Javier Sánchez Santos prefiere no plantearse cómo habría sido su vida si Julio Iglesias hubiera reconocido desde el principio que es su hijo, como refleja la prueba de ADN que ha llevado al juez de Valencia José Miguel Bort a reabrir su caso y a poner al cantante a un paso del juicio definitivo. Pero el cantante en español que más discos ha vendido en la historia no lo hizo. Y en vez de la infancia entre algodones en Miami que el destino deparó a los otros retoños de Iglesias, Sánchez creció en el conflictivo distrito marítimo de Valencia y fue objeto de burlas y acoso en el instituto de la Malvarrosa a raíz de la extraña fama que le proporcionó la primera demanda de paternidad, presentada por su madre en los años noventa.

Sánchez, de 42 año, lo recuerda con una imagen cinematográfica: “En esa época el barrio… ¿Tú te acuerdas de la película The Warriors? Pues era parecido”, afirma. La comparación con el filme de Walter Hill que cuenta la violenta aventura de un grupo de pandilleros en Nueva York puede parecer exagerada, pero solo para quienes no conocieron la Malvarrosa de finales de los años ochenta. Un barrio de obreros y trabajadores portuarios, con un alto porcentaje de inmigrantes de Andalucía, Castilla-La Mancha y Extremadura, con numerosas familias de etnia gitana y un potente movimiento vecinal, en cuyas calles estalló de repente, como una bomba, la heroína.

En la época en la que Javier Sánchez empezó a ir al instituto no era raro cruzarse en el barrio con yonquis chutándose en un portal a plena luz del día. Ni ser asaltado por alguno. “A mí me atracaron muchas veces”, dice. Los adolescentes tendían a agruparse en pandillas, una parte de ellos se acostumbró a salir de casa con un puño americano o una navaja en el bolsillo, y las peleas eran frecuentes. “Más que guerras con chavales de otros barrios, había guerras entre los que iban a unos recreativos y los que iban a otros. Yo nunca me metí, trataba de pasar lo más desapercibido posible”.

Hijo de la exbailarina portuguesa María Edite Santos, Sánchez recuerda una infancia bastante feliz en torno al merendero de la playa donde trabajaba su familia. La cosa cambió en 1991, con la primera demanda de paternidad. “Los acosadores suelen ir contra quienes son diferentes. Y yo lo era porque mi careto salía en televisión. No diría que fue la peor época de mi vida, porque cuando eres adolescente todavía no tienes muchas responsabilidades, pero fue dura. No es bonito ser famoso y pobre. La mía, al menos entonces, ha sido una fama incómoda”.

En 1992 un juez de Valencia declaró que era hijo de Julio Iglesias después de que el cantante no se presentara en el Centro de Transfusiones de la Comunidad Valenciana el día en que el magistrado lo había emplazado para hacerse la prueba de ADN. Pero la Audiencia de Valencia revocó la sentencia dos años después, al apreciar un fallo en la forma en que el juzgado le había notificado la citación. “Yo era casi un niño. Lo que más recuerdo es el sufrimiento de mi madre, la sensación de tristeza que había en casa”, explica. Un final que su actual abogado, Fernando Osuna, quiere evitar esta vez, por lo que ha pedido al juzgado que adopte las medidas necesarias para impedir que Iglesias pueda escudarse otra vez en un error procesal.

Sobrevivir
Javier Sánchez se fue a vivir a Estados Unidos, donde su breve carrera como cantante se vio cortada de forma abrupta después de haber logrado cierta repercusión en varios países americanos y de haber vendido 200.000 copias del álbum Lucha y verás. El presidente de la compañía con la que había firmado, Caiman Records, con sede en Miami, fue despedido y la actividad de la discográfica se vio interrumpida, pero a él no le daban la carta de libertad. “Yo tenía 24 años, estuve casi tres sin poder hacer nada y luego la compañía desapareció”, afirma Sánchez, sugiriendo que quizá intervino una mano negra. “Me desanimé. Pensé: ‘Bueno, a lo mejor esto no es para mí, tengo que luchar contra olas demasiado grandes”.

Javier Sánchez y su madre, en 1995, en la presentación del disco ‘Soy como tú’ en una discoteca de Madrid.
Javier Sánchez y su madre, en 1995, en la presentación del disco ‘Soy como tú’ en una discoteca de Madrid. EFE
De imaginar que podía convertirse en una estrella del rock, Sánchez pasó a probar en todo tipo de empleos para sobrevivir. Fue limpiacoches, montó toldos y trabajó en telemarketing. Antes de hacerse coctelero en Los Ángeles, pasó una temporada transportando los medicamentos que cubanos afincados en Miami enviaban a sus familiares en la isla. “Una vez los motores de la lancha en la que íbamos se pararon a mitad camino y pasé mucho miedo. Pensé que podía acabar en África, pero llegamos sanos y salvos”, recuerda ahora.

En 2010 regresó a Valencia, donde trabajó en una tienda de nutrición para deportistas cerca de la avenida del Puerto. Ahora a veces actúa como DJ, ha empezado a producir música electrónica, vive con su mujer Chiara Allegrini, nacida en Cerdeña, y trata de mirar sobre todo al futuro. “Ya he dicho que estoy dispuesto a perdonar. Me encantaría conocerlo y que todo fuera más discreto. Pero para una persona como yo es difícil, porque sabes que estás peleando contra alguien que tiene mucho poder y se niega a aceptar la realidad. Esa combinación hace que sea bastante duro para mí”