La sala de Egipto del British Museum de Londres. JOHN HARPER (GETTY IMAGES)

No está claro que Tutankamón o Ramsés II agradezcan la deferencia desde el más allá, pero los museos británicos van a proporcionar material en abundancia a todos aquellos columnistas conservadores que se regodean habitualmente con el movimiento woke o todo lo que suene a políticamente correcto. El British Museum de Londres, los National Museums de Escocia o el Great North Museum: Hancock (que reúne en Newcastle una importante colección de arqueología e historia natural), han decidido que, en la medida de lo posible, dejarán de usar el término “momia” para hablar más bien de “restos momificados”, incluyendo cuando sea posible el nombre de la persona a la que pertenecen.

“La palabra ‘momia’ no es incorrecta, pero tiene un efecto deshumanizador. El término ‘persona momificada’ lleva al visitante a pensar que se trata de una persona”, ha explicado un portavoz de las instituciones culturales escocesas al Daily Mail, el diario tabloide que ha adelantado la información. “Si conocemos el nombre concreto de la persona, será el que usemos. En otro caso, podemos decir ‘hombre, mujer, niño o niña momificados’, porque hablamos de personas, no de objetos”, ha concretado.

Más allá de la eficacia de una señal de respeto hacia seres humanos que fallecieron hace 6.000 o más años, la idea de cambiar la terminología responde también a la constante revisión del pasado colonialista del Reino Unido. Jo Anderson, uno de los conservadores arqueólogos del Great North Museum recuerda, en el blog que mantiene en la página web de la institución, las barbaridades a que fueron sometidos los restos de Irtyru, uno de los dos cuerpos que se exhiben en Newcastle. Se calcula que murió cuando tenía entre 30 y 35 años, allá por el siglo VII antes de Cristo.

La campaña de Egipto de Napoleón, y todos los restos arqueológicos de los que hizo acopio, resucitaron en Europa el interés por el Antiguo Egipto. Surgió una nueva ola de “egiptomanía” entre cuyas prácticas unas de las más deplorables fueron las llamadas “fiestas de desembalaje”, en las que se desenrollaban ante un público extasiado los restos humanos fruto del expolio.

“Frente a una audiencia que había pagado sus entradas, Irtyru fue desembalada y examinada por tres médicos de Newcastle —Thomas Michael Greenhow, John Baird y Sir John Fife—”, cuenta Anderson. “Les llevó dos horas abrirla, y el peso de las vendas fue de casi 24 kilos. Después de la autopsia, prepararon el cuerpo de Irtyru para su exhibición. La barnizaron con una goma lacada, para su supuesta protección. Por eso hoy su cuerpo aparece tan oscuro. Y como querían mostrarla de pie, fue sometida a graves violaciones: un enorme clavo y un disco se encajaron en su cráneo para colgarla en posición vertical. A la vez, se insertó en su columna una enorme grapa de metal para asegurarla a la base del sarcófago”, relata el arqueólogo.

La ‘maldición de la momia’
“El museo no ha prohibido el término ‘momia’, y de hecho se sigue usando en varias de nuestras galerías”, ha explicado un portavoz del londinense Museo Británico, decidido a matizar una decisión que comenzaba ya a provocar una cascada de críticas e ironías. “Pero en exhibiciones recientes usamos ya la expresión ‘restos momificados de…’, e incluimos el nombre de la persona momificada (cuando lo conocemos). Se trata de hacer énfasis en la idea de que los restos momificados pertenecen a un ser humano que alguna vez estuvo vivo”, añade.

Pero sobre todo, el término “momia”, gracias a la literatura y el cine, se asocia ahora a monstruos y maldiciones muy alejadas de las aspiraciones trascendentales que buscaban los egipcios en sus ritos funerarios. El descubrimiento en 1922 de la tumba de Tutankamón en el Valle de los Reyes, cerca de Luxor, desató de nuevo un furor por el Antiguo Egipto. La muerte del patrocinador de la expedición, Lord Carnarvon, y de algunas de las personas presentes cuando se abrió el complejo funerario (solo 6 de las 26, y en el transcurso de una década), contribuyó a la leyenda de “la maldición de la momia”. Aunque algunos sugieren que viene de antes, y señalan cómo el creador del detective Sherlock Holmes, Arthur Conan Doyle, ya anticipó la fascinación con las momias en su relato de terror gótico Lote Número 249. El estudiante de egiptología, Edward Bellingham, tiene en su estudio una que aparece y desaparece. El relato ha sido fuente de inspiración para numerosas obras posteriores en las que las momias tenían especial protagonismo.

El debate surgido en los museos, en cualquier caso, también ha provocado la resurrección de Chris McGovern, un exdirector de institutor, asesor del Partido Conservador en materia educativa, y presidente del grupo de presión Campaña para una Educación Real, que reclama la vuelta a las aulas de valores y contenidos de enseñanza tradicionales. “La maldición de la momia ha conseguido volver locos a todos estos académicos”, ha dicho McGovern al Daily Mail.