CIUDAD DE MÉXICO.- Se cita a David Bowie como influencia de forma frecuente. Lo hizo Kurt Cobain, Robert Smith, Trent Reznor y Steven Severin por un álbum en particular: The Man Who Sold the World, que no fue ningún éxito comercial estratosférico, pero detonó muchos álbumes que pueden considerarse joyas dentro del rock.

No es para menos que, hoy a 50 años de su lanzamiento, se rememoren las nueve canciones que lo forman con una edición llamada Metrobolist, el nombre que originalmente el Duque Blanco le había puesto por influencia de la cinta Metrópolis y que sustituyó la disquera Mercury días antes de comenzar a maquilar y promoverlo.

Un material que llega después del exitazo que fue Space Oddity y que rompió toda intención de poder encasillar a David en algún género en particular, pues de hacer un material que pasó por el folk y el pop, ahora entró a terrenos sombríos de post punk y un poco de experimentación, al lado de Tony Visconti y Mick Ronson, éste, guitarrista que se convirtió en artífice primario de los clásicos Hunky Dory y Ziggy Stardust.

Bowie creó una obra que dejó entrever el futuro de su música, tocando temas como la libertad sexual, la violencia, locura y la falta de identidad en el ser humano, y, quizá, en él mismo hasta ese entonces, según han discutido especialistas.

El fallecido británico utilizó la imagen de su medio hermano Terry, la prosa de Khalil Gibrán para hablar de un encuentro con Dios, los peligros de la infancia al convivir con la malicia de los adultos y una fuerte crítica para el imperio estadunidense que asesinó a mucha gente inocente en la guerra de Vietnam.

Por supuesto que el tema que más destaca es el que da nombre al álbum, que en 1993 se comercializó de forma masiva por el famoso cover que, hasta ahora, es de las canciones más escuchadas de los canales de streaming de Nirvana, quienes la grabaron en 1993 para su MTV Unplugged, que supuso, según teorías, una despedida anunciada de Kurt Cobain, fallecido cinco meses después.