El niño de los mil años / 2004 Autor: Manuel Valles Gómez

Según la Real Academia de la Lengua, define a la cueva:
f. Cavidad subterránea más o menos extensa, ya natural, ya construida artificialmente.

Una cueva es una cavidad natural causada por una erosión de corrientes de agua, que era adaptada para servir de cobijo a seres humanos y animales ante las inclemencias del tiempo, pudiendo ser acondicionada en forma de hogar, generalmente son húmedas y oscuras. Históricamente se han encontrado pinturas rupestres que dejan testimonio de quienes las habitaron.

Esta cueva en particular lejos de ser húmeda, es confortante, lejos de ser oscura, está llena de color y música, uno de sus habitantes era excepcional, de tez morena, mirada perspicaz, hombre libre y de buenas costumbres, se podía encontrar en su habitad natural, en su cueva.

No necesita puertas esta cueva, porque era imposible negar el paso a todos los que queríamos visitar a ese habitante excepcional, en esa cueva cada bohemia, cada platica, cada canción, cada proyecto, serán siempre anécdotas para quien la visitó.

Al igual que las cuevas con pinturas rupestres, aquí podemos encontrar narices largas, plasmadas en hoja de palma, en metal, en lienzos, en acuarelas, flanqueada por las suculentas, cactáceas de su compañera, su amada compañera. Siempre representando al ser humano en todas sus emociones que nos deja vivo testimonio de ese ser humano que logro una transmutación de lo corporal a lo espiritual por un camino colorido dejando así un legado, ya que como decía su habitante “No creo en los estilos, me gusta empezar a manchar y manchar”. La jompa, la paleta, pinceles y lienzos reposan en espera de ser cómplices nuevamente de esas manchas y manchas.

De las primeras ocasiones que empecé a frecuentar la cueva, recuerdo un cuadro donde el personaje se ubica en un tercio del lienzo, solitario, con mirada penetrante y melancólica, nariz larga, con cicatrices del tiempo, un gabán y sombrero, sobre su espalda un morral, “Ese es el niño de los mil años don Victor, en su paso por la vida solamente carga con las alegrías y penas, lo material ya no existe, ahí en ese morral carga con todo, así vamos a terminar, ánimo don Victor”

Otra característica de esta cueva era la música, en todo momento había música acompañando las pinceladas, las reuniones, parecería que era cómplice (la música) con todo aquello que tuviera que ver en ese lugar, ahí convergían The Rolling Stones, Queen, Pablo Milanés, Napoleón, Joaquín Sabina, Creedence, Dos Rosas y un nopal, Los hijos de Susana Bagan, Mocedades. Cada vez era una melodía nueva, y las viejas melodías eran reivindicadas “Volverás, al aroma de mis flores, a mi patio y a mi hogar…”, a decir de este habitante sobre los autores de esa música, “eran seres de otro mundo por crear tan bellas melodías que pueden calmar cualquier bestia”.

Hoy sus habitantes guardan el recuerdo a pesar de las inclemencias del dolor, El maestro Manuel Valles Gómez no era el artista sin su flaca, su cómplice, su musa, su compañera, su eterna compañera, deja así el Maestro Manuel Valles Gómez los cimientos en su cueva para las nuevas generaciones del clan, que, sin dudarlo serán dignos representantes de su legado.

Hoy esa cueva guarda el calor de un ser humano con defectos y virtudes como cualquier ser, que ha ocupado su columna en el eterno oriente en su camino hacia la inmortalidad.

“Cuando la envidia no corroa nuestras entrañas, habremos dejado ya de lado lo odioso del homo, pues aún existen muestras de amistad, cosa rara en el sigo XXI” Manuel Valles Gómez, 2005