Bernard-Henri Lévy, durante su visita a São Paulo el pasado 24 de noviembre JANSSEM CARDOSO

Bernard-Henri Lévy visita Brasil en uno de sus momentos más turbulentos, casi como en los tiempos en los que este filósofo, formado a partes iguales entre maoístas y focos de escenarios, todavía andaba formando su reputación como pensador de acción y se plantaba en Irán en los setenta o en la Bosnia de los noventa. Ataviado con su eterno uniforme —traje oscuro, camisa blanca y parcialmente desabrochada—, con el que se ha convertido en uno de los pensadores más mediáticos y reconocibles de Francia y buena parte de Europa, Lévy (Argelia, 1948) va directo al problema entre sorbos de té en un hotel de São Paulo: “Todo el mundo está mirando a Brasil. Lo que haga hoy su presidente electo [Jair] Bolsonaro se analiza en todas partes y lo que estamos viendo es un presidente sin programa, nostálgico de uno de los momentos más oscuros de la historia del país y sin amor genuino por su patria. El mundo está asombrado por la increíble vulgaridad de algunos de sus comentarios. Es pornografía política. Cómo habla de las minorías, de las mujeres. El mundo está estupefacto”, repite con una finísima indignación parisiense. Y resume el quid de la cuestión, lo que ha descolocado a politólogos del mundo entero: “Y no ha ganado dando un golpe de Estado, sino a través de las urnas”.

Brasil es solo un frente de una guerra global, sopesa él con un certero cruce de piernas; una guerra que absorbe prácticamente el mundo entero. “Existe una pugna ideológica entre la xenofobia y el humanismo, entre los extremos, de izquierda a derecha, que se han alineado en las calles para destruir los valores republicanos y las fuerzas del progreso”, enuncia. “Brasil está dentro de esta corriente global y, en cierto modo, su dirigente populista es el más caricaturesco de todos”.

Pregunta. Cuando Trump ganó la presidencia en 2016, usted alertó a los estadounidenses de que, más allá de la ideología del vencedor, “millones de genios acaban de salir de la lámpara” con aquella victoria. ¿Extendería esa alerta hoy a los brasileños?

Respuesta. Hice dos advertencias cuando Trump salió elegido. Los geniecillos salieron de la lámpara, y también avisé a los judíos que se cuidasen los regalos y afectos de Trump. El afecto que no nace del amor verdadero es muy peligroso y tiene efectos secundarios terribles. Lo mismo le diría a los brasileños. La elección de Bolsonaro ha liberado a millones de geniecillos. Y les diría que tuviesen cuidado con esos gestos de amistad aparente, que no es que se revelen mentira mañana, que pueden tener un significado inesperado y triste mañana. No he visto en la historia una época en la que los judíos no acaben como víctimas.

P. Se ha movilizado especialmente contra el Brexit en los últimos años. ¿Comparte las comparaciones de que esa votación y la victoria de Bolsonaro pertenecen a la misma pataleta destructiva contra el orden establecido?

R. El Brexit no está destruyendo el establishment; el Brexit es el establishment. Boris Johnson, la gente que clama por la separación, son establishment. ¿Qué es lo que destruye el Brexit? El Reino Unido. No el establishment. De la misma forma, Bolsonaro tampoco le hace ningún daño al establishment, se lo hace a Brasil. O podría hacérselo, al menos. Él es parte del establishment, de lo peor del Ejército y lo peor de la derecha cavernaria. Y si es un arma de destrucción, no lo es de la destrucción de las élites, sino de lo construido en este país desde que, más o menos, terminó la dictadura militar (1964-1985).

P. Él, sin embargo, le declara la guerra a la izquierda y consigue que la derecha le deje en paz, motivada tal vez por ese enemigo común. ¿Pero no es más enemigo Bolsonaro?

R. La victoria de Bolsonaro es una derrota de la izquierda, pero es una derrota mucho más importante de la derecha. Bolsonaro la ha devorado. Esa derecha liberal, limpia, republicana, la que quiso construir un país de espaldas a la dictadura, esa derecha es el objetivo principal de Bolsonaro. Quiere acabar con ella y en parte lo ha conseguido. Hoy está fuera de juego.

