Si la crisis migratoria México-Estados Unidos estalló en 2016 cuando el candidato republicano Donald Trump colocó a los migrantes mexicanos como responsables de la violencia estadounidense y el presidente Peña Nieto sólo le puso alfombra roja, el problema rebasó estas anécdotas y revela que ninguno de los dos países ha tenido la seriedad de enfocar el problema con ganas de resolverlo.
Hoy jueves 11 de mayo terminará el Título 42 que permitía el arresto de inmigrantes ilegales en EU y su liberación condicionada o el envío a México como tercer país seguro de facto y se aplicará el Título 8 que garantiza la deportación inmediata de los inmigrantes arrestados en territorio estadounidense sin haber pasado por los trámites aduanales obligatorios.
La última conversación Biden-AMLO el martes estuvo plagada de evasivas demagógicas, ante el caos en la frontera. Los dos presidentes han realizado múltiples reuniones en directo y prohijado decenas de reuniones con comisiones de funcionarios, pero sin tomar decisiones de fondo que resuelvan el problema en los países de origen de los migrantes: la crisis económica, social y de seguridad en todos los países al sur del río Bravo explica las caravanas de personas tratando de cruzar a Estados Unidos en busca de salarios y bienestar que en sus países ningún gobierno les ha garantizado.
México está pagando con aglomeración de migrantes extranjeros en sus fronteras y en algunos estados de la República su juego de poder de usarlos como carta de negociación política con la Casa Blanca, pero sin estar preparado para recibir, procesar, administrar y gestionar espacios para los cientos de miles de migrantes que llegan a un país con 80% de mexicanos en condiciones de desigualdad y pobreza. Basta revisar las informaciones y fotografías que muestran zonas de desastre social y humanitario por la aglomeración de migrantes en municipios fronterizos, sin capacidad para atender necesidades indispensables de salud y alimentación ni tampoco con algún instrumento de negociación para canalizarlos hacia Estados Unidos.
EU llegó hace tiempo al tope de su condición de país de migrantes, sobre todo porque su modelo económico apenas satisface a sectores de clase media en condiciones de deterioro de bienestar y no puede recibir oleadas de, según algunas cifras, 5 millones de personas que han entrado al país sin cumplir con los requisitos migratorios y muchos otros más que esperan en las fronteras y más los que vienen en tránsito.
México y EU malgastaron los últimos ocho años en reuniones burocráticas sin ninguna agenda concreta; la Casa Blanca y Palacio Nacional llegaron a explorar apoyos crediticios a países centroamericanos como programa piloto para disminuir la presión de la crisis social por desempleo, pero carecieron de instrumentos operativos para que esos recursos impactaran con eficacia en el mercado laboral.
Lo que viene es la transformación de la frontera en una zona de guerra: la militarización del lado estadounidense con mayor intensidad en la persecución de arresto de ilegales que no pasen por el filtro migratorio legal tendrá acciones de violencia que pondrán en juegos la resistencia de la seguridad americana ante el previsible cruce violento y corriendo de decenas de miles de migrantes que tratarán de entrar a territorio americano; y México ya perdió el control de su lado fronterizo por la aglomeración de decenas de miles de migrantes a la espera de cruzar la frontera.
Los días de tensión y violencia que se prevén en la frontera México-EU tampoco van a encontrar sensibilidad burocrática en las autoridades de ambos países. Y la línea fronteriza será, pues, una zona de guerra.
Política para dummies: La política es el sentido de la previsión y la antipolítica es el caos.
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