El vicepresidente de la Comisión Europea Maros Sefcovic y la ministra de Asuntos Exteriores británica, Liz Truss, en febrero en Londres. ROB PINNEY (AP)

Londres y Bruselas se encaminan al enésimo desencuentro a cuenta del Brexit. La ministra de Exteriores británica, Liz Truss, ha hablado a primera hora con el vicepresidente de la Comisión responsable de este asunto, Maros Sefcovic, para contarle en qué consiste la ley que ha preparado en la que se contempla no aplicar partes del Protocolo de Irlanda del Norte, la parte más complicada de los acuerdos de salida del Reino Unido de la UE. La conversación ha acabado con disgusto, como deja claro Sefcovic al señalar que la “acción unilateral” del Reino Unido “daña la confianza mutua y es una fórmula de incertidumbre”.

La reacción de Sefcovic muestra claramente el rechazo al paso dado por Reino Unido aunque trata de no cerrar la puerta definitivamente a la salida negociada al subrayar que su equipo negociador “siempre ha prestado la máxima atención al impacto que tiene el Brexit en Irlanda del Norte ofreciendo soluciones viables”. El objetivo es, por un lado, mostrar el enojo, pero, al mismo tiempo, dejar claro que en la capital comunitaria se sigue apostando por buscar una solución negociada.

Esta apuesta, en principio, se mantine, aunque fuentes comunitarias llevan tiempo mostrando su hastío y pesimismo por la actitud del Reino Unido en la mesa de negociación. Apuntan que una vez tras otra la parte británica hace aflorar nuevos problemas para que la situación no avance y eso sin llegar siquiera al papel como intérprete máximo del acuerdo por parte del Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Esa sensación la tienen, sobre todo, porque observan que cada vez que el Ejecutivo conservador tiene un problema ―y no han sido pocos últimamente―, el número 10 de Downing Street recurre al Brexit para distraer a la opinión pública británica.

Cuando la UE y el Reino Unido negociaron el acuerdo de salida del Brexit, el Protocolo de Irlanda del Norte fue la parte más compleja. Al abandonar el mercado interior de la UE, aparecía una frontera entre Los Veintisiete y Reino Unido, es decir, entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte, que es territorio del británico. Pero esto contradecía los Acuerdos de Viernes Santo de 1998, con los que se acabó con la violencia terrorista que se vivió durante décadas. Así que para sortearlo ambas partes acordaron que la frontera estaría en el mar de Irlanda y no en los puntos terrestres que separan los condados del Ulster del resto de la isla. A cambio de esto, Bruselas exigió que el TJUE fuera el tribunal que dirimiera los conflictos comerciales que pudieran surgir a cuenta de esta solución, algo que Londres aceptó en su momento y de lo que ahora reniega.

Además de su impacto en Bruselas, las idas y venidas de Londres en este asunto también tienen réplicas fuertes en Dublín. Truss también ha llamado a su homólogo irlandés, Simon Coveney, quien ha reaccionado con algo más de dureza que Sefcovic tras oírla: “El Gobierno del Reino Unido ahora propone dejar de lado la ley internacional, rechazar un enfoque de asociación, ignorar la mayoría en Irlanda del Norte y aumentar deliberadamente la tensión con una UE que busca un compromiso. Seguimos abiertos al diálogo para llegar a un acuerdo, pero su enfoque aumenta la inestabilidad y no es una solución”.