LAUSANA, Suiza.- El ciclismo adoptó su primer protocolo de tratamiento de conmociones cerebrales, un dosier que había abierto hace más de un año y que se relanzó tras el accidente de Romain Bardet en el Tour de Francia.

Disparado al suelo a 65 km/h descendiendo, visiblemente aturdido, el corredor francés se subió a la bicicleta para recorrer los 90 últimos kilómetros de la 13ª etapa, antes de abandonar la prueba por la noche una vez fue examinado en el hospital.

Su caso ilustra “la dificultad de gestionar las sospechas de conmoción en un deporte de ritmo incesante”, señaló la Unión Ciclista Internacional (UCI) en su documento.

“En ese momento, habría habido que esposarme para impedirme continuar”, reconoció Bardet luego de su caída en septiembre.

En todas las disciplinas, del rugby al boxeo pasando por el esquí, los impactos craneales ya están “entre las lesiones deportivas más complejas de evaluar”, apuntó el organismo mundial.

Pero al contrario que en un partido de futbol, es imposible interrumpir una carrera ciclista para que un médico aplique el protocolo afinado desde 2001 por cinco conferencias científicas internacionales.

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“Si nos tomamos esos 10 minutos, ¿qué hacemos con el corredor después si se descarta la sospecha?”, explica Xavier Bigard, director médico de la UCI.

“¿EN QUÉ CARRERA ESTAMOS?”
De ahí la idea de una detección por etapas, permitiendo salir rápidamente de la carrera a los corredores más dañados, sin penalizar a los que intentan alcanzar el pelotón.

Los siete expertos reunidos desde septiembre de 2019 por la UCI han enumerado señales de “retirada inmediata”, que pueden detectar las primeras personas que lleguen al lugar de una caída, sin necesidad de formación médica.

Convulsiones, vómitos, mirada ausente, lesiones en la cara, desorientación, dolor en la nuca, en la cabeza, visión doble… Todos estos síntomas son “banderas rojas”, sinónimo de abandono inmediato.

Si el corredor parece lúcido pero el choque ha sido violento y su casco está roto, el primer médico presente en el lugar puede hacer una evaluación acelerada, similar a la que se practica en los deportes colectivos.

“¿En qué carrera estamos? ¿Quién ganó ayer? ¿Cuántos kilómetros quedan?”, serán algunas de las preguntas, así como test de equilibrio, palabras a retener y cifras a repetir al inverso.

La UCI prevé otros dos exámenes, más completos, la noche del accidente y el día siguiente. En caso de conmoción, está previsto un regreso progresivo al deporte, pero los corredores tendrán prohibido competir durante al menos siete días después de la desaparición de síntomas (14 en juveniles).

EL EJEMPLO THÉVENET
En conclusión, cualquier conmoción tendrá que declararse a la dirección médica del organismo, para medir mejor la prevalencia y vigilar los riesgos de cada corredor.

“Uno de los factores de riesgo de las consecuencias neurológicas de estos accidentes es la repetición, y no necesariamente en un corto periodo de tiempo: puede ser una sucesión de conmociones a lo largo de una carrera”, explica Bigard.

Para el ciclismo, un deporte de riesgo donde las caídas son frecuentes y los ciclistas están acostumbrados a soportar el dolor, tener en cuenta las conmociones marca un punto de inflexión cultural.

“El principio del ciclismo es que primero uno se vuelve a subir y se habla después”, ilustra Jean-Pierre de Mondenard, quien ha sido médico en numerosas pruebas ciclistas, incluido el Tour de Francia.

Para él, todo lo que estaba en juego era retirar al corredor la decisión de continuar o abandonar: “En su cabeza no hay discusión: todo su cuerpo y mente están enfocados a la competición”

Un ejemplo sigue siendo famoso. El francés Bernard Thévenet se abrió el cráneo al golpearse con un muro en el descenso del Aubisque en 1972, quedando aturdido hasta el punto de ignorar que estaba en el Tour de Francia. Pese a todo, terminó la etapa, firmó una exención en el hospital para continuar y unos días más tarde ganó en la cima del Ventoux.