Una técnico de laboratorio en CapitalBio Technology, una compañía de Pekín (China) que hace pruebas para el coronavirusGREG BAKER / AFP DANIEL MEDIAVILLA

“La ciencia es fallar una y otra vez”, recuerda Óscar Fernández-Capetillo. “Ahora, como el resto de la población, los científicos estamos confundidos, cambiando de opinión según aparece nueva información, pero estar confundido es parte del trabajo y cambiar de opinión también”, dice el investigador, que es jefe del Grupo de Inestabilidad Genómica del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas (CNIO).

Los expertos lo reconocen, se sabe aún poco del virus. Se tienen dudas sobre el modo de contagio, sobre si los que han pasado la infección son inmunes o cuál fue su origen. En los hospitales, se dan fármacos a los pacientes sin saber si funcionan o no. Y sin embargo, se está avanzando a un ritmo sin precedentes. Como apunta Fernández-Capetillo, “hay una armada gigantesca de científicos tratando de meter mano a estos problemas”, en algunos casos aportando puntos de vista ajenos a los de los especialistas en enfermedades infecciosas.

Pese a que parezca que ha pasado una vida, los científicos de todo el mundo conocen el virus desde hace poco más de tres meses. Tras detectar algunos casos de neumonía de origen desconocido en Wuhan en diciembre del año pasado, China informó a la Organización Mundial de la Salud (OMS) de la aparición del nuevo virus el 31 de diciembre de 2019. Diez días después, el 10 de enero de 2020, se completó la secuencia genética del coronavirus, algo que en condiciones normales suele tomar meses, y se puso a disposición de investigadores de todo el mundo en bases de datos públicas como la estadounidense GenBank o la alemana GISAID. Desde entonces, se han publicado más de 16.000 genomas del nuevo coronavirus siguiendo su evolución y su forma de expandirse por el mundo.

Desde que China informó de la aparición del nuevo virus hasta el anuncio de que se contagiaba entre humanos pasaron 20 días
El 20 de enero, con más de 200 casos descubiertos y cuatro muertos según las cifras oficiales, el Gobierno chino, que según AP conocía la información desde seis días antes, confirmó que el virus, que hasta ese momento se creía que solo se contagiaba de animales a humanos, podía también saltar entre humanos. De hecho, los análisis genómicos posteriores sugieren que el salto de animales a humanos se produjo una sola vez. El día 23, asumida la dimensión de la amenaza, comenzó el encierro en Wuhan y otras ciudades de la provincia de Hubei, y tres días después, el Centro Chino para el Control y la Prevención de Enfermedades (CCDC) anunció que empezaba a trabajar en vacunas contra el coronavirus.

En ese momento, una de las preguntas científicas importantes para conocer el riesgo de que el problema se extendiese al resto del mundo era si personas sin síntoma alguno podían ser contagiosas. El 1 de febrero, la OMS afirmaba que “los principales impulsores de la transmisión de la enfermedad, con los datos disponibles, son los casos sintomáticos. […] La infección asintomática puede ser rara, y la transmisión de una persona asintomática es muy rara con otros coronavirus, como hemos visto con el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio”. “Por lo tanto, la transmisión de casos asintomáticos no es un impulsor principal de la transmisión”, concluía.

La experiencia con coronavirus anteriores como el SARS o el MERS, que se mostraban a través de fiebre o síntomas importantes antes de empezar a ser muy contagiosos, hizo pensar a muchos responsables de salud pública que la enfermedad podría ser más controlable. China estaba muy lejos. El 2 de abril, la OMS todavía aseguraba que “no se habían documentado ningún caso de transmisión asintomática”, aunque eso no descartase “que se pueda dar esa posibilidad”. Cuando los expertos de la organización intentaban comprobar si realmente no había habido síntomas descubrían que los pacientes los habían experimentado, pero de una forma leve que no tuvieron en cuenta.

El 15 de abril, sin embargo, un equipo de la Universidad Médica de Guangzhou y la Universidad de Hong Kong (China) publicó en la revista Nature Medicine un trabajo en el que confirmaban que la gran mayoría de pacientes empiezan a difundir el virus antes de tener síntomas o justo cuando estos empiezan y estimaron que el 44% de los contagios llegaron de una persona sin síntomas. “Las medidas de control de la enfermedad se deberían ajustar para tener en cuenta una transmisión presintomática substancial”, escribían los autores.

