WASHINGTON, D.C.- En las primeras marchas de protesta contra la toma de posesión de Donald Trump el fin de semana, la imagen más importante no fue la de las mujeres y los jóvenes con pancartas improvisadas para confrontar al poder de dominante del sistema político que gira en torno a la Casa Blanca. La imagen que llamó la atención fue la de transeúntes que pasaban cerca de la columna principal de la marcha, la miraban con curiosidad y solo referían sus mensajes con sus boinas y bufandas con las siglas de la MAGA trumpista.
Se trataba de personajes con un perfil popular, de clase de media, muchos de ellos empleados, pero sobre todo con edades arriba de 60 años. En la primera toma de posesión de Trump en 2017, la ciudad de Washington se pobló de una población rural de perfil inocultablemente granjero –sombreros y overoles– que habían votado por Trump en tanto que representaba una crítica severa al Estado explotador de los sectores productivos y a la burocracia que vivía de los impuestos de esos productores pero para hacerles la vida de cuadritos a los que trabajaban y generaban riqueza.
Los análisis electorales del pasado 5 de noviembre todavía no alcanzan a explicar las razones de la victoria de Donald Trump, sobre todo por su papel activo en los disturbios del 6 de enero de 2021 que amenazaron con convertirse en un golpe de Estado que impidiera la calificación presidencial del candidato demócrata Joseph Biden, pero que aprovecharon el ingreso violento a las oficinas del capitolio para demostrar el Poder Popular que amenaza de manera permanente la posibilidad de otra guerra civil estadounidense, esta vez entré derecha e izquierda, diferente a la guerra civil entre blancos y negros del siglo XIX.
La marcha y mitin de protesta del sábado en la mañana hizo confluir en el territorio de la zona conocida como el Mall –entre el obelisco a Washington y el monumento a Lincoln–, teniendo como contrapunto al otro extremo la imagen del Capitolio. En esta zona llegaron las manifestaciones contra la guerra de Vietnam en 1967 y 1968 y arribó también la protesta de Martín Luther King que aquí definió su bandera de igualdad racial con la frase: “tengo un sueño», aunque a la vuelta de los años se considera que la lucha de King fue simbólica porque abanderada valores, pero que su verdadera propuesta hubiera sido más concreta: “tengo una agenda”.
La manifestación del sábado se definió en torno a la dialéctica machismo-feminismo, una bandera que refiere más al perfil inocultablemente polémico de Trump y su conflicto con las mujeres, pero es que destacar que en esa marcha fue poca la presencia de banderas o protestas que tuvieran que ver con el segundo problema más grave en Estados Unidos y que es el de la inmigración ilegal y la decisión autoritaria y policíaca de Trump de comenzar hoy mismo las razzias para arrestar migrantes sin documentos legales y deportarlos en fast track.
El problema que enfrenta Estados Unidos esa es la ausencia de liderazgos. El último presidente estratega fue Ronald Reagan (1981-1989), pero cometió errores que lo hicieron tambalearse de la Presidencia, como la venta de armas a Irán –su archienemigo– para usar esos fondos en compra de armas para entregárselas a la contrarrevolución nicaragüense que no pudo derrotar a los sandinistas.
La penuria de liderazgos presidenciales tiene hundido a Estados Unidos en la mediocridad estratégica. La fugaz presidencia de George Bush Sr. (19989-1993) se montó sobre el final de la guerra fría y el desmoronamiento de la Unión Soviética y abrió la puerta para que Estados Unidos terminará su ciclo de Estado de Seguridad Nacional –en versión del ensayista Gore Vidal– y dio la oportunidad para regresar los ojos a la estabilidad social que se había perdido en aras del militarismo. Pero Clinton llegó el disfrute amoroso del poder, se enredó es una geopolítica de seguridad nacional que nunca entendió y terminó sus dos períodos de gobierno enjuiciado por devaneos sexuales con una becaria en la Casa Blanca.
Los electores estadounidenses tienen una habilidad democrática –en modo de poner y quitar gobiernos– que ajusta cuentas con sus gobernantes: el modelo pendular liberales-conservadores ha mecido al sistema político y social de Estados Unidos en ciclos pendulares de 1969 a 2024 y que ha dado ocho gobiernos liberales contra nueve conservadores: el electorado castigó a Johnson por Vietnam votando por Nixon, luego repudió los vicios de Nixon-Ford sufragando por Jimmy Carter, más tarde le dio solo un período a Carter por su debilidad en el ejercicio del poder –en economía y geopolítica– y encumbró a Reagan dos largos períodos en los que Estados Unidos recuperó su liderazgo militar y geopolítico, su sucesor republicano Bush Sr. duró un periodo porque no supo ofertarles a los americanos la transición de la guerra fría y abrió la puerta a largo ciclo de los gobernantes políticos civiles que definieron con desgano la hegemonía militar estadounidense: Clinton encumbró a Bush Jr., llegó Obama con el color de su piel y regresó la alegría al país, pero fracasó al salvar al capitalismo y no a las comunidades pobres y afroamericanas. El salto cualitativo inexplicable pero entendible con la frialdad del análisis se dio cuando el electorado le negó la continuidad Obama-Hillary Clinton a los demócratas y optó por el lenguaje radicalmente ultraconservador y racista de Donald Trump, aunque luego se arrepintió y todo su voto cuatro años después Biden como el abuelito que iba a reinstitucionalización el poder americano. Y a pesar de saldos y deficiencias, de nueva cuenta el electorado regresó al Trump del asalto al capitolio a tomar posesión formal de un segundo período presidencial.
