Escrito por Cecilia Lavalle 12 marzo, 2020

Benditas sean las que tocan nuestro corazón con cariño.
Edna Fregato

Me llegó por Internet –como suelen llegar ahora las palabras-; y aunque está escrita en masculino, “Benditos sean”, de inmediato pensé en femenino. Por eso me tomo la libertad de cambiar el género en el que está escrito este bello poema de Edna Fregato, geógrafa brasileña que es muy popular en las redes por sus poemas.

Benditas sean las que llegan a nuestra vida en silencio, con pasos suaves para

no despertar

nuestros dolores,

no despertar

nuestros fantasmas,

no resucitar

nuestros miedos.

Benditas sean las que se dirigen con suavidad y gentileza, hablando el idioma de la paz para no asustar a nuestra alma.

Benditas sean las que tocan nuestro corazón con cariño, nos miran con respeto y nos aceptan enteras con todos nuestros errores e imperfecciones.

Benditas sean las que pudiendo ser cualquier cosa en nuestra vida, escogen ser generosidad.

Benditas sean esas iluminadas que nos llegan como un ángel, como flor, como pajarito, que dan alas a nuestros sueños y que, teniendo libertad para irse, escogen quedarse a hacer nido.

La mayoría de las veces llamamos a estas personas, amigas.

Yo soy muy sociable. El contacto con las personas me es simple y grato. Entablo conversación con facilidad y puedo ser muy buena escucha. Aun así, tengo pocas amigas. Amigas de esas que describe tan bien Edna.

De esas que no recuerdo cómo llegaron a instalarse en mi vida, porque se acomodaron con pasos suaves.

De esas que siempre –o casi- me traen paz.

De esas que en los más duros huracanes de mi vida, me hablaron con calma, como la paramédica que quiere hacerte saber que pase lo que pase todo estará bien, o como la ingeniera que ante el derrumbe sabe exactamente qué cimiento apuntalar y lo hace con voz suave.

De esas que no despiertan mis dolores ni mis fantasmas ni mis miedos, pero cuando aparecen no se asustan ni los ahuyentan ni los ignoran; más bien los acompañan, los abrazan, los serenan con la empatía de quien ha transitado por ahí, cerca o lejos, y en cualquier caso no salió impasible.

De esas que quiero y respeto como son; o, más precisamente, por lo que son. No las espero perfectas, pero son perfectas para mí. Suelen abrirme sus brazos, su casa y su corazón sin mayores trámites; hacen malabares con sus tiempos cuando preciso que se ajusten a los míos; y platicamos con pausa como si el mundo se ajustara al ritmo de nuestra conversación.

Mis amigas son pocas, pero indispensables. Cada una a su modo. Cada una con lo que tiene para dar y con lo que precisa recibir.

Algunas de ellas apenas se conocen entre sí. Otras jamás se han cruzado en el camino. Algunas saben tanto de mí como yo misma.

Otras saben lo necesario y eso es suficiente para ambas. Algunas son pragmáticas y antes de abrazarme resuelven lo que haya que resolver. Otras me abrazan y lloran o se ríen conmigo, antes de preguntar si necesito algo. Con algunas podría cantar y bailar. Otras huirían al primer acorde de un karaoke. Pero con todas cuento, si de contar se trata. Aunque estemos cerca o a kilómetros de distancia.

Sí, mis amigas son de esas que han sabido ser luz en plena oscuridad, ángeles en el derrumbe y la confusión; y suelen ser flores, lluvia fresca, luna llena, estrellas, brisa, respiro y aliento.

Benditas sean mis amigas.