A partir del primer minuto del próximo viernes debería iniciar Claudia Sheinbaum una intensa y convincente campaña de posicionamiento político personalísimo.
Hasta ahora, más allá de la escénica recepción de un bastón de mando, la doctora en ingeniería energética ha jugado un rol de dependencia hasta gestual y vocal de su principal impulsor original, Andrés Manuel López Obrador, quien sigue concentrando todo el poder presidencial (cuando en otras ocasiones la estrella naciente va opacando a la saliente desde el momento mismo de la develación del nombre elegido para la sucesión).
Además, AMLO mantiene popularidad y fuerza electoral que significan la mejor expectativa de triunfo de una candidata que, por todo ello, podría quedar atada a compromisos en curso, a arreglos y alianzas transexenales y a recomposiciones institucionales (bancadas y liderazgos de cámaras legislativas, asientos 4T en la Corte) que la recién llegada a Palacio Nacional podría tardar tal vez un primer trienio en rehacer o acomodar a su propio proyecto.
En ese contexto, la postura de Sheinbaum puede ser explicable. Contravendría la lógica política que prescindiera de la mano que la ha conducido (cargos y encargos en la jefatura de Gobierno de AMLO, jefatura delegacional, su propia jefatura de Gobierno, candidatura presidencial) y, con ello, que provocara el riesgo de discontinuidad de un proyecto de largo plazo y, en lo inmediato, de pérdida del capital electoral andresino que está encaminado a beneficiarla.
Pero es probable que ya no siga siendo suficiente el atenerse a las impactantes encuestas de opinión que la pintan como virtual ganadora o a los réditos derivados de la bolsa electoral tabasqueña. En cuestión de días, el campo de batalla ha sido inundado de propaganda tóxica dirigida por lo pronto al Presidente de la República, pero en el fondo, a la campaña y la preponderancia actual de Sheinbaum.
Además de asumir el liderazgo pleno que a su condición compete, Sheinbaum debe evitar que el proyecto general se desdibuje e incluso desaliente a porciones de presuntos votantes a su favor. Mario Delgado, operador entre dos aguas, con preferencia por la que lo colocó en su actual sitio, ha ido conformando listas de candidaturas que incluyen a personajes abiertamente contrarios a las tesis de la regeneración nacional. Sin una explicación persuasiva y compromisos claros por parte de la candidata morenista (más allá de la maltrecha zanahoria llamada plan C), tales aberraciones adelantan traiciones, distorsiones y debilitamiento o condicionamiento de una futura presidencia claudista.
Ya se verá, a partir del próximo lunes, si la abanderada mantendrá el segundo plano táctico o comenzará a mostrar su verdadero rostro político, discursivo y práctico. No se habla aquí de rupturas o distanciamientos, sino de la asunción firme del papel de relevo con oxígeno propio, de liderazgo con fuerza ostensible e indicativa en momentos en que la oposición, desesperada por su poca viabilidad electoral, ha decidido apostar sin ambages por la siembra de incertidumbre y confusión, la propagación de mensajes de miedo y odio y la violencia verbal relacionada con temas de crimen organizado.
Astillas
Dijo ayer AMLO, en Salina Cruz: estoy muy tranquilo porque la persona que me va a sustituir es extraordinaria, piensa igual que ustedes y que yo; para qué nos preocupamos, no hay que tenerle mucho apego al poder o al dinero, la felicidad es estar bien con uno mismo, con la conciencia y el prójimo y cuando yo termine en siete meses podré decir: misión cumplida… ¿Qué arreglos hubo para que la Fiscalía General de la República, a cargo de Alejandrto Gertz Manero, decidiera no buscar que hubiera acción penal por presunciones de tortura a Mario Aburto, sentenciado por el asesinato de Luis Donaldo Colosio Murrieta? Recuérdese que en la ruta de esa acción penal se había considerado a Carlos Salinas de Gortari y a Manlio Fabio Beltrones… ¡Hasta mañana!
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