El escritor Norman Mailer encontró el punto central del poder estadounidense: el presidente de la nación. Schlesinger describió en un ensayo clásico la consolidación de lo que llamó la presidencia imperial y que fue el aumento de poderes reales y poderes fácticos y poderes metaconstitucionales para el jefe del Ejecutivo, pero un modelo político donde teóricamente funciona el equilibrio de poderes, pero en casos extremos el judicial de la Corte Suprema y el legislativo del Capitolio se subordinan a la figura y funciones presidenciales que serían la esencia imperial de la República, y valga el contrasentido, que estudió el sociólogo francés Raymond Aron y llamó La República imperial, un oxímoron de democracia y dictadura en torno al poder presi especial de Estados Unidos que se equipara solo con el principio de infalibilidad del Papa, y quiso la realidad política que fuera nada menos que Richard Nixon –el presidente al que derrumbó Watergate– el que dijera que el poder presidencial de la Casa Blanca no es juzgable y que el presidente es omnipotente, omnisciente y absoluto, pero absoluto de absoluto.
Los paradójico del poder presidencial que le tocará padecer por segunda ocasión a Donald Trump es que se trata de un poder presidencial tan grande que no se puede ejercer porque puede generar efectos contraproducentes contra su propio dominio. Mailer ironizó en una crónica presidencial el poder de la Presidencia con un texto que tituló “Superman va al supermercado”, donde el poder por el poder enfrenta la realidad de la ciudadanía. En su crónica Mailer descubre el hilo negro: el presidente padece una enfermedad intelectual: una nutrición intelectual deficiente, inclusive por mucha cultura que pudiera haber acumulado a lo largo de su carrera política. Y el otro defecto presidencial es que los presidentes no tienen imaginación. Por ello, agregó Mailer, “nada es más excepcional que el nacimiento de una nueva idea en Estados Unidos”.
Clinton y Obama han sido los presidentes con mayor coeficiente intelectual a la hora de tomar el poder en la Casa Blanca, pero los dos fueron víctimas de la estructura del poder imperial que tiene que dominar las decisiones. Jimmy Carter fue el presidente con mayor inteligencia técnica que llegó al poder desde nada menos que una ingeniería nuclear, pero aplicó una moral conservadora que descubrió que los intereses geopolíticos carecen de moral, como si Gonzalo N. Santos hubiera definido los objetivos de la Casa Blanca a partir del criterio de que la moral es un árbol que da moras. Y luego ocurrió que a pesar de su inteligencia tecnológica futurista de la industria nuclear, resultó que Carter optó por regresar a su tierra a fundar un terreno que producía cacahuates. Y se recuerda la anécdota de que Carter se había comprometido con López Portillo apoyar el gasoducto, pero después en público dijo que siempre no, y ante la queja del mandatario mexicano, el estadounidense solo se justificó: “yo sí quiero, pero Casa Blanca dice”. El poder de la Casa Blanca manda por encima de los presidentes.
El poder en acto está asociado a la inteligencia en potencia. Clinton se jactaba de haber leído y disfrutado Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y tuvo una amistad política con el escritor mexicano Carlos Fuentes, pero fue incapaz de entender la lógica del poder que hundió a Cuba durante su período y le impidió algún acuerdo de salida al aislamiento de ese país que se localiza a 90 millas de Florida y que ha sido el dolor de cabeza de los presidentes de Estados Unidos desde Kennedy hasta Trump.
Trump pudo definir en su primera presidencia una agenda contra México a partir de sus propias concepciones personales, pero a la hora de la instrumentación institucional se encontró con que las reglas de la seguridad nacional se tienen que cumplir y no siempre a capricho presidencial. Trump no estaba jugando cuando le preguntó a Mike Pompeo si se podía lanzar un misil sobre la casa-laboratorio del Cártel de Sinaloa en México, pero de tal manera que se ocultara la responsabilidad gubernamental, y el secretario de Estado casi se jala los cabellos de la cabeza para decir que eso es imposible.
