Joe Biden, en un acto de campaña en la Universidad Estatal de Delaware, en Dover, el pasado viernes.JIM BOURG / REUTERS

Confinado por la pandemia en su casa de Wilmington (Delaware) durante los últimos tres meses, el candidato demócrata Joe Biden, de 77 años, ha tratado de mantener algo de relevancia a base de discursos pregrabados y entrevistas en Zoom, mientras el país se hundía en una sucesión de crisis. La irrupción de las protestas por la muerte de George Floyd, en medio de una pandemia que ha causado más de 100.000 muertes y una grave crisis económica en el país, ha obligado a Biden a romper su confinamiento. Y le ha brindado la oportunidad de pasar a la acción y demostrar a una ciudadanía ansiosa, que asiste a la deriva autoritaria del presidente Donald Trump y a una torpe gestión de la crisis sanitaria, cuál es su modelo alternativo de liderazgo para el país.

Se habla de ellas como “las cintas del sótano” de Biden, versión política de las Basement tapes de Bob Dylan. Discursos desde el confinamiento, contra un Donald Trump ubicuo y remangado. Con todos sus errores, la imagen de un presidente activo y al pie del cañón contrasta con la de un rival tratando de dar lecciones desde su sótano. “No se gana a un presidente jugando a la defensiva”, advertían David Axelrod y David Plouffe, estratega y director de campaña de Barack Obama, respectivamente, en un artículo en The New York Times.

Mal orador, pero espontáneo y empático, Joe Biden gana en el contacto humano. Y ese contacto y esa empatía es algo que el país necesita ahora. Dado a las meteduras de pata, muchos defendían que este tipo de estrategia de intervenciones quirúrgicas podría beneficiarle en esta etapa de la carrera. El confinamiento le ha permitido, además, ahorrar dinero para una campaña en la que la candidatura del presidente parte con una significativa ventaja en recursos económicos.

Pero permanecer en casa, cuando el país avanza en la reapertura y cientos de miles de ciudadanos se lanzan en masa a las calles en las protestas raciales, ya no era una opción. Así, el ex vicepresidente ha viajado este lunes a Houston (Texas) para reunirse con la familia de George Floyd, mientras preparan la última despedida a quien fuera una estrella del deporte en la escuela secundaria en la ciudad y falleciera en Minneapolis, el pasado 25 de mayo, asfixiado por la rodilla de un agente de policía que no hizo caso de sus palabras pidiendo auxilio. Tras hablar con la familia, Biden tenía previsto grabar un mensaje en video para que se retransmita en el funeral de Floyd el martes, al que no acudirá por motivos de seguridad.

Se trata del viaje más largo que emprende Biden tras la virtual congelación de su campaña por el coronavirus. Hasta la semana pasada, solo había roto su confinamiento en dos ocasiones, siempre cerca de casa. Después empezó a realizar contadas salidas, la más importante a Filadelfia, a apenas 50 kilómetros de Wilmington, donde la semana pasada pronunció un discurso ante la crisis social desatada por el último episodio de brutalidad policial contra los afroamericanos. En su intervención quiso marcar distancias con su rival, dejando claro el camino por el que planea transitar en la campaña: “Yo no propagaré temor y división. No avivaré las llamas del odio”.

Son momentos como este los que definen las campañas presidenciales, y los candidatos deben tener cintura y reflejos para reaccionar. Hubo voces de inquietud en las filas demócratas sobre la pérdida de perfil nacional del candidato, desplazado de cualquier relevancia pública mientras Trump se erigía en presidente de crisis, con comparecencias diarias ante la prensa, retransmitidas en directo a todo el país, para dar cuenta de los avances de la crisis del coronavirus. La escalada de una pandemia de la que Estados Unidos se ha convertido en epicentro global, así como errores de bulto y salidas de tono que dieron la vuelta al mundo, obligaron al presidente a terminar con las comparecencias diarias. Después vino su nuevo papel de presidente de “la ley y el orden”, una apuesta arriesgada que resonará entre sus bases pero chirriará a muchos votantes moderados, sobre todo ahora que el tono pacífico de las protestas parece hegemónico.

La presidenta de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos, Nancy Pelosi, y otros congresistas demócratas arrodillada en el Capitolio en solidaridad con la comunidad afroamericana este lunes. En vídeo, el minuto de homenaje de los congresistas por la muerte de George Floyd. AFP | ATLAS
Estas crisis han propiciado una multicefalia en el Partido Demócrata que no conviene a Biden. Los gobernadores y los alcaldes, encargados de la respuesta a la pandemia y a las protestas, han copado parte del protagonismo. Igual que los líderes del Congreso, cuya Cámara baja controlan los demócratas, que han tratado de marcar la agenda con paquetes de rescate a la economía y, este mismo lunes, con una propuesta de ley para reformar el sistema policial y de justicia penal en respuesta a la ola de protestas. La iniciativa, entre otras cosas, limitaría las protecciones a los agentes de policía acusados de mala conducta. Es tan probable que la mayoría demócrata permita la aprobación del proyecto de ley en la Cámara de Representantes, como improbable es que prospere, al menos en su integridad, en una Senado controlado por los republicanos.

El predicamento entre el electorado afroamericano fue uno de los factores clave de la victoria de Biden en las primarias. Pero conectar con los afroamericanos indignados por la muerte de Floyd y a la vez con aquellos votantes blancos de clase de trabajadora que decidieron la victoria de Trump, y que escuchan ahora su llamada de “ley y orden”, será un reto para los demócratas.

Durante las multitudinarias primarias, entre candidatos que prometían revoluciones, Biden montó una campaña de perfil ideológico bajo, con un programa sin estridencias, apelando al votante medio que quiere una vuelta a la normalidad. Pero ahora se impone la idea de liderazgo, en un país hundido en una pandemia, golpeado por una crisis económica y en un periodo de agitación racial.