En Lorca y su vega (Murcia), el suelo se ha hundido unos cinco metros desde hace medio siglo y no ha sido por terremotos como el de 2011: la explotación de los acuíferos rebaja la tierra a un ritmo actual de 10 centímetros al año. Es el caso de subsidencia más acusado de Europa. Pero fuera los hay todavía más extremos, como el de Yakarta (Indonesia). Tanto que, con un suelo que desciende 28 centímetros anuales, las autoridades han decidido trasladar la capital a otra isla. Ahora, un grupo de científicos liderado por investigadores españoles ha creado el primer mapa mundial de hundimientos del terreno provocados por la extracción de agua subterránea, y no es poca el área afectada, cerca del 10% de la superficie terrestre, ni las personas en peligro, casi la cuarta parte de la población mundial.
“Todo empezó con Lorca, pero revisamos los estudios científicos buscando más eventos de subsidencia”, dice el investigador del Instituto Geológico y Minero de España (IGME) y coautor del estudio Gerardo Herrera-García. Localizaron unos 200 procesos de hundimiento en una treintena de países bien documentados desde inicios del siglo pasado. Aunque hay otros desencadenantes, unos naturales (tectónicos, terremotos, volcanes…) y otros antropogénicos (minería, extracción de hidrocarburos…), aquí se centraron en los provocados por extracción de aguas subterráneas.
De lo local, pudieron pasar a lo global, detectando una serie de patrones comunes en la deformación del terreno. Los condicionantes que elevan la probabilidad de subsidencia son varios: litología (tipo de suelo), topografía, uso del terreno o el clima. “La mayor probabilidad se da en zonas áridas o templadas con periodos de sequía”, comenta Herrera-García. Son procesos graduales que afectan a grandes extensiones y suelen acabar con fisuras de la tierra. La mayoría se dan en depresiones y cuencas fluviales o áreas de costa castigadas por una agricultura intensiva y elevada densidad urbana. Pero el desencadenante es la extracción excesiva de agua, ya sea para uso agrícola, como el ejemplo lorquino, industrial, como en Yakarta, o urbano, como en Tokio.
“En los acuíferos sobreexplotados, la recarga natural es inferior al volumen que se extrae”, explica Pablo Ezquerro, también del IGME y coautor del estudio. “Los poros de esos suelos quedan vacíos, compactándose ante la falta del agua que contribuía a sostener la infraestructura”, detalla Ezquerro, responsable de la tesis doctoral sobre Lorca que aún debe defender en la Universidad Politénica de Madrid. En ella, y con la ayuda de mediciones obtenidas de radares satelitales, se muestra cómo la cuenca del Alto Guadalentín en esta comarca murciana ha sufrido un descenso de nivel de agua subterránea de 150 metros desde los años sesenta.
Con todos esos ingredientes, los autores del estudio, publicado en la revista científica Science, generaron un mapa con las zonas de la Tierra con mayor probabilidad de sufrir subsidencia. En ellas viven 1.200 millones de personas y se asienta el 21% de las ciudades más importantes del mundo. En Asia, el continente más afectado, habita un 86% de la población expuesta. En términos de impacto económico, está en peligro hasta el 12% del Producto Interior Bruto mundial.
Lo peor es que el proceso está yendo a más. Además de la aceleración de los procesos de urbanización e intensificación agraria en algunas de las regiones más expuestas, como las cuencas del Ganges y el Brahmaputra en la India o las planicies del noreste de China, el cambio climático también tendrá su papel. El aumento de las temperaturas y reiteración de las sequías debilitará aún más la recarga natural de los acuíferos. Además, en muchos de estos suelos sobreexplotados, la compactación del suelo dejará sin hueco al agua que se filtre. Para el año 2040, estiman que 635 millones de personas, asentadas sobre zonas inundables, podrían sufrir las consecuencias de este proceso silencioso.
No obstante, el conocimiento científico y técnico del que se dispone, permite lanzar un mensaje optimista de cara al futuro. Algunos procesos de subsidencia se han frenado y hasta revertido, como es el caso de Tokio. La capital nipona se hundía desde finales del siglo XIX, rebajando su suelo hasta cuatro metros. En la década de 1969, la gestión de los acuíferos, insuflando incluso aguas recuperadas del uso industrial, logró frenarlo. Ahora, en aquellas zonas donde el mapa identifica áreas con potencial de hundimientos se pueden utilizar satélites radar para conocer con precisión la intensidad de los hundimientos del terreno. Lo que permitiría promover una gestión sostenible de las aguas subterráneas.