pues Alfaro es el único gobernador de MC, sino el trabajo político del nuevo gobernador.
En el discurso de Alfaro hay tres muy claras tomas de distancia con López Obrador. La primera es que en Jalisco la reforma educativa se corrige, pero no se cancela: habrá evaluación a maestros y a alumnos. La segunda es un no a la militarización de la seguridad pública; colaboración de con las fuerzas armadas, dijo, pero no policía militarizada (aunque él mismo haya recurrido a un militar para encabezar la secretaria de seguridad). La tercera y más importante es que plantea una visión de futuro y no instalarse en un pasado glorificado, en clara alusión a la restauración del México de los sesenta del que habló el presidente en su discurso del sábado pasado.
Pero también hay cosas en las que ambos políticos, que hace seis años caminaban juntos, se ven en el espejo. En su discurso de toma de protesta Alfaro soltó un “que quede grabado” después de la promesa de poner internet de alta velocidad en todos los municipios y delegaciones del estado, el equivalente al “me canso ganso” de López Obrador. Los dos prometen cambios profundos, un lo llama cuarta transformación, el otro, refundación, pero plantean igualmente un antes y un después de sus respectivos gobiernos. Ambos tienden a dividir el mundo en los que están con ellos frente a los otros: para Andrés Manuel López Obrador es el pueblo bueno; para Enrique Alfaro son los hombres y mujeres libres de Jalisco. Los dos terminaron sus discursos con un “yo no les voy a fallar”.
Quizá sea esto último lo que explique la fuerza de Alfaro. Tiene una vocación de poder, una capacidad de trabajo y una voluntad de hacer historia tan grande como la de López Obrador… y 20 años menos.