Varios comercios cerrados, en el centro histórico de Ciudad de México.REBECCA BLACKWELL / AP

Cuando a principios de marzo la Organización Mundial de la Salud catalogó oficialmente el brote de coronavirus como pandemia mundial, América Latina no veía ni siquiera cercano el ciclón sanitario (y económico) que estaba por llegar. Mientras el número de enfermos crecía en Europa, con Italia todavía como foco principal en el Viejo Continente, y la enfermedad llegaba a Estados Unidos, al sur del río Bravo la situación aún lucía manejable. La sacudida sobre la matriz productiva china, el país donde primero se manifestó la enfermedad y el gran comprador de materias primas latinoamericanas, parecía el gran y casi único canal de contagio para la economía regional. Casi tres meses después la foto se ha dado la vuelta: con el paso de las semanas, América Latina se ha convertido en uno de los grandes damnificados económicos del virus. Al abaratamiento de los productos básicos se sumaron muy poco después un episodio de fuerte salida de capitales, el hundimiento de las remesas de migrantes (que afecta en gran medida a México y Centroamérica) y el desplome de las divisas que llegan gracias al turismo (un enorme golpe para el Caribe), y la conjunción de todas esas variables ha puesto en jaque a todo el área. El resultado es, según apunta el Banco Mundial en su informe de perspectivas publicado este lunes, una sacudida que superará con creces a la de la crisis de deuda regional de los ochenta y a la Gran Recesión de una década atrás.

Latinoamérica baila, en buena medida, al son de sus dos mayores economías, Brasil y México —las más expuestas a unas cadenas globales de valor que han quedado hechas añicos—, y este año el batacazo será de aúpa para ambas: -8% y -7,5%, según las proyecciones del multilateral. La tercera en discordia, Argentina, encajará una caída del 7,3% y encadenará tres años consecutivos de números rojos. Y Perú, que sufrirá un desplome económico del 12%, producto de un zarpazo sanitario mucho mayor y un hundimiento de las materias primas que exporta, completa un cuadro de pésimas previsiones económicas que deja al subcontinente a un paso de su mayor recesión desde que hay registros conjuntos, a principios de los años sesenta: mucho tienen que cambiar las cosas para que el bloque no cierre 2020 con un hundimiento del 7,2%, dos puntos más de caída que la media de la economía mundial.

El empeoramiento de las condiciones sanitarias, más rápido que en otros rincones del planeta, también condiciona el rebote esperado para el año próximo, que será notablemente menor que en el resto del globo: del 2,8%, frente al 4,2%. De entre los grandes, se resistirá especialmente en Brasil (2,2%) y, en menor medida, en México (3%). Todo, a pesar de que la mayoría de bancos centrales y Gobiernos de la región han lanzado ambiciosos estímulos monetarios y fiscales en apoyo de la asistencia social más inmediata, las empresas pequeñas y el sistema sanitario. Un intento loable —aunque mucho mayor en algunos casos (Perú) que en otros (México)—, pero que queda desfigurado por el torbellino de la realidad, del que solo escapa la pequeña Guyana, que crecerá un 51% gracias a los yacimientos petroleros que acaban de entrar en fase de explotación.

El panorama, reconocen los economistas del Banco, es “extraordinariamente incierto: depende de la magnitud y la duración final de la pandemia” y las previsiones, elaboradas sobre la base de que una notable relajación de los confinamientos a partir de julio. ”El coronavirus ha empeorado drásticamente las condiciones económicas en América Latina y el Caribe, que se encamina a un declive mayor que durante la crisis financiera global [de 2008 y 2009]”, alertan los técnicos del multilateral en su informe de perspectivas, en el que advierten de un “subreporte” de contagios en algunas naciones del bloque.

Las razones del hundimiento son, fundamentalmente, cuatro: los confinamientos para evitar la propagación de un patógeno que en la región sigue en pleno apogeo, el mencionado abaratamiento de las materias primas, el deterioro en las condiciones financieras y el efecto que tiene sobre la región el declive generalizado de la economía mundial. “Y el horizonte de corto plazo sigue estando sujeto a varios riesgos a la baja significativos, entre ellos un posible resurgimiento de una ola de protestas sociales como la del año pasado, una reacción aún más adversa del mercado al aumento de la deuda pública o una mayor incertidumbre sobre la recuperación del sector servicios”, advierte el Banco.

Con los tres faros que han guiado el crecimiento económico regional en el último lustro (Colombia, Chile y el propio Perú) apagados y sus dos principales potencias inmersas en una crisis inimaginable solo unos meses atrás, a América Latina solo le queda encomendarse a una rápida recuperación de la economía y del comercio mundial. Pero todo apunta a que la vuelta a la vida, aunque rápida tras una crisis relámpago, no será tan vertical como algunos pronosticaron en los primeros días de la crisis: la V canónica ya se parece mucho más al símbolo de Nike, con una segunda pendiente mucho menos pronunciada de lo que gustaría en todas las capitales latinoamericanas. En clave interna, la región necesita como el comer que sus tres grandes motores (Brasil, México y, en menor medida, Argentina) retomen la senda del crecimiento. Hasta que eso suceda, seguirá su particular travesía por el desierto.