“No hay pruebas de que Jamal Khashoggi haya sido asesinado”, repetían una y otra vez las autoridades de Arabia Saudí durante las primeras semanas de la crisis desatada por la muerte del periodista y colaborador de The Washington Post. “Sin cadáver, no hay prueba del delito” parecía ser el razonamiento desde Riad, vanagloriándose quizás de haber cometido el crimen perfecto al hacer desaparecer a uno de los más eminentes críticos con las políticas del hombre fuerte del régimen wahabí, Mohamed Bin Salmán. Pero la policía cuenta con diversas técnicas y procedimientos para evitar que el caso quede sin resolver y, de hecho, los saudíes han terminado por reconocer el asesinato de Khashoggi este pasado fin de semana, si bien con versiones cambiantes. Dado que el caso continúa bajo secreto de sumario y los investigadores turcos no han hecho públicos los detalles de la investigación, EL PAÍS ha conversado con varios expertos para saber cómo se procede en este tipo de casos.
Miembros de la policía científica turca entran en un aparcamiento del distrito de Sultangazi donde este lunes se halló un vehículo de matrícula diplomática saudí sospechoso de estar relacionado con el caso Khashoggi.
Miembros de la policía científica turca entran en un aparcamiento del distrito de Sultangazi donde este lunes se halló un vehículo de matrícula diplomática saudí sospechoso de estar relacionado con el caso Khashoggi. OZAN KOSE AFP
¿Cómo se actúa en una escena del crimen de la que ha desaparecido el cadáver? En este caso se sabe que se ha cometido un asesinato y dónde, ya que fuentes turcas aseguran disponer de una grabación que muestra lo ocurrido, si bien hace falta probarlo pues dicho audio habría sido obtenido por medios ilegales. “Tenemos una escena del crimen sobre la que se ha actuado para borrar trazas, limpiando con detergentes y probablemente pintando encima”, explica un agente con amplia experiencia en homicidios que solicita el anonimato por hallarse todavía en servicio: “Lo primero que se debe hacer es una minuciosa búsqueda visual para hallar pelos o trozos de piel, luego buscar rastros de sangre y después huellas dactilares o pisadas”.
Los registros del Consulado saudí de Estambul, la residencia del cónsul y sus vehículos se llevaron a cabo de noche y a oscuras porque se utiliza un químico llamado luminol que se pulveriza sobre la escena y reacciona si hay rastros de sangre provocando una fosforescencia que dura unos segundos. “El problema es que si esa sangre ha entrado en contacto con productos como la lejía no se puede extraer de ella información genética”, aclara el agente: “Por eso hay que buscar en juntas de las baldosas, en rejillas, detrás de lámparas… lugares que, por las prisas, podrían haber pasado por alto quienes limpiaron la escena”.
Otro lugar donde buscar material genético es en los desagües y las tuberías. “Cuando tenemos una escena del crimen que sabemos que han limpiado, desmontamos los lavabos y cualquier tubería en la que pueda haber quedado un resto, algún pelo o piel. Si el cadáver ha sido desmembrado, siempre puede haber saltado una uña, la astilla de un hueso, un diente”, añade esta fuente policial.
De las muestras recogidas, que ya están en los laboratorios de la policía científica turca, se trata de sacar información genética que cotejar con el ADN de Khashoggi que se haya podido extraer de los objetos personales aportados por su prometida, Hatice Cengiz. “Si en sus prendas de vestir hay sangre, saliva, cabellos o pelos de la barba que mantengan la raíz, se pueden obtener muestras de ADN sin necesidad de pedir muestras de sangre a Arabia Saudí”, relata por su parte Nevzat Alkan, experto en medicina forense de la Universidad de Estambul. El trabajo de sus compañeros de profesión comenzará en el momento en que reciban el cadáver: “Aunque hayan pasado tres semanas y haya empezado a descomponerse e incluso aunque nos lleguen sólo trozos del cuerpo, podemos hacer una autopsia y determinar la causa de la muerte observando si hay traumas en el cráneo o hemorragias cerebrales, si quedan marcas en los huesos o tejidos del cuello porque ha sido estrangulado, si ha muerto por un arma de filo o si se le ha suministrado alguna sustancia, mediante un examen toxicológico”.
