Fiesta en la Ludoteca de Ca l'Arnó en el Parque de Sant Martí. PAOLA DE GRENET

Uno de los efectos positivos de la pandemia fue la reducción de los niveles de contaminación del aire y el ruido en las ciudades, con datos insólitos hasta la fecha. Otro efecto fue una reducción drástica de la actividad física y el acceso a espacios verdes. Las consecuencias de estos cambios para la salud de las personas variaron en función de la rigidez de las medidas de confinamiento de cada lugar y del contexto local. Ello proporcionó datos muy valiosos sobre cómo las medidas de emergencia afectaron a la salud de la población.

Recientemente, un estudio publicado en Environmental Pollution, liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) ha tratado de analizar qué lecciones se pueden extraer de estos efectos para ayudar a que las ciudades diseñen mejores políticas de planificación urbana y las preparen a enfrentarse a futuras emergencias.

El equipo de investigación seleccionó tres ciudades europeas con distintos grados de medidas de confinamiento: Barcelona, donde se decretó un confinamiento estricto; Estocolmo, donde las medidas fueron mucho más laxas y sujetas a la responsabilidad y el sentido común individuales; y Viena, que contó con unas medidas intermedias.

Para cada una de las tres ciudades, recopilaron datos relativos a contaminación del aire, ruido y actividad física de tres momentos distintos en el tiempo: antes de la pandemia, durante el confinamiento más estricto y en el período de desconfinamiento posterior. El estudio calculó las diferencias entre estos niveles y se compararon con datos de los sistemas de salud. Se contrastaron, por un lado, con el número de diagnósticos anuales de infartos de miocardio, ictus, depresión y ansiedad. Por el otro, se estimó lo que podría haberse evitado si los cambios en la contaminación atmosférica, el ruido, la actividad física y las visitas a espacios verdes se hubieran prolongado durante un año.

La primera conclusión obvia fue que la ciudad con confinamiento más estricto (entre las tres analizadas, Barcelona) fue también la que registró el mayor descenso de contaminación atmosférica, ruido, actividad física y visitas a espacios verdes. Concretamente, durante el primer confinamiento, las concentraciones de dióxido de nitrógeno (NO2) cayeron un 50% de media, los niveles de ruido diarios se redujeron en 5 decibelios (dB A) y la actividad física se redujo en un 95% (en Viena, por ejemplo, el NO2 cayó un 22% y actividad física decreció un 76%; y en Estocolmo el NO2 bajó solamente un 9% y la actividad física un 42%).

Lo más interesante del estudio fue simular el impacto que las medidas de confinamiento habrían tenido en caso de haberse extendido durante todo un año. Se estima que en tal caso la reducción en las concentraciones de NO2, en Barcelona se habrían podido prevenir un 5% los infartos de miocardio, un 6% los ictus y un 11% los diagnósticos de depresión. En Viena, los descensos serían del 1% para ictus e infartos de miocardio y del 2% para los casos de depresión; y en Estocolmo únicamente se observaría la prevención del 1% de los diagnósticos de depresión. Algo parecido sucede con la contaminación acústica.

La falta de actividad física y exposición a espacios verdes prolongados durante un año en Barcelona se habría traducido en un incremento del 10% en los ictus e infartos
Sin embargo, tal y como resume Sarah Koch, investigadora de ISGlobal y primera autora del estudio, el balance es negativo: “Pese a las diferencias observadas en las tres ciudades, hay un patrón que se repite y es que los beneficios de salud que derivarían de la mejora de la calidad del aire y del ruido no lograrían compensar los efectos profundamente negativos de la caída en los niveles de actividad física”.

La falta de actividad física y exposición a espacios verdes prolongados durante un año en Barcelona se habría traducido en un incremento del 10% en los ictus e infartos de miocardio y en aumentos respectivos del 8% y 12% en los diagnósticos de depresión y ansiedad.

Algo parecido sucede en Viena: la reducción de la actividad física habría podido conducir a un aumento del 5% de ictus y a un aumento del 4% y 7% en los diagnósticos de depresión y ansiedad, respectivamente.

El estudio pone en evidencia que la actividad física y el acceso a espacios verdes prolongados son los factores con mayor impacto sobre la salud. Asimismo, concluye enfatizando la necesidad de reconsiderar la transformación de las ciudades y replantear las políticas públicas para rediseñar el espacio urbano.

ISGLOBAL
“Se requieren nuevos modelos urbanos acordes a nuestra situación actual”, comenta Mark Nieuwenhuijsen, director del programa de Contaminación atmosférica y entorno urbano de ISGlobal. “Estos modelos han de tener en común el objetivo de reducir el uso del transporte motorizado privado y aumentar el transporte público y activo, que implica, sobre todo, caminar e ir en bicicleta”.

El estudio constata que estos cambios de modelo urbanístico, que pueden pasar por las superillas de Barcelona o la ciudad de 15 minutos de París, son los más efectivos a la hora de reducir la contaminación del aire, el ruido y los efectos de isla de calor (aumento de temperatura en ciudades debido a los materiales absorbentes de calor en la construcción y la actividad humana). Asimismo, facilitan aumentar la actividad física y generan un acceso más directo a espacios verdes. Como resultado, promueven y mejoran la salud humana.