“En todos lados hay un chavo del ocho”. Roberto Gómez Bolaños supo desde el principio que sus personajes despertarían pasiones en todo un continente. La frase la dijo en 1974, durante una entrevista televisiva momentos antes de embarcarse en la primera gira internacional de su carrera con destino a Nicaragua. Para ese entonces, El Chavo del Ocho, la mítica creación del comediante mexicano conocido como Chespirito (Ciudad de México, 1929 – Cancún, 2014), llevaban cuatro años acaparando el horario estelar de la televisión mexicana y comenzaba a enamorar a las que serían generaciones de latinoamericanos. La producción de El Chavo, ese niño huérfano encarnado por Gómez Bolaños que encendió amores y antipatías por su representación de las clases populares mexicanas, terminó en 1980. Pero doblado a más de 50 idiomas y con una audiencia que creció hasta los 91 millones de hogares latinoamericanos todos los días, siguió con vida por otros 35 años en televisores de todo el continente. Su transmisión global se terminó el pasado fin de semana, tras el anuncio intempestivo de la falta de acuerdo entre el gigante corporativo Televisa y los herederos de Gómez Bolaños por los derechos de reproducción.

La noticia la dio el hijo de Gómez Bolaños el domingo en un tuit. “Aunque tristes por la decisión, mi familia y yo esperamos que pronto esté Chespirito en las pantallas del mundo”, escribió Roberto Gómez Fernández. Al anuncio le siguió el silencio tanto de la televisora como de Gómez Fernández, representante de los contenidos de su padre a través de Grupo Chespirito. El lunes, durante una entrevista radial, el actor Edgar Vivar –el Señor Barriga, que se encargaba de cobrar la renta a los vecinos del Chavo– arrojó un poco de luz sobre el conflicto. “Televisa se negó a pagar”, sentenció Vivar. De acuerdo con el relato del actor, los derechos de la compañía sobre los personajes de Chespirito venció el 31 de julio y no hubo acuerdo para renovar.

Un programa que reportó la astronómica cifra de 1.700 millones de dólares a la cadena Televisa entre 1995 y 2012 por la cesión de los derechos de transmisión, según la revista Forbes, se quedó, al menos de momento, sin hogar. La actriz Florinda Meza –doña Florinda en la vecindad del Chavo y viuda de Gómez Bolaños– definió la falta de acuerdo como un “acto incomprensible”. “Es triste comprobar cómo en tu propia casa, a la que le has dado millones de dólares, es dónde menos te valoran”, escribió en una serie de tuits. “Chespirito es un programa de culto. Es parte del ADN de los latinos”.

“El Chavo sintetizaba los referentes comunes de la pobreza, los vecindarios urbanos, una forma de vivir y padecer el hambre y la precariedad en compañía y solidaridad”, resume David González Hernández, investigador del departamento de Estudios Socioculturales del ITESO-Universidad Jesuita de Guadalajara. “El programa pudo establecer las condiciones de una especie de matriz cultural para la identificación mexicana y latinoamericana. Una vecindad que sirve de crisol para hablar de los arquetipos propios de la condición de pobreza: el desempleado (Don Ramón), el dueño que lo persigue para cobrarle la renta (Señor Barriga), el niño de la calle que es adoptado por un colectivo (El Chavo). No es sorpresa que algunos digan que el programa se ubica en una narrativa de ‘hermandad’ latinoamericana de los años setenta”.

Millones de hogares latinoamericanos despertaron este lunes con el anuncio de la cancelación de la transmisión por “problemas contractuales”. Como en México, los desayunos en Bolivia, las tardes de fin de semana en Brasil y los almuerzos en Argentina se quedaron sin el plato favorito de millones de televidentes. El futuro no solo del Chavo, sino de otros personajes míticos de Chespirito como El Chapulín Colorado, ha quedado en manos de los herederos de su creador y a la espera de una transmisión más.