Hombres y mujeres awa se preparan para salir de caza. Entre los awa, que habitan una porción de la selva brasileña del estado de Maranhão, hay comunidades que aún no han tenido contacto con los blancos.. SCOTT WALLACE (GETTY IMAGES)

En 1968 se publicaba el libro Man the hunter (El hombre cazador). Era el resultado de un simposio desarrollado dos años antes. Organizado por los antropólogos Richard Lee e Irven DeVore, en él se presentaron muchos trabajos etnográficos y arqueológicos sobre las sociedades primitivas de recolectores-cazadores. La obra fue el sostén del paradigma del cazador: la relevancia de la caza en la evolución humana y como esta fue fundamentalmente cosa de hombres. Pero solo era un sesgo de género más, esta vez también presente en la ciencia. En 2020, un trabajo que tuvo un enorme impacto, mostró como las mujeres prehistóricas también cazaban grandes animales. Ahora, una revisión de decenas de comunidades tradicionales muestra que las féminas cazan tanto como los varones.

No pasaron muchos años antes de que, desde la misma ciencia, se criticaran los postulados de Man the hunter. Con una óptica feminista, la antropóloga Frances Dahlberg reunió una serie de trabajos en el libro Woman the gatherer (La mujer recolectora). Basado en una serie de investigaciones sobre el terreno, cuestionaba el paradigma del hombre cazador por relegar el papel de la recolección y otras tareas femeninas en la historia humana. Pero esta crítica feminista aceptaba sin pretenderlo la división sexual del trabajo: ellos cazan, ellas recogen fruta. Pero y ¿si nunca existió esta separación o no fue tan marcada? El hallazgo de una joven enterrada con sus armas en los Andes hace unos 8.000 años (seguidos de muchos otros) terminó por desmontar el mito del hombre cazador en el pasado. ¿Y en el presente?

Un grupo de antropólogas de las universidades de Washington y Seattle Pacific (Estados Unidos) ha rastreado en las bases de datos etnográficas lo que los antropólogos y etnógrafos han escrito sobre la caza en sociedades tradicionales del presente (o que existieron hasta hace relativamente poco, como es el caso de los iroqueses, apaches y otros nativos norteamericanos). Seleccionaron casi 400 culturas, pero tuvieron que reducir la muestra a 63 porque, como dice Cara Wall-Scheffler, coautora del estudio, estaban buscando explícitamente “estudios que detallaran el comportamiento y las estrategias de caza”. Si no había tablas, estadísticas o detalles, los descartaban.

De las 63 sociedades tradicionales analizadas, en 50, es decir, el 79%, las mujeres también cazan, según los datos del estudio, publicado en PLoS ONE. Hay muestras de ello en comunidades de todos los continentes habitados, salvo Europa (donde hace mucho tiempo que no hay grupos de cazadores-recolectores). Como cabe la posibilidad de que la caza se deba a que se encontraron al animal mientras recogían frutas, las autoras de la revisión acotaron aún más y encontraron trabajos etnográficos de 40 sociedades en los que se diferencia entre caza intencionada u ocasional e imprevista. En el 85% de ellas, las mujeres salen de caza. En este grupo están, por ejemplo, las pigmeas aka, del centro de África, las agta de la provincia de Luzón, en Filipinas, o las apenas 1.000 mujeres de la tribu matsé, en la Amazonía peruana.

En algunas culturas, mujeres y hombres usan las mismas técnicas y herramientas [de caza], mientras que en otras las mujeres utilizan una mayor variedad de estrategias”
Cara Wall-Scheffler, antropóloga de la Universidad de Seattle Pacific, Estados Unidos

“En algunas culturas, las mujeres y los hombres usan las mismas técnicas y herramientas [de caza], mientras que en otras las mujeres utilizan una mayor variedad de estrategias que los hombres”, dice Wall-Scheffler. Su análisis pudo determinar qué cazaban ellas en 45 de estas comunidades de cazadores-recolectores. En casi la mitad, las féminas cazan preferentemente pequeños animales, pero en un 33%, se centran en las grandes piezas. En cuanto a cómo modula la maternidad esta actividad, Wall-Scheffler cuenta que predominan dos patrones: “Están apareciendo datos que señalan a que los niños se quedan con cuidadores o bien se los llevan en sus incursiones de caza (en bandolera, a la espalda), así como en salidas a forrajear buscando alimento”.

