Son muy pocas las hembras de mamíferos que tienen la menopausia. Durante siglos se supuso que era algo único de las humanas. Pero en lo que va del XXI se ha descubierto que hasta cinco especies de ballenas distintas también viven mucho más allá del fin de su vida reproductiva. Todas son cetáceos de los que tienen dientes en vez de barbas (odontocetos) y, como la especie humana, viven en grupos sociales formados por varias generaciones. Ahora, la comparación entre decenas de estos animales marinos los acercan aún más a los humanos: viven más porque eso ayuda al grupo, porque cuidan de sus nietos y nietas.

“Las cinco especies de odontocetos que evolucionaron hacia la menopausia viven unos 40 años más de lo esperado para las mismas especies que no tienen la menopausia”, dijo en una conferencia online Samuel Ellis, investigador de la Universidad de Exeter (Reino Unido) y primer autor de esta investigación, publicada en la revista científica Nature. El dato recuerda al caso de la especie humana, en la que las mujeres viven más del 40% de su vida después de la fase reproductiva. Ellis destacó que el fin del periodo menstrual emergió en las distintas especies de forma independiente y no de un ancestro común. Entre ellas están las orcas, la orca negra (llamada también falsa orca), los calderones, los narvales y las belugas.

Además de sobrevivir a las hembras de otras especies de tamaño similar, las de estas cinco especies sobreviven a los machos de su propia especie. Por ejemplo, las hembras de orcas pueden vivir hasta los 70 u 80 años, mientras que los machos suelen morir a los 40. Aunque no están del todo claros los motivos, entre los humanos sucede algo similar.

Las orcas viven más cuando tienen abuela
¿Para qué vivir más? El misterio de la menopausia reside en que, desde un punto de vista evolutivo, cuanto más tiempo se mantiene la capacidad de reproducirse, mejor debería ser para la especie. Parece un contrasentido y un desperdicio de recursos, alargar la vida sin poder tener descendencia, lo que supondría una desventaja selectiva frente a otras. De hecho, de las más de 5.000 especies de mamíferos que hay, solo seis (o siete, según algunos estudios) han desparejado su longevidad de la producción ovárica. Pero el inicio del climaterio podría servir al mismo objetivo, pero por otro camino: el cuidado no de los hijos, sino el de los nietos.

El análisis comparativo entre los distintos odontocetos les desveló la clave: en las especies que desarrollaron la menopausia, las hembras que ya la tienen solapan esta parte de su vida con la de sus nietos. En concreto, orcas, calderones o belugas mayores viven hasta un 36% más coincidiendo con las crías de sus hijas, en comparación con especies similares, como, respectivamente, el delfín de hocico blanco, el delfín cabeza de melón o la marsopa lisa. “Tienen así más tiempo para el cuidado intergeneracional”, decía Ellis. Es la versión animal de la hipótesis de la abuela.

Hipótesis de la abuela
La idea de que las mujeres posreproductivas fueron esenciales en la evolución humana dio forma a esa hipótesis de la abuela. Con crías que necesitan años de cuidados, grupos formados por varias generaciones y la necesidad de transferencia cultural, tantos años sin fertilidad no fueron una desventaja, sino todo lo contrario. En las orcas, ya se había observado que las crías viven más cuando tienen abuela. Un mayor número de muertes de las que no la tienen sugería entonces una función familiar para la menopausia.

Pero lo que han observado en los odontocetos es algo más complejo. Estos mismos investigadores ya descubrieron hace unos años que la tasa de mortalidad de la descendencia aumenta de forma dramática cuando las madres son mayores. En concreto, cuando una madre y una hija coincidían en tener crías, la de la primera tenía 1,67 veces más probabilidades de morir. Es decir, en la competencia por los recursos, las hijas de las más viejas llevaban las de perder. Estos resultados apuntaban una posible conexión con la llegada de la menopausia y el fin de la edad reproductiva basada en los costes de la reproducción.

