Un grupo de presos en una celda de la cárcel de Hasakeh, el 26 de octubre de 2019. FADEL SENNA

El asalto de células durmientes del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) a la prisión de Al Sina en Hasaka, en el noreste de Siria, para liberar a excombatientes yihadistas ha sido aplastado este miércoles tras seis días de combates a sangre y fuego. Las milicias kurdas de las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), que controlan la cárcel, han anunciado el fin del ataque, que ha sido sofocado con apoyo de la aviación y fuerzas especiales de Estados Unidos, su aliado en la lucha contra el extinto califato. Se trata de la mayor acción armada del ISIS registrada desde su derrota en el campo de batalla hace casi tres años.

Después de que dos conductores suicidas lanzaran en la noche del día 20 sus camiones cargados de combustible y explosivos contra las puertas del penal, en el distrito de Gewayran, en las afueras de Hasaka, dos centenares de combatientes del ISIS se apoderaron de edificios y cruces de caminos. En una acción coordinada, cientos de los 3.500 presos yihadistas arrebataron las armas a sus guardianes. Mientras la mayoría de los amotinados se dio a la fuga de inmediato, otros internos se atrincheraron con decenas de rehenes en parte de la prisión al verse acosados por las fuerzas kurdas. Más de 45.000 civiles han huido de sus casas en los primeros días en medio de un frío glacial durante los primeros cinco días de enfrentamientos, según datos recabados por agencias de Naciones Unidas.

Los portavoces kurdos se limitaron a asegurar a través de Twitter que el asalto había terminado, sin que el centro de prensa de las FDS informara de bajas en los combates. Más de 500 reclusos yihadistas se rindieron poco antes de que los últimos combatientes del ISIS depusieran las armas. El Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, ONG asentada en Reino Unido que cuenta con informadores sobre el terreno, había contabilizado en la tarde del martes más de 180 muertos entre los asaltantes y presos yihadistas, 37 en el seno de las fuerzas kurdas y al menos 10 civiles abatidos por presos fugados.

El mando de la coalición internacional contra el ISIS ha intentado quitar hierro al asalto yihadista y ha anunciado que la respuesta militar que han afrontado los combatientes extremistas ha sido contundente. “En su desesperado intento por recuperar la relevancia, el Daesh [acrónimo árabe para Estado Islámico] ha dictado una sentencia de muerte para sus seguidores que han participado en el ataque”, advirtió el general estadounidense, John W. Brennan, comandante de las fuerzas de la coalición. El mando militar no explicó, sin embargo, cómo ha sido posible que más de 10.000 milicianos kurdos no hayan podido contener en casi una semana el resurgimiento armado del ISIS. La batalla por el control del penal se recrudeció desde el pasado domingo con la intervención de helicópteros y aviones de combate estadounidenses, según ha confirmado el Pentágono, en apoyo de las FDS. Unidades de las fuerzas especiales de EE UU se desplegaron también sobre el terreno con vehículos blindados.

Unicef, el órgano de la ONU para la infancia, había alertado de que los intensos enfrentamientos que se libraban en Hasaka ponían en grave peligro a los entre 700 y 850 menores, algunos de los cuales rondan los 12 años, internados en el recinto penitenciario junto con sus familias. Las fuerzas kurdas acusaron a los yihadistas de utilizar a niños y adolescentes como “escudos humanos”. Letta Tayler, subdirectora de crisis y conflictos de Human Rights Watch (HRW), ha asegurado en Twitter que recibió mensajes de voz de un adolescente extranjero desde la cárcel de Hasaka en el que describía la presencia de numerosos cadáveres en la prisión. “Si algo les pasa a estos menores, los países de origen de los chicos van a tener las manos manchadas de sangre infantil”, denunció Tayler el rechazo de la mayoría de los Estados a repatriar a los llamados niños del ISIS, de los que unos 150 se encuentran atrapados en el penal de Al Sina.

La resurrección militar del ISIS en Siria se ha producido mientras la atención internacional se concentra en la tensión bélica en Ucrania. Muchos observadores se han visto sorprendidos por el espectacular golpe de mano yihadista contra la cárcel, después de que las fuerzas terroristas fueran aplastadas en marzo de 2019 por las milicias kurdas a orillas del Éufrates en el poblado de Baguz, fronterizo con Irak. Desde entonces, el ISIS se había limitado a vagar por el desierto en la frontera sirio-iraquí sin un califato territorial, oculto en células durmientes que cometían de tiempo en tiempo atentados aislados en zonas desérticas.

“El ataque contra la prisión demuestra que el ISIS tiene un poder de permanencia considerable. Esta es la primera vez que lanzan una operación urbana importante”, destaca el profesor estadounidense Joshua Landis, veterano especialista en el conflicto sirio. “Los yihadistas están tratando de reagruparse, ya que las condiciones son ahora favorables para el reclutamiento de combatientes”, resalta Landis, director del Centro de Estudios de Oriente Medio de la Universidad de Oklahoma.