Sin embargo, ante la ausencia del cadáver sólo se pueden formular hipótesis sobre el modo en que se asesinó a Khashoggi. Medios turcos e internacionales, citando la supuesta grabación, aseguran que fue descuartizado con una sierra, teoría que no convence a Alkan: “Al despedazar un cuerpo brota muchísima sangre y eso deja más pistas”. Otra hipótesis que ha investigado la policía turca ha sido que el cuerpo haya sido disuelto en ácido, lo que tampoco ve fácil el forense: “La cantidad de ácido necesario para disolver un cuerpo de 80 kilos en un espacio pequeño y cerrado como el Consulado, expediría demasiados vapores tóxicos, que podrían matar al que los inhalase”. En cambio, a otra fuente de seguridad consultada sí que le resulta plausible: “Los cárteles mexicanos utilizan ácido clorhídrico. Trocean el cuerpo y lo meten en un bidón. El cuerpo tarda en disolverse entre 36 y 48 horas”. La única dificultad para ello es conseguir el ácido y transportarlo ya que puede resultar muy peligroso.
En los últimos días, fuentes saudíes han explicado a Reuters otra versión: que Khashoggi murió asfixiado. Según el diario turco Habertürk, el cadáver habría salido del consulado envuelto en una alfombra y fue entregado a un ciudadano turco para que se deshiciese de él. “Eso presentaría más dificultades —opina el agente citado anteriormente— ya que, a menos que haya sido un método muy violento como el estrangulamiento, que sí deja marcas en la traquea, quedan menos indicios. Las petequias (minúsculas roturas de los vasos capilares) que se forman en el momento de una asfixia con un saco en la cabeza, o debida a un exceso de torturas por el método de la toalla mojada, son imposibles de rastrear en un cadáver si pasa mucho tiempo”.
El gran reto al que se enfrenta ahora la policía turca es hallar el cadáver. Para ello ha acotado varios lugares gracias a las imágenes de los vehículos del Consulado captadas por las innumerables cámaras de seguridad en las calles de Estambul. Con todo, siguen siendo espacios amplios: una zona rural de la provincia de Yalova y el bosque de Belgrado, en el norte de Estambul. “Tienes que calcular el tiempo entre que las furgonetas entran y salen de la última cámara para calcular el radio hasta donde han podido desplazarse. Buscar marcas de neumáticos y luego montar líneas de gente que, en círculos concéntricos, batan el lugar pasito a pasito”, afirma el agente: “A veces hay que confiar en las casualidades, por ejemplo que alguien que paseaba al perro haya visto las furgonetas en un lugar concreto”. Casualidades y soplos como los que este lunes permitieron hallar en un aparcamiento del distrito de Sultangazi, muy lejos del Consulado, un automóvil con matrícula diplomática saudí aparcado desde hace dos semanas y en el que, según los empleados, se introdujeron bolsas traídas por otros vehículos. La policía científica se ha puesto a revisar esta nueva escena, pero necesita el permiso saudí para abrir el vehículo.
Finalmente, está el trabajo con los testigos. La Fiscalía que instruye el caso tiene una lista con 45 nombres de empleados de la legación diplomática, de los que más de la mitad ya han prestado declaración. “A estas alturas, probablemente todos los trabajadores tengan los teléfonos pinchados y se estudien todas sus comunicaciones, incluidas las aplicaciones de mensajería, para hallar cualquier declaración que diga ‘yo escuché tal cosa”, arguye el agente de homicidios: “Los servicios secretos necesitan blanquear lo que han obtenido por micrófonos ocultos o por el medio que sea. Por eso van filtrando datos, de manera que en la opinión pública quede un cierto relato. Pero necesitan pruebas que lo demuestren, al menos parcialmente. A veces se filtran también informaciones que no son ciertas para forzar al presunto culpable, en este caso a Arabia Saudí, a dar un paso y hacer ciertas declaraciones”.