Esta sensación de que no hay información fiable a la que agarrarse no es exclusiva de esta pandemia, aunque sus dimensiones la agraven. “En esta y otras epidemias, el conocimiento que se produce a lo largo de las mismas hace que se cambien protocolos y mensajes, que provocan inseguridad e incertidumbre. Es importante resaltar que en epidemias como esta, no hay nadie que lo sepa todo, sino que todos aprendemos”, apunta Francisco de Bartolomé Gisbert, responsable de epidemias y emergencias sanitarias de Médicos Sin Fronteras. “La incertidumbre es una respuesta normal que hay que gestionar con pedagogía y comunicación trasparente y entendible de la información disponible y sus limitaciones”, añade.

El artículo publicado recientemente en Nature Medicine sobre la transmisión asintomática, con unos resultados que coincidían con otras observaciones realizadas durante la pandemia, ya se había publicado casi un mes antes en el repositorio Medrxiv, un espacio en el que científicos de todo el mundo comparten sus resultados para que otros puedan comentarlos o contrastarlos con sus propias observaciones. El tiempo que va entre la obtención de unos resultados y su publicación en una revista contrastada, que en tiempos de poca urgencia se puede prolongar meses, se está convirtiendo en algo casi instantáneo. Aún así, el tiempo requerido para revisar estos resultados equivale a casi un tercio del tiempo transcurrido desde el tiempo en que el nuevo coronavirus se dio a conocer al mundo.

Rafael Cantón, jefe del servicio de microbiología del Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid, señala que ahora hay muchas publicaciones con cantidad de información limitada “que se admiten en algunas revistas que en condiciones normales no se hubiesen admitido”. Además, continúa “el tiempo de revisión es insuficiente para hacerlo de forma adecuada y muchas de las personas más formadas para revisar esos artículos están ocupadas y no tienen tiempo”, concluye.

Hace poco más de dos meses, las farmacéuticas de EE UU dudaban del interés de invertir en el desarrollo de una vacuna
Pese a la velocidad a la que se trabaja, es posible que los datos lleguen tarde, como ejemplifica De Bartolomé Gisbert: “Tener datos adecuados y saber interpretarlos es esencial para que la ciencia avance. Pero lleva tiempo hacerlo bien, y a veces tanto que se llega cuando la epidemia está en resolución, como sucedió por ejemplo con las vacunas en la epidemia de ébola. En el momento en que se conseguía empezar una gran investigación sobre la vacuna, el brote estaba en fase de declive lo que impidió que los estudios pudiesen conseguir todos los objetivos y lecciones esperadas”.

Esta incertidumbre ha estado presente hasta hace muy poco en un aspecto fundamental de la crisis del coronavirus como es el desarrollo de la vacuna. Menos de un mes después del anuncio de la aparición del nuevo coronavirus, en EE UU, el NIAID (Instituto Nacional para las Alergias y las Enfermedades Infecciosas) ya trabajaba en el desarrollo de una vacuna. Pero el 10 de febrero, solo 13 días antes de que Italia comenzase su confinamiento, el director del NIAID, Anthony Fauci, lamentaba que no había logrado que ninguna compañía quisiese fabricar su vacuna. El negocio de una vacuna para una enfermedad de dimensiones pandémicas que afectará a millones de personas aún no parecía evidente y seguía presente el miedo a alcanzar la vacuna con el brote en declive.

Poco más de tres meses tras el inicio de la crisis, una vacuna ya ha llegado a la segunda fase de ensayos clínicos en humanos, una etapa a la que nunca llegaron los proyectos de vacuna para el SARS, el coronavirus de 2003, que se controló antes de que se lograsen progresos importantes haciendo desaparecer el interés y la financiación para ese tipo de proyectos. Las previsiones optimistas calculan que dentro de 18 meses se podría estar inmunizando a parte de la población frente al nuevo virus, pero podría no suceder o no ser la panacea. La efectividad de la vacuna contra la gripe en 2019, un virus muy conocido, fue de menos del 50%.

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En una primera versión de este artículo se afirmaba que desde enero de 2020 se habían secuenciado 250 genomas del nuevo coronavirus. La cifra real es de más de 16.000