Moema Gramacho protesta contra Michel Temer, en Brasilia, en mayo de 2016.ERALDO PERES / AP

Desde hace unos años el Tribunal Superior Electoral de Brasil pide a los candidatos que declaren de qué color tienen la piel. No es una pregunta infrecuente en este país, uno de los más mestizos del mundo. Cuando un extranjero se saca la tarjeta sanitaria también debe detallar si es negro, mestizo, blanco, indígena o amarillo. Lo llamativo es que la respuesta puede cambiar con el tiempo, como demuestran las elecciones municipales de noviembre. Más de 42.000 candidatos que aspiran a ser reelegidos como alcaldes o concejales declaran una raza distinta a la de 2016. Los cambios van en ambas direcciones. Unos se consideran más negros; otros, más blancos.

Estas elecciones son trascendentales porque por primera vez en la historia, los candidatos no blancos son mayoría. En Brasil, el racismo es estructural y la política es bastante más blanca que la ciudadanía. Para favorecer la presencia de negros y mestizos —es decir, del 56% de los brasileños— en las listas y en el poder, las autoridades electorales han aprobado unas cuotas obligatorias que se estrenarán en estos comicios de noviembre o en las presidenciales de 2022. Ese factor probablemente contribuya a explicar que el 36% de los que eran mestizos en las anteriores municipales ahora se consideren negros. Otro factor es el orgullo negro que poco a poco va calando sobre todo entre los más jóvenes, como muestran las espectaculares cabelleras rizadas que muchos lucen. Pero evidentemente nada de eso explica los cambios en sentido contrario: otro 30% de los candidatos mestizos de 2016 se define como blanco. Estos datos, revelados por la Folha de S. Paulo, se desprenden de la detallada radiografía del medio millón de candidatos inscritos que las autoridades electorales difundieron hace unos días.

Gracias a esa base de datos sabemos que Heitor Freire, candidato a alcalde de Fortaleza y aliado del presidente Jair Bolsonaro, ha pasado de mestizo a blanco; o que Moema Gramacho, del Partido de los Trabajadores de Lula da Silva y aspirante a seguir de alcaldesa de un municipio de Bahía, ya no es mestiza sino negra. Son dos ejemplos entre miles porque incluso dentro de un mismo partido unos son ahora más oscuros y otros más claros. El concejal Caio Miranda, de São Paulo, ha explicado a G1 que pasó de blanco a mestizo tras una bronca de sus padres. “Me acusaban de negar mis raíces nordestinas”. Otros electos se han escudado en que en su día se confundieron el rellenar el formulario.

De todos modos, el cambio de color no es lo más llamativo de la política brasileña. El presidente Bolsonaro, que en su larga carrera ha pertenecido a nueve partidos, está sin formación desde que el año pasado dio un portazo en la última. Más peculiar aún es el procedimiento que viene a regular el transfuguismo. Se llama ventana partidista y permite que durante un plazo un electo pueda cambiar de siglas políticas sin perder el escaño.

En Brasil, el color, la raza, es un asunto personal, complejo, que levanta enormes suspicacias y que año a año va ganando peso en la política, en parte como reflejo de lo que ocurre en Estados Unidos. Cada uno elige de qué raza es. El Estado solo interviene en casos de fraude flagrante. Por ejemplo, cuando un universitario de aspecto blanco indiscutible pretende acogerse a las cuotas reservadas para alumnos mestizos o negros, un asunto que desde su creación es controvertido como pocos. El caso del futbolista Neymar (que acaba de entrar en la lista de morosos de España) es paradigmático de cómo el asunto evoluciona. Nada más triunfar le preguntaron en una entrevista si había sufrido racismo. Dijo que no, y añadió: “No es como si fuera negro, ¿sabes?”. Hace solo un par de semanas la estrella brasileña denunció insultos racistas de un contrincante en un partido.

Brasil nunca tuvo leyes segregacionistas al estilo de las de Estados Unidos. El mestizaje es prácticamente norma desde hace cinco siglos. Primero, la colonización, después, la esclavitud y ya en el siglo XX los programas de reclutamiento de inmigrantes de Europa, Oriente Próximo o Japón para blanquear la población lo han convertido en uno de los países racialmente más diversos del mundo. Gracias a eso, los pasaportes brasileños están entre los más cotizados en el mercado negro internacional. Cualquier español, camerunés, alemán o norcoreano tiene aspecto de brasileño. El dictador Kim Jong Un y su padre viajaban al extranjero en los noventa con pasaportes falsos del país sudamericano, como revela la biografía The Great Sucessor (El gran sucesor).