Ahora viene la gran decisión de Trump que ha prometido en sus dos campañas: declarar terroristas a los cárteles del narcotráfico mexicano, pero ya desde antes el aparato de la burocracia de inteligencia y seguridad nacional está bloqueando cualquier posibilidad porque implicaría una ruptura de relaciones estratégicas de Estados Unidos con México, en el entendido de que México no es el vecino del sur sino que significa la zona de contención geopolítica del comunismo chino y ruso y que esa declaratoria de narcoterroristas rompería cualquier entendimiento de los muchos que existen entre las comunidades de seguridad civiles y militares de México con las correspondientes en Estados Unidos. Si acaso, los estrategas estarían buscando alguna forma de que no sea una declaración formal, pero que de alguna manera se acerque a elevar las calificaciones negativas de esos dos cárteles que procesan las drogas químicas que están matando a decenas de miles de estadounidenses que consumen la droga sin advertencias, ni controles, ni políticas de decomiso.
La bandera de las deportaciones de Trump es la más fácil de operar. En círculos estratégicos se ha aceptado que Trump tiene razón en condenar la migración que no cumplió con los requisitos legales y que se metió a la fuerza en Estados Unidos para desperdigarse en los 50 estados de la Unión Americana, sin saber si son realmente personas necesitadas de empleo y bienestar, porque se repite el modelo de Mariel cubano de 1980 que propició el presidente Fidel Castro cuando el ingenuo de Jimmy Carter le pidió que dejara de salir a los disidentes y el comandante cubano permitió a muchos disidentes huir a Estados Unidos pero en los barcos que salieron del puerto de Mariel subió a los peores delincuentes que Cuba no sabía qué hacer con ellos, incluyendo traficantes de drogas que después constituyeron la mafia cubana del narcotráfico en Florida.
Pero el tema más delicado que enfrentará trono es el de los cárteles porque el problema no está en las organizaciones delictivas que están en México, que producen las drogas químicas y que hacen los paquetes para enviarlos de contrabando a Estados Unidos, sino que se localiza en las células con autonomía relativa de esos cárteles que se han fortalecido dentro de EU como estructuras de poder de los tres principales cárteles dedicados al tráfico de drogas dentro de Estados Unidos –el de Sinaloa, el de Jalisco y Los Zetas– y que la DEA los tiene detectados desde el 2005 como los principales traficantes de productos de la venta de estupefacientes mexicanos dentro del territorio americano.
Y el otro tema prioritario para Trump está en la pérdida del control de seguridad nacional de la frontera sur del imperio estadounidense, hoy una tierra de nadie que manejan los diferentes bandas delictivas dedicadas al tráfico de armas, personas, drogas y productos y que han corrompido a las autoridades gubernamentales de los dos países y en los dos lados de la frontera territorial, al grado de que la revista Rolling Stone realizó hace tres años un gran reportaje para concluir asistencia de lo que llamó el Cártel Coyote, organizaciones criminales asociadas para el tráfico de personas que deja ya más beneficios económicos que la droga.
Trump encontró en el 2015 el discurso antiinmigrante que convirtió la preocupación estadounidense por la invasión migratoria en pánico social por la forma en que millones de personas cruzaron con impunidad la frontera sin cumplir con los requisitos de registro legal y hoy han creado zonas delictivas en las más importantes ciudades de Estados Unidos, con los datos consistentes que con frecuencia publica el periódico New York Post denunciando localización y áreas de actividad –incluyendo la prostitución a la luz del día– en zonas importantes de la ciudad.
En 2016 Donald Trump se propuso la reconstrucción de la hegemonía estadounidense perdida por presidencias frívolas, inconsistentes y desacreditadas, y lo planteó como objetivo totalizador: regresar a la grandeza que implicaba que Estados Unidos fuera otra vez el centro motor del capitalismo militar del planeta, luego de que los presidentes de Bush Sr. a Obama desaprovecharon la crisis de liderazgo de Rusia y China al comenzar el siglo XXI, pero dejándole la oportunidad de reconstrucción que han convertido a esos dos países en un bloque con mayor capacidad de dominio planetario que los Estados Unidos ya no son. La invasión de Rusia a Ucrania fue un mensaje a Estados Unidos de cómo defender la línea roja fronteriza ideológica de Rusia con la OTAN, mientras la Casa Blanca perdió el control de sus dos fronteras y en México hay un gobierno que se mueve más en la lógica anti Estados Unidos, y con autonomía relativa para el diálogos con Rusia y China.
Hoy arrancará el segundo periodo de cuatro años de Gobierno de Trump y de nueva cuenta se está percibiendo que el discurso de recuperación de la grandeza se ahoga en pequeñas decisiones burocráticas que desactivan la potencialidad de sus posibilidades.
Y desde ahora queda claro: Trump llega por cuatro años, pero tendrá uno de poder absoluto y lo que no haga en ese periodo ya no lo realizará en los tres restantes.