“Una terrible sequía ha arruinado la agricultura en gran parte del noreste de Siria. Igual de relevante es la continua fricción étnica entre kurdos y árabes”, argumenta este experto en un intercambio de mensajes. La población árabe suní, mayoritaria en la región, se queja de que las fuerzas kurdas les discriminan y les tratan como terroristas potenciales. “Las disputas étnicas y sectarias se ven agravadas, además, por las malas condiciones económicas, la falta de empleo y la incertidumbre política en la región”, puntualiza Landis.

Preso yihadista español en la prisión atacada
El complejo de Gewayran, un antiguo centro educativo, es la mayor prisión gestionada por las FDS, que tienen bajo su poder a unos 12.000 prisioneros del Estado Islámico, de los que una tercera parte son extranjeros procedentes de medio centenar de países, según HRW. Entre estos brigadistas internacionales del ISIS se encuentra previsiblemente el español Zuhair Ahmed Ahmed, nacido en Ceuta hace 31 años, quien fue entrevistado por EL PAÍS el año pasado en la cárcel de Hasaka. Se entregó tras la derrota del Estado Islámico a las FDS después de haber combatido en las filas del ISIS desde 2013 y de perder las piernas en el ataque de un dron en 2015.

Omar al Harshi, otro yihadista preso de nacionalidad española, también puede hallarse en la cárcel de Gewayran, donde las fuerzas kurdas han concentrado a excombatientes del Estado Islámico, aunque su paradero no ha sido confirmado. Al Harshi está casado con la madrileña Yolanda Martínez, ingresada en el campamento para familiares de yihadistas de Al Roj (50 kilómetros al norte de Hasaka) junto con sus cuatro hijos pequeños. En el centro de internamiento para menores Al Houri (próximo a Al Roj) se encuentra presuntamente también el niño español Abdurahman Aabou Fernández, de 13 años.

El ataque lanzado ahora por el ISIS sigue la estela de la campaña de fugas carcelarias masivas organizada por grupos armados suníes iraquíes en 2012. Estas audaces operaciones le sirvieron al yihadismo para poder reagrupar a sus combatientes antes de lanzarse a la conquista de un amplio territorio, a caballo entre Siria e Irak, sobre el que se fundó el autodenominado califato islámico dos años después.

Ante todo, el profesor Landis considera que el asalto a la cárcel de Hasaka ha devuelto al ISIS una atención internacional de la que había carecido en los últimos tiempos. Además, ha obligado a Estados Unidos (que mantiene desplegados unos 900 miembros de sus fuerzas especiales en Siria) y a la coalición que encabeza a regresar a la primera línea del frente en contra de su voluntad.

“La situación en las cárceles [para yihadistas] es mortificante. Las tribus árabes han tratado, sin éxito, de excarcelar a sus familiares presos, que no han comparecido ante un juez ni han tenido un proceso con garantías”, advierte el investigador estadounidense. “El ataque subraya también la hipocresía de los gobiernos occidentales, que afirman estar trabajando por los derechos humanos y el Estado de derecho, pero que se han lavado las manos sobre la situación de miles de detenidos, entre ellos cientos de niños, que permanecen olvidados en Siria”.

Proclamado en junio de 2014 en la gran mezquita de Mosul, la tercera ciudad iraquí, el califato territorial dejó de existir hace cerca de tres años tras haber acumulado un territorio equivalente al de Reino Unido y contar con 10 millones de habitantes, una población similar a la de Portugal. Las fuerzas kurdas dieron la batalla a los yihadistas junto a una coalición internacional liderada por Washington a partir del verano de 2014. En un conflicto donde intervienen en Siria desde hace más de una década grandes potencias globales como EE UU y Rusia, y regionales, como Irán y Turquía, la lucha contra el ISIS ha sido el único denominador común entre los bandos enfrentados. Sobre sus militantes y líderes presos en Siria pesan acusaciones tan graves como el intento de genocidio contra la minoría yazidí en el norte de Irak o las órdenes dadas para ejecutar atentados masivos en países occidentales.

“El ISIS se ha estado reconstruyendo lenta, silenciosa y metódicamente en Siria e Irak desde la derrota de su califato territorial en marzo de 2019 (…), que fue una tarea estratégicamente simple en comparación con el complejo seguimiento de contrainsurgencia, contraterrorismo e inteligencia necesario después”, recapitula Charles Lister, director de los programas sobre Siria y Extremismo del Instituto de Oriente Medio, en una publicación de este centro de estudios con sede en Washington. “Sin embargo, en lugar de adaptarse a ese desafío complejo, la coalición internacional recortó sus propios recursos y dejó que la presión aumentara sobre su aliado táctico: las FDS. No es difícil imaginar que este ataque marque un punto de inflexión en los esfuerzos del ISIS para recuperarse y resurgir”.