– Sería de elemental justicia organizarle un homenaje por su trayectoria y difundir entre el magisterio su vida y obra.
Convencido de la vigencia de los principios de la Escuela Rural Mexicana, el maestro Ruperto Ortiz Gámez se empecinó en su rescate y en someterlos a prueba para ver si tenían vigencia. En el camino, protagonizó una enorme epopeya educativa.
El profesor llegó a Nieves, en el semidesierto zacatecano, en 1965. Entre otras muchas experiencias más, en 1979, fundó allí la Escuela Normal Rural Experimental Rafael Ramírez Castañeda, un proyecto de educación alternativa ejemplar. Al igual que le sucedió a muchos de los fundadores del normalismo rural, enfrentó el rechazo de los caciques priístas de la región y la del sacerdote católico local, “de quien se dice –recuerda Alfredo Valadez– que llegó a mandar matar –sin éxito– a los maestros comunistas que establecieron el centro educativo. Durante años, Ortiz Gámez tuvo que ser protegido por docentes armados.
El maestro Ruperto nació el 27 de marzo de 1944 en el rancho La Colorada, municipio de Aramberri, Nuevo León. Su padre fue arriero y carbonero y estudió en San Marcos para maestro rural. Su madre nació en cuna aún más humilde. Con la familia de ella conoció “lo que es comer, como únicos alimentos, un plato lleno de chile, sopearlo con tortilla y acompañarlo con un vaso de café”.
El profesor Ortiz fue en su niñez sembrador, becerrero y vaquero. Acarreó leña en la espalda y aprendió a cargar un burro. Cuenta: “Conocí en muchas casas la pobreza, en otras, la miseria”. También el trabajo de su padre, un buen maestro rural.
En 1957 Ruperto entró a la Normal Rural de San Marcos. Allí cursó sexto de primaria, secundaria y profesional. Terminó sus estudios en 1964, con 20 años de edad. Fue integrante del comité ejecutivo de la Sociedad de Alumnos, con el criterio de que para ser buen dirigente primero habría que ser buen estudiante.
En Nieves trabajó 44 años y, en lo que fue una verdadera proeza educativa, vio nacer, como director fundador, tres importantes instituciones escolares: una secundaria, una técnica agropecuaria (el más importante centro educativo del lugar en su momento) y la normal. En la primera trabajó gratuitamente como director y maestro de grupo durante cuatro años. En la segunda fue director seis años y ni él ni sus colegas cobraron un solo centavo por echarla a andar. En la normal fue director y maestro de grupo durante tres décadas. Los dos primeros años no cobró ni un cinco. La primera planta de maestros se integró por voluntarios dispuestos a trabajar gratuitamente. Se jubiló en 2009, con 45 años de servicio y 65 de edad.
En el corazón de la propuesta educativa de la Normal de Nieves se encuentra la búsqueda de la autosuficiencia para resolver las propias necesidades. En tiempos del maestro Ruperto, el plantel se mantenía financieramente con tres horas semanales de trabajo comunitario de estudiantes y maestros en la granja de la escuela, en los talleres de carpintería, herrería y albañilería.
Como idea fuerza del proyecto, está considerar al trabajo como gran educador del hombre. De acuerdo con el docente, “mediante el trabajo físico se cultivan valores, sentimientos, se forman hábitos, porque la concepción que tenemos es que no hay educación posible del hombre donde no hay cultivo de valores”.
Explica: “Fortalecimos nuestra convicción sobre el valor del trabajo manual en las escuelas, con el pensamiento y el ejemplo de grandes hombres: Mario Aguilera Dorantes, a quien le debemos la escuela; José Santos Valdés, extraordinario maestro rural mexicano; Lázaro Cárdenas, “el mexicano más grande del siglo XX”; Fidel Castro Ruz, el líder de la revolución cubana y constructor del socialismo en Cuba”.
Esto se plasma con toda claridad en dos murales en la normal. En uno se dice: “Yo mismo. Con mis propias manos”. En otro, en el campo, están pensamientos del profesor Santos Valdés: “El trabajo es el gran educador del hombre y gran creador de afectos, a los que vuelve indestructibles. Lo que verdadera y realmente educa –junto con el ejemplo– es el trabajo”.
Así que, en sus aulas, además del estudio de las asignaturas académicas, los alumnos deben tener conocimiento y capacitación en las actividades del campo y la pequeña industria. Allí se preparan maestros para el medio rural del semidesierto zacatecano, capaces de arraigarse en las comunidades rurales y trabajar por su mejoramiento. Adicionalmente, la escuela estimula y sirve de guía al trabajo de los poblados con los que está en contacto.
En 2009, al jubilarse el profesor, la normal contaba, a partir de su propio esfuerzo, con albercas, chapoteadero, sanitarios, almacén, talleres y casetas.
Teatro y gimnasio. Un establo con 85 cabezas de ganado. Una pequeña empresa que producía 830 litros de leche, con los que se elaboraban 81 kilos de quesos; 70 colmenas y 109 vestuarios completos de distintas regiones de 26 estados.
La labor del maestro Ortiz Gámez se inspiró en la época de oro de la Escuela Rural Mexicana y en el rescate de los principios de esta experiencia que conservaban su actualidad. Adicionalmente, se echó sobre los hombros, junto con otros compañeros, la tarea de publicar las obras completas del profesor José Santos Valdés. Es imposible evaluar una experiencia tan enriquecedora y exitosa para la vida y el trabajo de miles de estudiantes y comunidades a partir de mediciones estandarizadas como las que se aplican a alumnos de 15 años en la prueba PISA. Su valoración debe seguir otros criterios.
A sus 80 años de edad, Ruperto Ortiz es un maestro excepcional; sin lugar a dudas, uno de los mejores docentes mexicanos. Lo dicen sus alumnos y sus colegas. El sistema de educación pública federal debe enorgullecerse de que haya servido en sus filas durante cuatro décadas y media. Independientemente de los reconocimientos que se le hayan hecho en el pasado, sería de elemental justicia organizarle un homenaje por su trayectoria y sus aportaciones a la pedagogía rural. Y difundir entre el magisterio su vida y obra.
Twitter: @lhan55