Jesús Blancornelas, fundador del periódico Zeta de Tijuana. Foto: Cuartoscuro.

El viernes 30 de noviembre fue un día para recordar a un gran periodista, valiente como pocos que se enfrentó a las balas y al narco sin alardes ni fanfarronerías. Se trata de Jesús Blancornelas, fundador del periódico Zeta de Tijuana, quien cumplió doce años de haber fallecido.

Blancornelas entendió el periodismo como un oficio sin ambigüedades: jamás el protagonismo lo sedujo ni se mostró débil ante la adulación y los reflectores. Entendía la superación como un reto consigo mismo, todos los días, nunca se peleó con fantasmas en el resbaladizo terreno de la competencia porque su única competencia era él mismo.

En la década de los ochenta, decidido a emprender una aventura periodística, fundó Zeta de la mano de varios colegas y amigos suyos. El semanario, según me contó en una ocasión, estaba destinado a publicar noticias deportivas. Pero un hecho trágico–una matanza perpetrada por el narcotráfico –se impuso en el cierre de edición y publicaron en portada aquella noticia que encendió los reflectores en contra de los hermanos Arellano Félix, jefes temibles del cártel de Tijuana.

La edición se agotó, atraídos los lectores por la exclusiva noticiosa, el olor a muerte y a pólvora ya no los abandonó. A esa noticia siguió otra, una más y otra más –todas relacionadas con el cártel en ascenso –hasta que el crimen organizado comenzó a cobrar venganza. Fue entonces cuando comenzaron a morir algunos fundadores de Zeta

En los ochenta el primero en caer fue Héctor Félix Miranda, El Gato Félix. El autor material fue Antonio Vera Palestina, pistolero de Jorge Hank, quien compurgó una pena por el crimen. Sobre el autor intelectual Blancornelas jamás titubeó al pronunciar su nombre: Fue Hank, decía.

A este crimen siguió otro tan artero como el de Félix Miranda. El de Francisco Ortiz Franco, reportero y editor del semanario tijuanense.

Todavía recuerdo la portada que publicó Zeta dirigido por Blancornelas. “Fue la policía, el crimen o Hank”, rezaba la cabeza, directa y sin tapujos, su estilo inigualable tan criticado como admirado.

–Te aventaste muy duro, Jesús. ¿Tienes pruebas? –le pregunté en las instalaciones del periódico.

–Hay indicios –me dijo sin rodeos, la certeza en sus ojos. Y además, el periodismo siempre tiene que ir delante de las autoridades, ahí están los indicios, que los sigan y aclaren este cobarde crimen.

Blancornelas sabía que se iba quedando solo, asesinados sus compañeros de batalla, él seguía en la lista y lo sabía o al menos lo suponía. En una ocasión fue emboscado por el crimen organizado. Una lluvia de balas de alto poder lo inundó. Todos los dieron por muerto, imposible dudarlo ante aquella metralla implacable, el odio sin límites. Así, Blancornelas tejía su historia como reportero y protagonista, sin proponérselo, claro está. Simplemente las circunstancias, sobre las que ningún poder se tiene, se fueron confabulando en el día a día hasta volverse noticia.

Los hombres del cártel de Tijuana, encabezados por los hermanos Arellano Felix, habían decidido ejecutarlo. No pudieron. Blancornelas salvó la vida y resultó imposible dudar de lo milagroso.

Recuperado del atentado, no se dobló. Retomó sus tareas en el diario pero ya no tenía vida propia: un comando militar tomó el control de seguridad y por años vivió rodeado de militares que decidían, sin consultarle, las direcciones que debían tomar al trasladarlo del periódico a su domicilio y viceversa. Siempre un rumbo diferente.

El convoy que lo resguardaba pronto se volvió conocido en Tijuana incluso a la distancia. Cuando lo veían transitar –carro blindado y soldados armados –todos sabían que se trataba de Jesús Blancornelas

El periodista dejó de visitar lugares públicos, jamás un café, una tienda, la vida se volvió un encierro permanente, su mundo sin derecho al rechazo. De eso dependía seguir vivo.

“Yo no decido ni los caminos por donde transitar”, decía.

Un día le pregunté:

–Jesús, que piensas cuando quieres ir a una cafetería o a comprarte una prenda a una tienda de ropa. ¿Puedes hacerlo?

Los ojos se le humedecieron, evidente la tristeza en su semblante.

“Mira, he ido al Sanborns en varias ocasiones, aunque ya evito hacerlo. Cuando iba es muy incomodo: los militares que me protegen deben entrar y revisar todo el lugar, cuando ya están seguros de que todo está bien me llevan a la mesa y tomo asiento, siempre las miradas sobre mí. Esto no me hace sentir bien porque es muy incómodo para la gente de pronto verse rodeada por militares armados. En cuanto a las tiendas de ropa, hace mucho que no voy a ninguna. Ya no forma parte de mi vida cotidiana”.

Jesús Blancornelas fue uno de los periodistas mejor informados sobre el narcotráfico y los hombres de la mafia, imposible no consultarlo para tener la visión actual del país. Sus fuentes eran todas castrenses, confiaba en ellos, no así en la policía. “Está cartelizada”, decía.

En una ocasión escribió una semblanza sobre Ismael Zambada García, El Mayo . Lo retrató tal cual es. Dijo que su chofer tenía la instrucción de no pasarse un alto ni acelerar el vehículo. Era una regla inviolable por Zambada García, jefe del cártel de Sinaloa y exosocio de Joaquín Guzmán Loera, El Chapo.

También retrató a los hermanos Arellano Félix. Ramón le atraía mucho como personaje, también Benjamín y ni se diga Enedina, a quien quiso entrevistar para preguntarle por qué lo querían asesinar. No lo consiguió. Uno de sus éxitos fue la entrevista que le hizo a Mario Aburto, el asesino de Luis Donaldo Colosio, en la cárcel de máxima seguridad del Altiplano.

Pese a las muertes de dos de sus fundadores, Blancornelas no bajó la guardia. El narcotráfico siguió siendo por mucho tiempo el tema central del periódico, consulta obligada para conocer las andanzas de los capos, particularmente de los Arellano Félix, a quienes él vio nacer como los más terribles criminales de los años ochenta y noventa, entonces apodados “Los narcojuniors”.

Amplio conocedor del crimen organizado, Blancornelas publicó varios libros, lectura obligada hasta la fecha. “El Cártel”, la historia de los Arellano Félix; “En Estado de alerta”, “Conversaciones Privadas”, entre otros.

En su última semana de vida, Blancornelas me concedió una entrevista, la última antes de fallecer. En la conversación habló del narcotráfico, de su vida privada y de sus convicciones profesionales. Recordó la fundación del semanario, los tiempos duros, la muerte de sus compañeros y de la descomposición del país, sin remedio, decía. Confiaba en los militares, dueños de su seguridad. Hasta el final tuvo una duda. Por qué lo quisieron matar los Arellano Félix.

Blancornelas no murió durante el atentado que sufrió, pero las balas que perforaron su cuerpo le dejaron secuelas que, al tiempo, le costaron la vida.