Estos hallazgos sugieren que en muchas sociedades recolectoras, las mujeres son cazadoras y desempeñan un papel fundamental en la caza. Este trabajo se suma a la acumulación de pruebas que cuestionan las percepciones arraigadas sobre los roles de género en las sociedades recolectoras. Las autoras señalan que estos estereotipos han influido en los estudios arqueológicos anteriores. Mantienen que algunos investigadores han sido reacios a interpretar objetos enterrados junto a mujeres como herramientas de caza y piden una reevaluación de los hallazgos del pasado, advirtiendo contra el uso erróneo de la idea de los hombres como cazadores y las mujeres como recolectoras en investigaciones futuras.

“Los primeros trabajos de campo fueron realizados principalmente por hombres, quienes principalmente o solo hablaban con hombres en las sociedades que estaban estudiando”
Steven L. Kuhn, arqueólogo de la Universidad de Arizona, Estados Unidos

Cuando en 2020 se descubrió a la joven cazadora de los Andes, el arqueólogo Steven L. Kuhn, de la Universidad de Arizona (Estados Unidos) y experto en la caza en la antigüedad, dijo a este periódico que “como la división del trabajo por género ha sido ampliamente comprobada entre las sociedades tradicionales, los arqueólogos han supuesto que también era algo generalizado en el pasado”. Pero el supuesto de partida ahora también se cuestiona. Tras leer el trabajo de Wall-Scheffler, Kuhn coincide en la necesidad de reevaluar el pensamiento sobre este tema. “Ciertamente, hay sesgos en todos los niveles. Algunos tienen sus raíces en las etnografías originales. Los primeros trabajos de campo fueron realizados principalmente por hombres, quienes principalmente o solo hablaban con hombres en las sociedades que estaban estudiando. En algunos casos, esto resultó en una inflación de la importancia de los roles de los hombres. Esta fue una de las conclusiones de la conferencia Man the Hunter en la década de 1960″, comenta Kuhn.

Pero el arqueólogo va más allá y señala un sesgo más profundo: “Otros sesgos tienen sus raíces en nuestras propias normas sociales. Es cierto que los arqueólogos a menudo se centran en la caza porque es más visible en el registro. Y, con referencia a la evolución humana, la depredación constante de animales grandes por parte de los ancestros homínidos fue una desviación importante de las dietas ancestrales de los primates. Sin embargo, tenemos que preguntarnos si el desproporcionado énfasis académico en la caza mayor como estrategia económica es también un reflejo de cómo se valoran las diferentes actividades y alimentos en las propias sociedades de los académicos”. En la actualidad, la caza recreativa, la de trofeos, es la única eminentemente masculina.

Randy Haas fue uno de los antropólogos que encontró a la cazadora andina identificada en 2020 y varios enterramientos similares más. Sobre el origen del sesgo del hombre cazador que los datos contradicen, Haas cree que tiene varios orígenes: “Primero, las nociones occidentales de cómo se debe dividir el trabajo entre los sexos han sesgado nuestra comprensión de la división sexual del trabajo en las sociedades humanas en general. En segundo lugar, la etnografía de cazadores-recolectores fue realizada en gran parte por académicos varones, lo que casi con certeza contribuyó a la falsa sensación de que la caza de grandes mamíferos era una actividad estrictamente masculina. En tercer lugar, también es probable que los procesos coloniales y la misionización impusieran las ideas occidentales en las comunidades de forrajeros”, sostiene el profesor de la Universidad Estatal Wayne (Estados Unidos). Como las autoras del estudio y Khun, Haas cree que la acumulación de nuevos datos hace inevitable la necesidad de revisar los hallazgos del pasado con ojos nuevos.