Mora al centro de una comitiva con ciudadanos e integrantes de las autodefensas en La Ruana, en diciembre de 2014. STRINGER MEXICO (REUTERS)

Después de dos ataques en noviembre y abril, criminales acabaron finalmente con la vida de Hipólito Mora, este jueves, en La Ruana, en la Tierra Caliente de Michoacán. Lo mataron a tiros en el centro del pueblo y quemaron su carro. Tenía 68 años. Líder autodefensa, excandidato a gobernador, Mora vivía con escoltas desde hacía años. A algunos los habían matado y él pensaba, siempre lo dijo, que llegaría su momento más pronto que tarde. Con su desaparición, México pierde un referente en la lucha contra el crimen, un ser de claroscuros, polémico, como suelen ser los protagonistas de todas las guerras.

Porque Mora vivía inmerso en una guerra desde hacía más de 10 años, un conflicto de intensidad cambiante, inefable para el forastero, siempre pendiente de siglas y bandos, como si la guerra en México y Michoacán fuera un conflicto europeo del siglo XX. No lo era, nunca lo ha sido. Los bandos son permeables, el crimen gusanea en el fruto del Estado y el Estado, como respuesta, acuchilla la pulpa en una inercia algo vergonzosa, antes de salir con el machete al flanco contrario. Mora sufrió un momento —es una forma de hablar— de desatención de las autoridades hacia Michoacán. A la tercera fue la vencida y ahora se une a la pléyade de mártires modernos del país.

Viejo agricultor de limones, Mora entendía el problema de la violencia. El Estado aparecía cuando el ruido aumentaba y entre tanto, trabajadores como él debían lidiar con extorsiones, robos y amenazas de la manera en que pudieran. En julio de 2021, en plena ofensiva del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en Tierra Caliente, el grupo criminal publicó un vídeo, pidiendo a policías y soldados que no protegieran a Cárteles Unidos, última transformación de las mafias autóctonas. El grupo señalaba a Mora como parte de las mafias, junto a viejas caras del movimiento autodefensa, que él fundó hace ahora diez años.

Mora no se arrugó y contestó. “En el momento en que se mete uno a liderar un grupo armado en defensa de nuestros pueblos, nos echamos muchos enemigos. Tengo enemigos que se pasaron al CJNG, otros a Carteles Unidos… Algunos habían empezado conmigo como autodefensas, pero después les ofrecieron dinero”, decía. La amenaza venía de todos lados, en realidad, también de Carteles Unidos, amalgama de antiguas amistades, caso de Juan José Farías, alias El Abuelo, viejo autodefensa como él. La Fiscalía investiga y es posible que, en un caso así, de alto perfil, encuentren a alguno de los culpables. Lo que es prácticamente seguro es que habrá detenidos, sean o no los responsables.

En julio de 2021, cuando lanzó su amenaza a la red, el CJNG y Carteles Unidos peleaban a destajo entre la sierra y la costa, de Aguililla a Apatzingán. La carretera entre ambos municipios parecía un camino de obstáculos, con retenes de ambos grupos. En algunos, el CJNG colocaba sus tanquetas artesanales para impresionar a los viajeros. Ambos bandos bloqueaban el tránsito a discreción, situación que duró meses enteros, dejando pueblos y comunidades aisladas. Solo la visita del nuncio apostólico logró la milagrosa aparición de cientos de policías en la carretera. La vía se liberó un par de días y luego volvió a la normalidad bélica.

Mientras tanto, los grupos peleaban en las lomas de los cerros. Cientos de hectáreas de campos de limones, cultivo regional, sirvieron de escenario a la batalla. El CJNG avanzaba hacia Tepalcatepec, Buenavista Tomatlán y Apatzingan, centros agrícolas de la región. Carteles Unidos trataban de contener, pero perdían terreno poco a poco. Meses más tarde, Mora, que acababa de perder la elección para gobernador —había conseguido poco menos de 50.000 votos, por más de 600.000 del ganador— exigió al Gobierno que acabara con todos los cárteles, sin distinción.

Sería exagerado decir que con el asesinato del viejo agricultor, el movimiento autodefensa queda herido de muerte: ya estaba más que enterrado. Desde la aparición de las primeras grietas, ya en 2014, hasta la constatación de que parte de las células del movimiento estaban copadas por criminales, pasaron algunos años. Pero la decadencia fue evidente desde temprano y Mora jamás se escondió. Lo reconocía. Había probado ya los sinsabores de la ruptura, como su estancia de unos meses en prisión, acusado de asesinato por haber participado en un enfrentamiento que dejó 10 muertos.

El Gobierno de Enrique Peña Nieto (2012-2018) trató de contener el auge del movimiento, encajando a sus integrantes en un cuerpo de policías rurales. Era la manera de registrar sus armas y forzar su subordinación, una operación más mediática que efectiva. El movimiento de autodefensas michoacano era el primer desafío al monopolio estatal de la violencia desde el levantamiento zapatista en Chiapas, en 1994. Mora accedió. Otros, como José Manuel Mireles, se negaron y acabaron con sus huesos en prisión.

Mora era el último irreductible. Fallecido Mireles, que murió de covid en 2020, desaparecidos para la causa El Abuelo y Estanislao Beltrán, alias Papá Pitufo, Mora era casi ya un anacronismo. En el camino se dejó buena parte de su alegría, como el asesinato de su hijo, en el mismo enfrentamiento que le llevó a prisión. Le sobrevive su huerta de limones, su hermano Guadalupe, su esposa. Le sobrevive la guerra, que parece sobrevivir a todo.