P. Bolsonaro ha conseguido que millones de personas hablen de la izquierda como una entidad única que abarca del expresidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva al venezolano Hugo Chávez…

R. [interrumpe] No hay comparación posible entre Lula y Chávez. Sí la hay entre Chávez y Bolsonaro, que pertenecen a la misma familia de dirigentes: populistas, mentirosos, líderes a los que no les importa su país. Lula puede haber cometido errores, no lo sé, tal vez lo sepamos el día que sea juzgado con justicia. Pero, para mí, hasta ahora, era un líder bueno y decente para Brasil, y su presidencia fue un momento honorable en la historia del país. Bolsonaro y Chávez, o Bolsonaro y Maduro, tienen más parecidos entre sí que diferencias.

P. Durante casi 40 años y hasta hace poco decía que debíamos “romper la izquierda”, citando a Maurice Clavel, para vencer a la derecha. ¿Lo sostiene aún hoy?

R. La izquierda ya está rota. Tienes por un lado a Lula en Brasil, [el expresidente socialista François] Hollande en Francia o [el ex primer ministro Matteo] Renzi en Italia, grandes dirigentes de la izquierda occidental que se separaron de la otra izquierda, la falsa, la radical. En Francia no hay relación entre el expresidente Hollande y [el líder de la izquierda alternativa francesa, Jean-Luc] Mélechon. Esa disociación ya ha ocurrido allí, y en Italia también. La verdadera grieta, y esto existe en Europa y en América Latina, es el populismo contra los principios humanistas, universalistas y reformistas. Lula es la personificación de esta diferencia. Él es la izquierda humanista, la verdadera, la que defiende los intereses del pueblo en contra del nacionalismo, la xenofobia y la mentira. En contra de las tentaciones de Chávez. Pero su historia no ha terminado.

P. Las elecciones ganadas por populistas no han estado desprovistas de candidatos, digamos, tradicionales aceptables, de izquierda y derecha. ¿Le preocupa que se pierdan ciertas formas?

R. Izquierda y derecha ya no importan. La única corriente que hay ahora mismo es que vivimos un momento populista. Con la ayuda de Internet y las redes sociales, la subcultura de las televisiones, pasamos por un momento que da ventaja a los líderes populistas. Y todo político republicano, democrático, razonable, old school, debe adaptarse a la nueva situación. Aún no lo han hecho, pero tendrán que hacerlo para no ser devorados por este enorme monstruo que está surgiendo por todo el mundo.

P. ¿Hay que adaptarse o hay que contraatacar?

R. Hará falta tiempo. Las épocas oscuras nunca duran para siempre. En los años veinte, treinta y en los cincuenta, había en occidente multitudes de personas contra la democracia. Y sin embargo prevaleció. Creo que ahora ocurrirá lo mismo. De lo que estoy seguro es que no se derrotará el nuevo populismo usando sus mismas armas. Los demócratas deben tener el coraje de no caer en esta trampa. Tienen que defender sus valores incluso si por una temporada son una minoría y no se les escucha lo suficiente. Si abandonan sus valores se habrán perdido.

P. ¿El mundo se acerca a esa paradoja de tener que defender la democracia cuando la mayoría va con otra ella?

R. El sueño de muchos líderes es acabar con la democracia. Trump, Bolsonaro, [Viktor] Orban en Hungría. Pero en Estados Unidos estamos viendo hasta qué punto la democracia es capaz de resistir. El verdadero muro americano no es el que Trump quiere construir entre Estados Unidos y México, sino el que la sociedad civil estadounidense le ha erigido a él. Trump no es libre de hacer lo que quiere y se está dando de cabezazos contra el muro. Quizá se acabe rompiendo la cabeza, ya veremos. Y lo que deseo para Brasil es algo parecido, que se revele un muro de la democracia y le plante cara a la vulgaridad, a la estulticia y a la ausencia de ideas.