Lo defiende Darren Croft, también de la Universidad de Exeter y autor sénior de esta investigación. “La segunda parte de la historia tiene que ver con la competencia reproductiva entre generaciones”, dice. “Lo que vemos en las poblaciones que hemos estudiado es que las hembras de estas especies han minimizado la competición por la reproducción, alargando la duración de su vida, pero manteniendo la reproductiva más corta. Es el mismo patrón vital que observamos en los humanos. Es muy llamativo que podamos hacer esta comparación con unos animales tan diferentes, pero con estructuras y dinámicas sociales similares. Es muy intrigante que encontremos este rasgo vital propio de las sociedades humanas en el océano, pero no en otros mamíferos”, termina.

Se pueden encontrar muchas conexiones entre la menopausia humana y la animal, según los investigadores. Como sucede con los humanos, entre las orcas (la especie que más han estudiado), hay diferentes formas de organización social. Entre las residentes de la costa del Pacífico norte, Croft aporta un dato que encaja con la hipótesis de la abuela en los humanos: “Uno de los beneficios clave que hemos visto (en trabajos anteriores) con los que las hembras no reproductivas ayudan al grupo familiar es almacenando conocimiento ecológico del dónde y el cuándo encontrar comida. Esta experiencia que adquieren a lo largo de su vida es crucial cuando tienen que enfrentarse a tiempos de escasez. Y vemos los mismos patrones en las sociedades humanas de cazadores recolectores en tiempos de sequía o en momentos de conflicto social, cuando se giran hacia sus ancianos”.

Hay otra cosa que humanos y odontocetos (pero no otras ballenas) comparten. En la mayoría de las especies de mamíferos, las crías se van cuando crecen. En unas ocasiones lo hacen tanto machos como hembras. Y en otras, solo lo hacen los primeros o solo las segundas. “Pero que ambos permanezcan en el grupo (filopatría), que tanto hijas como hijos sigan en el grupo familiar, es realmente raro entre los mamíferos”, dice Croft. Y lo compara con los elefantes, también con estructuras sociales complejas, acumulación de conocimiento de las abuelas y cuidado de las crías, pero que no tienen la menopausia hasta el final de sus días: “Una diferencia muy llamativa entre las sociedades de elefantes y orcas tiene que ver con lo que sucede con los hijos [machos]. Entre las orcas, se quedan con sus madres, entre los paquidermos, se van”, dice. De hecho, entre estos odontocetos, las madres siguen cuidando de sus hijos ya mayores, algo que no hacen con las hijas cuando alcanzan la edad reproductiva.

Se trataría, por tanto, de una especie de convergencia evolutiva en la que presiones selectivas similares dieron lugar a soluciones adaptativas parecidas. Sin embargo, la investigadora de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres y experta en reproducción, Rebecca Sear, recuerda un caso que no encaja con esto: el reciente descubrimiento de que una población de chimpancés que tienen la menopausia. “Es sorprendente, dado que las chimpancés no parecen proporcionar mucha ayuda a sus nietos”, escribe en un comentario también publicado en Nature.

Sear señala otro posible sesgo: buena parte de la investigación sobre la menopausia en humanos se ha centrado en la búsqueda de pruebas de que las abuelas son útiles y, claro, las han encontrado. “Las abuelas contemporáneas podrían ayudar a los nietos porque la menopausia evolucionó para crear abuelas serviciales o porque la menopausia significa que las mujeres mayores no tienen más opción que invertir en los nietos en lugar de en los hijos”, recuerda. Y deja para el final una cuestión decisiva que se argumentó para el caso de las chimpancés: “Existen muchas otras hipótesis para explicar la menopausia. Una es que se trate simplemente de un artefacto de la disminución de la mortalidad, que ha extendido la esperanza de vida en general, mientras que la esperanza de vida reproductiva se ha mantenido igual”.